jueves, 3 de julio de 2025

Felices vacaciones.

Felices vacaciones 

Vacación viene de “vacuus”: vacío. ¿Para qué sirve este vacío? Para llenarlo con algo nuevo. Pero ¿qué es realmente nuevo? Lo que no se agota y te renueva. 

Puede lograrlo un lugar nunca visto, pero no es seguro, porque si después de verlo no volvemos, entonces no era «nuevo», sino solo «una novedad», como una pared pintada o un alimento demasiado dulce que pronto cansan. 

Nuevo no es sinónimo de más reciente o de más deseado, porque lo más reciente es solo lo menos antiguo y pronto quedará superado, y lo más deseado es solo lo más envidiado y pronto será sustituido. Lo nuevo, en cambio, no envejece y no es sustituible, siempre es «nuevo». 

Por eso, en vacaciones, a menudo volvemos a los mismos lugares, porque siguen siendo nuevos, como los clásicos. Homero es más nuevo que el periódico, Beethoven que el éxito del momento, Van Gogh que un vídeo viral. En definitiva, lo nuevo es lo que se renueva y nos renueva porque está lleno de vida, en él la vida toma la palabra sin mentir y sin pedirnos nada, y nos da lo que necesitamos para estar vivos y no solo con vida. 

Las vacaciones son la ocasión para este «nuevo». Si no lo encontramos, volvemos más cansados, porque el cuerpo no descansa si no descansa el espíritu - también vale lo contrario, pero es más obvio darse cuenta de ello -, y el espíritu solo descansa donde sentimos que pertenecemos a la vida gratuitamente, un espacio sagrado en el que se puede ser sin tener que demostrar nada. 

Entonces, las vacaciones son una condición, no un lugar. Un estado de ánimo. ¿Cuál? 

Dicen que hay dos tipos de desesperación: 1.- no poder aceptarse a uno mismo y 2.- no poder convertirse en uno mismo. En ambos casos, uno se encuentra exiliado en su propia casa, que es lo contrario de descansar, es decir, de poder volver a colocar el yo dentro de sí mismo, disfrutar de ser. El vacío de las vacaciones es la prueba. No me refiero a la prueba del bañador. Las vacaciones son detenerse, «estar» en mí mismo. ¿Y cómo? A través del sentido que da sentido a los otros cinco, el sentido de la maravilla (que tiene que ver con las cosas asombrosas). 

El asombro aumenta la vida espiritual, es decir, donde la vida tiene sentido por sí misma y no en función de su utilidad. El sentido del asombro nos da energía porque nos hace sentir conectados con el cosmos y con los demás, no para usar y ser usados, sino para disfrutar de la presencia misma de las cosas y de las personas. 

Basta un minuto de asombro para ser más libres, conectados, generosos y recibir ese alimento espiritual que renueva la vida. Los grandes creadores eran personas guiadas por el asombro: Darwin se quedaba horas sentado observando su jardín, Cézanne repetía siempre el mismo tema en sus cuadros. No se aburrían porque encontraban lo nuevo en lo mismo, el «para siempre» en las cosas «de siempre». 

Nosotros, en cambio, necesitamos sorpresas, pero la sorpresa es muy diferente del asombro: la primera se agota enseguida, la segunda invita a ir más allá, es éxtasis (‘ek-stasis’: salir sin salir, reposar, abandonarse, pero en lugar de perderse, encontrarse más, como en el amor). 

Del asombro comienza toda búsqueda filosófica y científica. Todo éxtasis, ya provenga de lugares, personas o pasiones, es una vacación que ocurre donde el espíritu se encuentra con la profundidad inagotable de la vida, que no puede consumirse, sino solo compartirse: el asombro se reconoce por el hecho de que crea vínculos, fiesta, memoria. 

Una experiencia memorable es aquella que, al recordarla, produce la misma serotonina que cuando se vivió, un depósito de felicidad a voluntad. Quien confunde el asombro con la sorpresa busca la dopamina, neurotransmisor de la recompensa inmediata, de las adicciones. La serotonina, en cambio, es la de la felicidad, porque permanece en el tiempo. 

No es casualidad que el éxtasis sea la droga que actúa sobre la serotonina: aumenta las percepciones, baja las defensas, facilita la sociabilidad (se utilizaba con fines militares para no sentir hambre y hacer decir la verdad a los enemigos), pero lo hace manipulando el cerebro en ausencia de una relación con el mundo y, de hecho, acaba inhibiendo la producción natural de serotonina. 

Las vacaciones no son sinónimo de holgazanería, para «descansar» se necesita asombro: la alegría que proviene de la vida que recibimos o que creamos. 

Cada día con la boca abierta, signo físico del asombro, necesidad de contener un aliento que no queremos que termine. El asombro es la puerta cotidiana a la vida eterna, donde el espíritu descansa, no porque venga después de la muerte porque, si no, no sería eterna, sino porque es inmune a ser consumido por el tiempo. 

Las vacaciones, entonces, no son ni la ausencia de lo ordinario ni la presencia de lo extraordinario, sino la apertura a la vida eterna. 

Os deseo este descanso ahora en julio, o en agosto, …, o cuando sea, porque solo el sentido de la maravilla nos hace redescubrir los lazos con la vida y nos hace sentir «de nuevo» queridos en el mundo y, por tanto, llenos de esperanza y valor. Para nuevas aventuras. 

Nos vemos después de vacaciones. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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