Negocio - San Lucas 16, 1-13 -
Haced amigos, advierte Jesús.
Porque el desestabilizador relato del administrador deshonesto revela algo extraordinario: Jesús no alaba su deshonestidad. Sino su astucia.
Por fin se ha vuelto astuto, ese administrador que se dejó llevar y se enriqueció durante años a costa de las ganancias de su amo.
Pero ahora que ha sido descubierto, ahora que su engaño está a punto de ser revelado, decide correr a refugiarse.
Ha acumulado dinero, sí. Pero no sabe trabajar, no sabe vivir, no sabe afrontar la vida.
Solo ha pensado en disfrutar, en malgastar dinero que no era suyo, en hacerse el importante viviendo por encima de sus posibilidades. En su cabeza solo hay excesos, apariencias, ostentación. Es tan parecido a nosotros, obsesionados por la imagen, por poseer, íntimamente convencidos de que una vida rica en dinero es rica en alegría.
Ahora todo está a punto de derrumbarse, ha sido descubierto.
En el fondo se perfila un futuro de soledad.
Entonces se vuelve astuto, razona, hace cuentas.
Es lo que, por desgracia, nosotros no sabemos hacer.
En la corriente
Casi toda nuestra vida se consume siguiendo la corriente.
Como si nuestra vida estuviera designada, marcada, predestinada. Podemos hacer pequeños cambios, ampliar unos metros nuestra celda o pintarla de un color agradable. Pero, casi siempre, vivimos una vida que no hemos elegido, haciendo cosas que no hemos elegido, pasando el tiempo lamentándonos por lo que no podemos ser o hacer.
Como mucho, nos volvemos astutos. En un mundo de hienas, ser un poco astuto es indispensable para vivir. En un mundo de lobos, esperando a que estos se conviertan en corderos, nosotros también nos comportamos como lobos.
El administrador deshonesto se ha pasado la vida buscando un lugar al sol, aprovechándose de su cargo y de la suerte que ha tenido al poder manejar dinero que no era suyo.
Pero, ante un giro dramático y real que trastoca su destino, finalmente decide cambiar.
Ha invertido astutamente para acumular dinero.
Ahora utilizará el dinero para acumular amigos.
Deudas
Se hace el grande: elimina deudas, hace descuentos, un larguísimo black friday.
¡Pero en detrimento del patrón! Lo dirán los más virtuosos y devotos entre nosotros.
Exacto. Sigue haciendo algo deshonesto, pero ya no para sí mismo. Para los demás.
Pagará ese último robo, claro. Lo despedirán definitivamente. Pero al menos lo habrá hecho para hacer feliz a alguien ahogado por las deudas.
Por una vez en su bonita vida, se meterá en problemas por ayudar a los demás, no por pensar solo en sí mismo. Y Jesús, sorprendiéndonos, alaba ese gesto.
No se hace, como nosotros, el escandalizado. El virtuoso con las vidas de los demás.
El pobre con la cartera del vecino. El Señor no juega a ser moralista.
Aprecia incluso el más mínimo cambio. Destaca incluso un solo gesto de conversión.
Aunque aún no sea definitivo, aunque aún no sea un punto de inflexión. Pero sigue siendo una novedad.
No apaga la velita humeante, no intenta enderezar el palo torcido. Aprecia cada parpadeo de nuestra vida que va en la dirección del don, del amor recibido y dado, de la gratuidad.
Haced amigos, dice el Maestro.
Invertid en afecto, en relaciones, en amistad, en escuchar, en compartir.
Quizá aún no sea el gesto puro del discípulo. Pero al menos será un primer paso.
En lugar de invertir en dinero, al menos invertiremos en amistad.
Sed astutos, invertid en la única acción que no se devalúa: el alma.
Dejaos aconsejar, haced el único negocio que os lleva a la plenitud.
Cuentas del alma
Yo, discípulo, puedo vivir en paz, pero también en justicia: libre de la ansiedad por el dinero, libre de Mammona, para ser discípulo.
He aquí la esencia: si soy discípulo de Jesús, sé lo que valgo, sé lo que valen los demás y voy directo a lo esencial en mis relaciones, desde la honestidad en el desempeño de mi trabajo, hasta la solidaridad, pasando por un estilo de vida recto y acorde con el Evangelio.
Entonces podemos decir algunas palabras más sobre nuestra relación con el dinero, con las cosas, con las propiedades.
La riqueza, el poder, no son cuestiones de cartera, sino de corazón, no de cantidad, sino de actitud. Ninguno de nosotros figura entre los «grandes» del mundo, y esto podría tranquilizarnos falsamente. Incluso con poco podemos tener una actitud de apego a los bienes que nos aleja del objetivo de nuestra vida, que es la plenitud del Reino.
Amós
Amós, el profeta, mira con amargura la situación de su tiempo: un poder corrupto y una hipocresía generalizada observan las prácticas religiosas permitiendo la opresión de los pobres.
Cuán tristemente actual es esta página: ante la pérfida lógica del capitalismo en la que gana el más fuerte, nuestra conciencia cristiana debe reaccionar; no recurriendo a limosnas piadosas, sino afrontando con honestidad la realidad para proponer concretamente una economía en la que prevalezcan el hombre y la persona sobre el capital, una economía menos capitalista y más humana, que ponga en el centro a la persona, no al beneficio.
Pablo nos advierte que no pensemos que la fe solo se ocupa de lo sagrado. Hasta que la fe no se convierta en contagiosa, iluminadora, instrumento para construir un mundo nuevo, no habremos realizado el Reino.
Una suma de pequeñas cosas
Jesús no es moralista: el dinero no es sucio, solo es arriesgado porque promete lo que no puede cumplir y el discípulo, el hijo de la luz, lo usa sin convertirse en esclavo de él.
Y la Escritura tiene las ideas muy claras: la riqueza es siempre un don de Dios y la pobreza es siempre culpa del rico...
Prestemos atención a las pequeñas cosas.
Demos pequeños pasos posibles.
Al gesto de honestidad cotidiana, a la ética del trabajo, al compartir.
Pero también al respeto sano y saludable por la Creación, a la esencialidad de la vida.
Fieles en lo poco, atentos a declinar el Evangelio cuando estamos en fila en la calle o sentados detrás del mostrador, puntuales, no fanáticos ni rígidos, comprensivos, no constantemente irritados y pesimistas, de modo que nuestro rostro, nuestra vida, de alguna manera, se convierta en profecía del mundo en el que prevalece la lógica de Dios.
Hagámonos amigos, regalando tiempo, sonrisas, apoyo, ánimo.
Aunque no seamos santos, habremos hecho la inversión más rentable de nuestra vida.
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