jueves, 3 de julio de 2025

¿Y si aumentamos el gasto en educar el corazón?

¿Y si aumentamos el gasto en educar el corazón? 

Encuentro que cierta ansiedad, a menudo angustiosa, envuelve cada vez más este mundo, sobre todo el mundo juvenil, y que nos invade a todos, haciéndonos sentir con un nudo en el corazón que nuestro futuro es, en realidad, sin esperanza y sin perspectivas, salvo la de una dura lucha por la supervivencia en la que lo único que realmente importa es la fuerza: ya sea el dinero, el poder, la inteligencia o la belleza dispuestos a venderse son, en cualquier caso, una expresión de fuerza. 

Producida por los músculos del cuerpo, por los de la tarjeta-monedero o por los de la mente, o por … la fuerza aparece como la única reina indiscutible que hoy en día destroza cada vez más el derecho, la igualdad de todos ante la ley, los ideales del bien y la justicia, el sentido de la humanidad y la solidaridad, la verdad y la honestidad: de esa utopía de un mundo nuevo que, cuando era niño, parecía poder renovar realmente la sociedad. 

Hoy, en cambio, el mundo ha vuelto a ser viejo. Tecnológicamente nuevo, moralmente viejo: ese viejo mundo de la historia cuya lógica ya describió a la perfección Tucídides: «Los más poderosos actúan, los débiles se doblegan». 

De las personas más débiles entre nosotros son tal vez los jóvenes, que se doblegan y se someten ante la dura ley de la fuerza. Seducidos y embriagados por ella, lo exigen todo, pero luego se bloquean por cualquier cosa si, como es obvio, no lo consiguen, reaccionando con violencia o con apatía. Hubo un tiempo en que existían fuentes ideales compartidas de otro tipo de fuerza que contrarrestaba y moderaba la fuerza bruta de la historia; ahora ya no. 

Ahora ya no hay fuentes interiores compartidas de las que extraer humanidad e idealismo, ahora estamos experimentando lo que significa una sociedad sin ideales, sin religión, sin capacidad de transmitir significados. Estamos experimentando el nihilismo. 

Una tesis que voy leyendo y pensando es que la nueva perspectiva para recuperar la esperanza solo puede consistir en la educación del corazón. Se llamará psicología o espiritualidad o como se quiera llamar, …, lo que se necesita para sanar el corazón es una educación que lo nutra y lo eleve, orientándolo hacia algo más importante y valioso que uno mismo. No hacia la fuerza plana del capital y del aplauso, que reduce al ser humano a una sola dimensión, engrosando su ego, sino hacia la fuerza vertical del bien y de la justicia, que desarrolla todo su gran potencial, aligerando su ego y haciéndolo capaz de empatía y de relación. 

La educación del corazón seguramente consista también en la educación de la dimensión emocional y metarracional de cada uno de nosotros y se alcanza en su máxima expresión a través del método de la alegría. San Agustín escribió: «El alma solo se alimenta de lo que le da alegría». 

Por alegría no me refiero necesariamente a lo que nos hace felices, sino a lo que nos apasiona (por lo que somos felices aunque no riamos, como por ejemplo cuando practicamos deporte). La cuestión, sin embargo, es que hoy en día ya nadie se ocupa de la educación del corazón porque solo se ocupa de la instrucción de la mente. Es decir: mucha instrucción, toneladas de entretenimiento y distracción divertidos, …, ninguna educación. 

La instrucción confiere conocimiento objetivo, que refuerza el sentido del yo, su autoestima, pero también su egoísmo, por no decir egocentrismo, y por lo tanto un potencial individualismo que no pocas veces se convierte en soledad. 

Que quede claro que la dimensión de juego (entretenimiento, diversión, distracción …), como la dimensión cognitiva, es esencial para el sentido completo del yo, pero, si nos limitamos a ella, el yo crecerá como una mónada encerrada en una torre que cree dominar todo … pero que acaba siendo dominada por cualquier cosa. Pero solo la empatía compartida lo conecta en red, conectando su psique con los demás de esa manera inmediata y real que toca y educa el corazón en el sentido de la humanidad. 

El corazón es el órgano de la ética, pero el gran problema es que hoy en día no existe la educación del corazón. 

Que me perdonen os profesionales de la educación pero tengo la sensación de que hoy en día solo se educa o se educa preferentemente la mente cognitiva, lo cual es sin duda positivo, pero no suficiente; es más, la educación cognitiva por sí sola puede ser incluso peligrosa, porque, como decía Tagore, «un cerebro todo lógica es un cuchillo todo hoja: hace sangrar la mano que lo maneja». 

¿A quién se confía hoy la educación del corazón? A nadie. Y esta es la verdadera emergencia social que hace sangrar a nuestra sociedad. 

Nuestros gobernantes han decidido aumentar el gasto en defensa militar. Tengo mis serias dudas sobre la corrección o no de ello incluso aunque el mundo parece encontrarse en un estado cada vez más inestable. Sin embargo, quizá no se dan cuenta de que, mucho más que las amenazas rusas, o las que sean, cada día hay cientos de drones invisibles y letales que caen sobre la mente y el corazón de nuestros jóvenes, destruyendo sus defensas. 

Quizás no se dan cuenta de cuántos jóvenes mueren psíquicamente cada día pisando las minas antihumanas esparcidas a manos llenas en su camino. Sin subestimar las amenazas externas, esta es la verdadera invasión insidiosa que nos está corroyendo desde dentro y que destruye las familias y, en general, el tejido social, porque cuando los jóvenes están mal, toda la familia humana está mal. 

No sé si hay que hablar de ello o no pero da qué pensar el aumento de tendencias suicidas y de suicidios completados entre adolescentes y jóvenes. Ahí están las estadísticas y las consiguientes lecturas.

Deberíamos volver a Sócrates y a su pedagogía, la mayéutica, el arte de la comadrona, que es el verdadero sentido del concepto de educación (del latín «e-ducere», «sacar fuera»): y pensar que, al igual que en la mujer embarazada hay un ser humano que dar a luz, así en cada joven hay una dimensión que despertar y que en este despertar consiste propiamente la educación. 

Es lo que enseñaba Plutarco: «La mente no necesita, como un vaso, ser llenada, sino más bien, como la madera, necesita una chispa que la encienda y le infunda el impulso de la búsqueda y un amor ardiente por la verdad». 

Llenar la mente como un vaso significa instruirla; encender en ella una chispa significa educarla. Y no hay nada más valioso. Cuando la mente educada llega a albergar un amor ardiente por la verdad, cambia de nombre y se llama corazón, y yo creo que solo la educación del corazón puede salvar a nuestros jóvenes del nihilismo que se cierne sobre ellos. 

Por eso creo que sobre esta base seguramente hasta se podrían revisar los programas escolares y la formación de los educadores, porque no sé si solo pero sí especialmente la escuela puede asumir la gran misión de educar el corazón y salvar así nuestra civilización. 

¿Hemos tenido que duplicar el gasto militar? Del mismo modo, o incluso más, es necesario triplicar la inversión en la escuela para que sea realmente capaz de educar el corazón. Es la única esperanza de volver a dar perspectivas a los jóvenes - esa población más sensible de nuestra humanidad - salvándolos del nihilismo y la violencia. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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