domingo, 16 de marzo de 2025

La Anunciación: el Sí que cambia la historia.

La Anunciación: el Sí que cambia la historia 

En la escena de la Anunciación la clave es la visita/manifestación de Dios y la respuesta de la humanidad. Y se representa el misterio de la encarnación: el Verbo toma nuestra carne en el seno de una mujer. 

Dios, para recuperar a su criatura –el hombre– elige convertirse en esa criatura, es decir, elige encarnarse y hacerse hombre a través del vientre de una mujer. Esto no puede ser comprendido con la lógica enteramente humana, y por eso el misterio de la encarnación debe ser abordado con el aporte de una inteligencia diferente, que nos obligue a dar un salto hacia nuestra mente y considerar el mundo divino como más verdadero. Según su lógica, la fecundidad también puede ocurrir de una manera más allá de las leyes físicas. 

Aceptar la posibilidad de una fecundidad más allá de las leyes físicas significa dar más peso a lo divino y a su lógica, más perfecta que la nuestra, aunque estemos acostumbrados a ver el mundo desde una perspectiva puramente humana, dentro de la cual no podemos razonar para comprender la encarnación de Dios y la fecundidad de María. 

Cuando María, sin comprender lo que le dice el ángel, responde “fiat”, “hazlo Tú”, significa que da un salto de mentalidad, que se orienta según la lógica de Dios, no la suya propia; significa que Ella cree más en Dios y en lo que Él le dice a través del ángel, que en sus ideas, sus incomprensiones, sus dudas y sus miedos. Significa que deja que la Palabra de Dios reemplace sus conocimientos, creencias y aspiraciones. 

La escena interpreta este misterio en algunos aspectos fundamentales, que anuncian y por tanto recorren todo el camino de María en toda su belleza y su misterio: la “Ecce ancilla” de María se encuentra con el “Ecce venio” de Jesús (Hb 10,9). La Palabra llama a su puerta t María se abre a la Palabra. 

El Ángel Gabriel muestra la ternura de Dios, el respeto de la voluntad divina, que no es impetuosa, sino que, aunque llega "como una sorpresa", es delicada, para que el ser humano pueda acogerla. Por eso María confía y puede empezar a tejer la carne de la Palabra de Dios en sus entrañas de carne. Entonces, si hasta ese momento la Palabra fue escuchada, a partir de ese momento podrá ser contemplada. Por eso se dice que, para escuchar la Palabra de Dios, hay que tener buenos ojos, no oídos, porque la Palabra se ha hecho imagen: hay que verla (cf. Jn 14,9; 1 Jn 1,1-4). 

Y María deja que la Palabra pueda tejer carne en su vientre. Es el misterio de la encarnación: la respuesta de Dios a todas las expectativas del hombre y la respuesta de la humanidad, representada por María, a la venida de Dios. Ser creyente significa reconocer el anuncio de un Dios que entra con discreción y respeto en el corazón de cada persona y espera en silencio el gesto de nuestra libertad, un "sí" que nos abre a la verdadera Vida y nos hace portadores de esta misma Vida al mundo entero. 

La reacción de María es muy humana y muy cercana a nosotros. De hecho, es a través de un acto de fe, de reconocimiento del Otro, de confianza en Él, que María dice: “He aquí la esclava del Señor”. Y, al igual que el sirviente, Ella está totalmente orientada hacia su Señor. A veces simplificamos la experiencia de fe de María, pensando que Ella, siendo Inmaculada, Madre de Dios, etc., tuvo todo claro desde el primer momento, comprendió todo, vivió una fe sin esa experiencia humana tan concreta de no comprender, de dejarse abrumar por un Misterio inefable e indecible, demasiado grande para nosotros y para Ella. En cambio, Ella experimentó la oscuridad de la fe, el “no entender” (cf. Lc 2,23.50), no en vano es una mujer de fe, una mujer que vivió la experiencia de la fe muy dentro de nuestra experiencia, de nuestro camino, muy cerca de nosotros. 

Ella confía en Dios y responderá “sí”, no porque haya comprendido, sino por un motivo más profundo, que indica la verdadera actitud del creyente: primero confió en el Señor y se confió a Él, luego comprendió. Incluso bajo la cruz, envuelta en su manto y en silencio, no puede hacer otra cosa que «guardar en su corazón» (Lc 2,19) un misterio mucho más grande que Ella misma, y ​​balbucir y musitar y permanecer en su «». 

Frente a esta actitud de María, es esencial para nosotros captar la reacción del Ángel Gabriel hacia Ella, es decir, entender cómo el Ángel, que es la presencia de Dios a su lado, reacciona ante su turbación, ante su no comprensión, ante su sentirse perdida y tan pequeña, y cómo reacciona por tanto cuando nosotros vivimos la misma experiencia. 

El Ángel reacciona con infinita ternura; representa la actitud de Dios que es amor; Él es portador de la Palabra que aparece tan frecuentemente en la Biblia: ¡No tengas miedo! 

Se lo dice con palabras, y seguramente también con el tono de su voz, con su mirada, con su gesto… envolviéndola sin hacer ruido y asegurándole su protección sobre Ella todo el tiempo que sea necesario. Y así María, hablando con el Ángel, llega a decir su “”. 

Pero ¿qué sucede después del anuncio del ángel y del “sí” de María? Sucede que su Ecce ancilla, su “sí”, la convierte en madre de la Palabra, es decir, su Ecce ancilla se encuentra con el Ecce venio de la Palabra (Hb 10, 5-7), que es la única palabra que Jesús dijo al entrar en el mundo. Con esta palabra Jesús se ofrece por nuestra salvación. 

María pronuncia la misma palabra, que expresa su entrega a la tarea que el Padre le ha asignado. Del encuentro del Ecce ancilla con el Ecce venio se produce el acontecimiento de la Encarnación: María se convierte en madre, comienza a tejer la carne del Verbo de Dios en el seno materno. 

María confía en la palabra del Ángel y la Palabra viene a habitar en su seno. A partir de María el Hijo toma el cuerpo del mundo y de la historia, es decir, la humanidad. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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