Qué integración de la segunda generación de la inmigración
Ya había sucedido antes y se había hablado de ello. Y volverá a suceder, hasta que las razones del fenómeno sigan presentes en la sociedad: quizá latentes, interpretadas como un ligero malestar, pero listas para resurgir en cualquier momento, como parece haber ocurrido recientemente con los actos violentos en Torre Pacheco (Murcia).
La firmeza puede ser útil, pero no será la amenaza de más cárcel, penas más severas, …, lo que resolverá el problema. Es una pseudo-solución cómoda desde el punto de vista político y electoral, pero no resuelve nada, precisamente porque llega cuando todo ya ha sucedido. Sobre todo, no resuelve las situaciones que se han dejado enconar porque nadie quiere ocuparse de ellas, aunque precisamente esa debería ser la tarea de la (buena) política.
Lamentablemente, tal y como se destaca más, porque es noticia y es obvio, la mala movida y la falta de integración —aunque sean el proverbial árbol que cae y hace más ruido que el bosque que crece, que no vemos ni oímos—, también las respuestas que prevalecen son las de la mala política, todo eslóganes, frases hechas, tópicos, …, y falta tanto de reflexión más profunda y de un debate sereno como de acciones preventivas que se sitúen en un itinerario y horizonte de integración y normalización.
La integración es como un matrimonio: solo funciona si ambos miembros lo desean. Sin embargo, a menudo prevalece el rechazo, a veces atribuido a los inmigrantes que no quieren integrarse, y otras veces que practicamos los autóctonos. Por eso hay que invertir y gastar para que tenga éxito. Sabiendo que las segundas generaciones viven problemas específicos que se suman a otros problemas.
Como inmigrantes - aunque lo sean sus padres, no ellos -: el porcentaje de familias por debajo del umbral de la pobreza, entre los inmigrantes, suele mayor que entre los autóctonos; y el nivel salarial, a igualdad de trabajo y sector, puede ser incluso miles de euros al año inferior al de los autóctonos. Y como jóvenes: diferentes de sus padres, con los que a menudo es difícil encontrar un lenguaje común - porque ellos miran hacia adelante, aquí, mientras que sus padres suelen mirar hacia atrás, hacia los lugares de donde vienen, allí -; pero también diferentes de sus coetáneos, porque a veces carecen de la “ciudadanía” y, objetivamente, tienen peores perspectivas.
La rabia está ahí. Y si bien por sí sola no justifica nada - y nada debe justificarse, por otra parte -, algo puede ayudar a explicarla. De hecho, es la rabia y el deseo perverso de emerger de las segundas generaciones de todos los tiempos y de todas las latitudes, si el camino que siguen no es el del éxito personal, la elevación de la posición social, el reconocimiento.
Las bandas étnicas y las subculturas criminales existen y son peligrosas (tampoco es nada nuevo, si recordamos West Side Story). A ellas se suman nuevas formas de socialización al margen de las normas, de diversión incapaz de encontrar otras válvulas de escape, que empezamos a experimentar cada vez con más frecuencia, como las “rave parties” (free parties / fiestas rave) y las concentraciones autoorganizadas (antes a través de Facebook y ahora, con edades cada vez más bajas, en TikTok u otras redes sociales).
Sin embargo, estas formas no tienen nada que ver con la etnia. Hay que tratar de evitar generalizaciones demasiado fáciles. Y luego está la lógica de la manada. Por último, está el odio racial. Que, sí, puede tener diferentes formas y chivos expiatorios, y debería ser sancionado más severamente, también en el plano moral: empezando por los estadios y el fanatismo de las hinchadas ultra organizadas y politizadas, que deberían ser prohibidas en lugar de ser justificadas, cuando no aduladas, como tantas veces ocurre hoy en día.
Hay quehacer para todos. La escuela, las asociaciones, el deporte, los barrios, las ciudades, las regiones, el Estado. Y también hay un papel para las comunidades inmigrantes: hay que involucrarlas y responsabilizarlas, y enfrentarlas a sus propias contradicciones, pero sin demonizarlas ni marginarlas simplemente por serlo. Porque pueden desempeñar un papel muy valioso.
En nuestro país está aumentando el número de familias migrantes en las que conviven al menos dos generaciones, una situación que pone de relieve la cuestión crucial del proceso de transmisión y negociación de los valores y estilos de vida entre la primera y la segunda generación y su impacto en los procesos de integración. De hecho, las segundas generaciones, a pesar de experimentar negociaciones culturales muy complejas tanto dentro como fuera de la familia, son sin duda las protagonistas del cambio hacia la construcción de nuevas formas de integración y vínculo con la comunidad de acogida.
Me imagino que habrá que analizar esa compleja dialéctica entre la fuerza del vínculo con la cultura de origen y el deseo de diferenciación. Integrar de manera constructiva universos culturales diferentes no es una tarea sencilla ni evidente. Esto es válido para las primeras generaciones, pero sobre todo para las segundas, que, nacidas y criadas en nuestro país, se enfrentan a un doble reto en su proceso de crecimiento debido a expectativas a menudo contradictorias: como hijos de inmigrantes, viven las expectativas y los mandatos de la familia de origen y, al mismo tiempo, como segunda generación, se ven presionados por las expectativas que la sociedad de acogida tiene sobre ellos.
La dialéctica entre los dos universos culturales (el de origen y el del país de inmigración) seguramente hasta se experimenta de manera diferente por los hombres y las mujeres de la segunda generación. Para las mujeres, el vínculo con la cultura de origen y con la religión sigue siendo indispensable y «no negociable», en mayor continuidad con las orientaciones de las primeras generaciones. El miedo a perder las propias raíces queda bien reflejado en el valor simbólico del velo: aunque no está impuesto por ninguna norma jurídica o religiosa claramente definida, a menudo se convierte en símbolo de una identidad cultural (y no tanto o no solo religiosa) que diferencia y especifica la procedencia y los orígenes de las mujeres.
En el caso de los hombres, quizá exista una mayor discontinuidad con respecto a las primeras generaciones: de hecho, se muestran más orientados a la asimilación de la cultura española, menos identificados con el islam y menos practicantes. Los chicos tienen más libertad, en parte porque el proceso de transmisión sigue la línea femenina: son las mujeres las que se ocupan del patrimonio y se encargan de transmitirlo.
El biculturalismo, cuando se adopta, resulta claramente una estrategia más femenina que masculina. Aunque las jóvenes sienten con fuerza el peso de la diferencia cultural, es precisamente de ellas de quien surge una demanda más consciente de integración y la asunción de un papel de interlocutora tanto con la familia como con la sociedad española. Me imagino que es mayor y más decisiva la competencia típicamente femenina para establecer vínculos y tender puentes entre posiciones y mundos aparentemente irreconciliables.
Creo que dentro del mundo musulmán el debate sobre el papel de la mujer está presente y parece más vivo de lo que cabría esperar. De hecho, surgen posiciones variadas, algunas más «tradicionalistas» y patriarcales, otras más «modernas» (sobre todo entre los jóvenes, donde la cuestión no parece plantearse). Este tema también resulta problemático para aquellas mujeres más orientadas al diálogo, que se ven atrapadas entre la mirada de los otros (los españoles) y la mirada de su propia comunidad (los musulmanes).
Lo que puede ser tal vez claro es que se encuentran en la difícil búsqueda de un nuevo lugar en el espacio público y de una redefinición de sí mismas que tenga en cuenta el deseo de abrirse al nuevo contexto, pero al mismo tiempo no quieren decepcionar ni defraudar los mandatos tradicionales y las expectativas que la comunidad musulmana tiene depositadas en ellas.
Las características del nuevo contexto sociocultural en el que viven las familias inmigrantes ejercen un impacto considerable en los procesos identitarios posmigratorios. En el contexto histórico actual, marcado por el miedo hacia las comunidades musulmanas y por una no decreciente islamofobia, se presta especial atención a los factores relacionados con las dinámicas intergrupales (conflictos entre la comunidad autóctona y la comunidad musulmana, prejuicios y estereotipos negativos).
La discriminación percibida por los musulmanes constituye un obstáculo para los procesos de integración y adaptación, en particular de las generaciones más jóvenes. La percepción de ser discriminados y tratados injustamente está relacionada, de hecho, con estrategias encaminadas a la defensa de la propia identidad étnica y religiosa, con la dificultad de abrirse al nuevo contexto cultural, así como con signos de malestar psicológico.
Este tipo de procesos identitarios y adaptativos basados en el cierre y la separación en el propio universo cultural son más evidentes en las generaciones más jóvenes que en las primeras: pueden ser, de hecho, los hijos de inmigrantes, nacidos y/o criados en España, los que sienten más el peso de la brecha entre sus expectativas de integración/éxito y una realidad exterior que dista mucho de ser fácil.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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