martes, 15 de julio de 2025

Feliz día del aniversario de la fundación de nuestra Congregación de Hijos del Inmaculado Corazón de María – Misioneros Claretianos.

Feliz día del aniversario de la fundación de nuestra Congregación de Hijos del Inmaculado Corazón de María – Misioneros Claretianos 

La figura de María, Madre de Dios, es uno de los puntos centrales de la fe cristiana. Su presencia en la historia religiosa y en la vida de los creyentes ha tenido un impacto profundo y duradero. El privilegio de tener a María como Madre es un don de una belleza inconmensurable que va más allá de las palabras y las descripciones. Intentemos comprender juntos la extraordinaria belleza y el significado espiritual de tener a María como madre. 

La maternidad espiritual de María 

María fue llamada «Madre de Dios» porque llevó en su seno al Hijo de Dios, Jesucristo. Pero su maternidad no se limita solo a lo físico. María se convirtió en madre espiritual de todos los creyentes, una madre que nos acoge, nos guía e intercede por nosotros ante su Hijo. Este papel maternal de María se refleja en su amor incondicional, en su compasión y en su disposición a ayudarnos en el camino de la fe. 

La belleza del amor maternal de María 

El amor maternal es un sentimiento profundo y poderoso que supera todas las fronteras y barreras. María, como madre espiritual, nos ofrece su amor maternal de una manera única y especial. Su corazón maternal está lleno de ternura, compasión y misericordia. María comprende nuestras alegrías, nuestras preocupaciones y nuestros sufrimientos, y comparte con nosotros todos los aspectos de nuestra vida. Su amor maternal nos nutre, nos consuela y nos da la fuerza para afrontar los retos cotidianos. 

El ejemplo de humildad y devoción de María 

María es un ejemplo extraordinario de humildad y devoción. A pesar de haber sido llamada a una tarea tan grande y extraordinaria - ser la Madre de Dios -, acogió el anuncio del ángel con humildad y confianza absoluta en Dios. Su humildad se manifiesta también en estar siempre al servicio de los demás y en ponerse en segundo plano con respecto a su Hijo. María nos enseña la importancia de una vida de oración, de una confianza total en Dios y de una actitud de servicio hacia los demás. 

La intercesión de María 

Uno de los dones más hermosos de tener a María como madre es su intercesión ante Dios. María, a quien se le han atribuido muchos títulos como «Consoladora de los afligidos», «Salud de los enfermos» y «Ayuda de los cristianos», es una intercesora poderosa y amorosa. Podemos acudir a Ella con confianza, pidiendo su intercesión por nuestras necesidades espirituales y materiales. María escucha nuestras oraciones y las presenta a su Hijo con amor maternal, ayudándonos a obtener las gracias que necesitamos. 

La belleza de la unión con María 

Ser conscientes de tener a María como Madre espiritual nos une a una comunidad más amplia de creyentes que comparten este mismo don. En todo el mundo, millones de personas honran y se encomiendan al amor maternal de María. Esta comunión de fe y amor nos acerca unos a otros y crea un vínculo especial entre los fieles. Juntos, podemos crecer en la fe, encontrar consuelo y esperanza en la maternidad de María y dar testimonio de la belleza de tener a María como Madre. 

María es Madre de la humanidad 

La belleza de tener a María, Madre de Dios, como nuestra Madre espiritual es un don que supera toda medida. Su amor maternal nos envuelve, nos guía y nos sostiene a lo largo del camino de la vida. Su intercesión ante Dios es un tesoro inestimable, y su ejemplo de humildad y devoción nos inspira a vivir una vida de fe más profunda. Podemos celebrar esta belleza con gratitud y alegría, sabiendo que María está siempre presente como Madre amorosa, dispuesta a acogernos y acompañarnos hacia Cristo. 

Siguiendo el ejemplo del Padre Claret, de nuestros Cofundadores, de nuestros Mártires Claretianos, testigos de una devoción admirable por María, encomendemos a Ella toda nuestra vida, conscientes de que en Ella encontramos una Madre siempre dispuesta a acogernos, escucharnos y amarnos impulsándonos a la misión de su Hijo. 

Y aprendamos de Ella a vivir nuestra vocación claretiana y nuestro servicio misionero en el mundo y en la Iglesia como un ejercicio maternal de ayudar a gestar y alumbrar los nuevos cielos y la nueva tierra del Reino. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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