Jesús nos enseña a amar más
Al ver la multitud que lo seguía, Jesús se volvió para advertirles, aclarando bien lo que significaba seguirlo.
Jesús nunca engaña, no instrumentaliza el entusiasmo ni las debilidades, sino que quiere una adhesión meditada, madura y libre. Porque prefiere la calidad a la cantidad de discípulos. Y señala tres condiciones radicales para seguirlo.
Si alguien viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas e incluso a su propia vida, no puede ser mi discípulo.
Palabras que parecen duras, excesivas, que se podrían considerar la crucifixión del corazón, con sus afectos, y que, en cambio, son su resurrección. De hecho, el verbo central sobre el que se sustenta toda la arquitectura de la frase es: si alguien no me ama más...
No se trata de una sustracción, sino de una suma. Jesús no roba amores, añade un «más». El discípulo es aquel que sobre la luz de sus amores extiende una luz mayor. Y el resultado que obtiene no es una limitación, sino un potenciamiento.
Jesús dice: Tú sabes lo hermoso que es dar y recibir amor, lo mucho que cuentan los afectos, yo puedo ofrecerte algo aún más hermoso. Jesús es el sello, la garantía de que si estás con Él, si lo mantienes contigo, tus amores serán custodiados más vivos y luminosos.
El que no lleva su cruz y no me sigue, no puede ser mi discípulo... La cruz: nosotros la pensamos como metáfora de las inevitables dificultades de cada día, de los problemas familiares, de la enfermedad que hay que soportar.
Pero en el Evangelio, la palabra «cruz» contiene la cumbre y el resumen de la historia de Jesús. La cruz es: amor sin medida y sin remordimientos, amor desarmado que no se rinde, no engaña y no traiciona. Que llega hasta el final. Jesús posee la clave para llegar hasta el fondo de las razones del amor.
Entonces, las dos primeras condiciones - amar más y llevar la cruz - se iluminan mutuamente. Toma sobre ti una gran porción de amor, de lo contrario no vivirás; toma la porción de dolor que todo amor conlleva, de lo contrario no amarás.
Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo… La renuncia que Jesús pide no es ante todo un sacrificio ascético, sino un acto de libertad: salir de la ansiedad de poseer, de la ilusión que te hace decir: ‘yo tengo, acumulo, y por lo tanto soy y valgo’.
Un hombre nunca vale por lo que posee, ni por el color de su piel, sino por la calidad de sus sentimientos (M. L. King).
Deja las cosas y toma sobre ti la calidad de los sentimientos. Aprende no a tener más, sino a amar más. Entonces, nombrar a Cristo y al Evangelio equivaldrá a dar a alas a la vida.
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