¿Cuánto pesa una lágrima?
Rahaf Ayad apenas puede hablar y mover los brazos y las piernas. Se le cae el pelo, tiene las costillas marcadas, calambres y dolores en todo el cuerpo, parpadea lentamente. Rahaf es una niña de doce años y estos son los síntomas de alguien que se está muriendo de hambre. En Gaza, los niños mueren de hambre. Siwar Ashour nació en noviembre y solo ha conocido la guerra. Ahora tiene seis meses y su madre, Najwa Aram, tiene 23 años. La dio a luz en la única habitación que quedaba de una casa destruida, donde viven once personas. Las fotos de niños en Gaza padeciendo las consecuencias del genocidio sistemático se han vueltos virales, como se dice, hoy en nuestros teléfonos móviles.
Y dan la vuelta al mundo, causan perplejidad, escándalo e indignación. ¿Por cuánto tiempo? ¿Un día? Luego nos olvidaremos y pasaremos a otras imágenes y otras historias.
No se puede ver morir de hambre a los niños. Las organizaciones humanitarias dicen que hay 70. 000 en peligro. Las historias de Rahaf y Siwar son dos entre muchas. En realidad, son dos de las pocas que nos llegan desde Gaza, porque Israel ha sellado la Franja y desde hace dos meses no entra ni un grano de trigo.
Son historias que hablan de ayuda humanitaria secuestrada, de 5.000 camiones de la UNRWA bloqueados. Historias que hablan de un saco de harina de 25 kilos que antes de la guerra costaba 8 dólares y 30 centavos y hoy cuesta 416 dólares. Pero ya nadie tiene dinero y no hay harina. Así que los niños tienen retortijones en el estómago y Rahaf dice que siente que le arde el cuerpo por dentro y pide desesperadamente un trozo alimento. Pero no hay alimento. No hay nada. Ni siquiera hay hospitales donde morir, y los médicos explican que morir de hambre significa tener la sangre envenenada, insuficiencia renal, daños en el hígado, infecciones bacterianas y microbianas y una inmunidad que cae a cero. Esto es lo que está pasando.
Así que dejemos de hablar de guerra en términos generales. Cuando hablamos de guerra, pensamos en soldados, armas, drones... Los profesionales y la geopolítica no nos hablan de niños que mueren de hambre. Aquí, en cambio, hay niños que mueren ante los ojos impotentes de sus padres. Los niños no deben entrar en esto. Por lo tanto, llamemos a las cosas por su nombre.
Lo que está ocurriendo en Gaza es un asedio que está provocando una hambruna. Asedio y hambruna, dos palabras antiguas que provienen directamente de la Biblia. Las palabras cambian la narrativa.
La hambruna es hambre, el hambre es un asesino silencioso, no hace ruido como una bomba, pero mata igual, e Israel está utilizando el hambre como arma. El uso del hambre como método de guerra es un crimen de guerra según el derecho internacional. Está prohibido por la Convención de Ginebra y por todos los protocolos.
Incluso la orden de detención de la Corte Penal Internacional contra Benjamin Netanyahu (emitida el año pasado) cita entre los cargos el uso del hambre como método de guerra, pero Israel niega que haya un problema de hambruna, que no haya suficiente comida en la Franja, que no falte agua ni harina.
El plan es «militarizar» el control de la ayuda, filtrándola a su antojo, para que no llegue a manos de Hamás. Es el fracaso definitivo de cualquier política humanitaria, del propio concepto de ayuda humanitaria, que debe ser imparcial y llegar a quienes la necesitan, independientemente de cualquier otra consideración. Representa un valor ético que nunca debería violarse. Pero los convenios entre pueblos civilizados y el derecho parecen haber perdido todo su peso.
¿Cuánto pesa una lágrima? se preguntaba Gianni Rodari en “Cuentos por teléfono”. Depende. La lágrima de un niño caprichoso pesa menos que el viento, la de un niño hambriento pesa más que toda la Tierra.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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