domingo, 16 de marzo de 2025

"Pero Yo os digo...": deconstruir la religión para encontrar a Dios.

"Pero Yo os digo...": deconstruir la religión para encontrar a Dios 

Es como una cebolla o como un forro. Vista desde lejos, la cebolla parece compacta, una cosa única, pero no lo es. Cuando la ves de cerca te das cuenta de que tiene capas, que la puedes pelar, que puedes quitarle capas, lo cual, en lo que a las cebollas se refiere –y no solo–, es un proceso que nos hace llorar. 

Incluso las mantas parecen un solo cuerpo, pero en cambio hay costuras que unen las piezas y luego hay forros para ocultar las costuras. La manta parece un cuerpo compacto, pero no lo es. Como muchas cosas en la vida, al fin y al cabo: parecen compactas, pero no lo son. Nos acostumbramos a vivir en la apariencia de las cosas, hasta el día en que un encuentro, un rostro, un sentimiento fuerte nos ayuda a despertar y descubrir que no todo es tan compacto como parece, que hay algo diferente, que hay algo más. 

Hay todo un sistema de cosas que hace todo lo posible para que la realidad parezca compacta, bella y agradable. Hay todo un mundo que trabaja para enmascarar la realidad, sobre todo, para enmascarar las manipulaciones de la realidad. Y entonces ocurren acontecimientos que minan la compacidad, que abren visiones, que provocan una reflexión, una crisis y abren así el camino de la deconstrucción que nos lleva a la realidad, es decir, a la verdad de las cosas. 

La deconstrucción de las estructuras puestas en marcha para encubrir la manipulación de la realidad es, al mismo tiempo, un camino de liberación y de revelación. Es liberador porque, finalmente, la persona vive su relación con la realidad con libertad. Es revelador porque la revelación del proceso de deconstrucción nos lleva a la comprensión de que las intuiciones que percibimos durante el período de manipulación de la realidad eran auténticas. Esto ya es una indicación importante del método. Nos dice, de hecho, que toda persona está dotada de captar la verdad de las cosas, su realidad y, por tanto, es capaz de percibir cualquier intento de manipulación, de distorsión, de disuasión. 

En algún momento de la vida tenemos que decidir si pelamos las cebollas o las dejamos como están. Tenemos que decidir si quitamos las mantas y revisamos las costuras, o continuamos cubriéndonos como si la manta fuera un solo cuerpo. Finalmente, en algún momento de nuestra vida tenemos que decidir si seguimos creyendo en Papá Noel, o si lo ponemos en su lugar. Es decir, debemos, en un momento determinado de la vida, que sería bueno que llegase lo antes posible, decidir si vale la pena sufrir un poco, desenmascarar los mitos que nublan nuestra visión de la realidad, o hacer como si no pasara nada y pagar el altísimo precio de una vida falsa, es decir, de correr el riesgo de no vivir nunca la realidad. 

Cuando esto sucede, es decir, cuando tardamos en activar los procesos de deconstrucción y desenmascaramiento, nos sentimos mal porque vivimos mal. La conciencia se rebela cuando algo o alguien nos asfixia, nos corta las alas, nos impide volar, ser nosotros mismos. Nuestra conciencia se enoja con nosotros en lo más profundo de nuestro corazón cuando nos ve perezosos, sumisos, un poco mezquinos porque nos refugiamos detrás de nuestros miedos. Nos sentimos enojados cuando nos damos cuenta que la vida no es como la habíamos pensado o como alguien la pensó para nosotros. Y luego hay una voz dentro de nosotros, un sentimiento que nos empuja a tomarnos en nuestras manos, a tomarnos en serio, a dejar de quejarnos y arremangarnos para exponer todo y así vivir finalmente libres. 

Es el contacto con la realidad el que desenmascara las falsas superestructuras que nos impiden vivir auténticamente. Es la realidad la que provoca la onda expansiva de aquellas ideas, filosofías y teologías que cubren nuestra vida, impidiéndonos vivir auténticamente. Lo peor, y que por desgracia ocurre a menudo, es cuando las filosofías y las ideologías encuentran como aliados a los padres, quienes no tienen tiempo de comprobar si estas ideologías se ajustan a la realidad o no. ¡Pobre alma joven que encuentra dentro de su propia casa la alianza diabólica de sus padres con los traficantes de ideologías desvitalizantes y castradoras! 

Será difícil salir de esta jaula de locos, pero se puede hacer. Siempre hay, de hecho, un día en el que nos encontramos con algo real, en el que percibimos que el mundo no es como nos lo venden. Siempre hay un día en que el alma joven respira el aire de la libertad y, cuando esto sucede, podemos estar seguros de que hará todo lo posible para sacudirse la podredumbre de las filosofías y teologías que, como cadenas, la mantienen en una jaula. Quien huele el aroma de la libertad, especialmente cuando ese aroma nos llega en nuestra juventud, difícilmente lo olvidará. 

El primer elemento fundamental de este proceso de desenmascaramiento, que es al mismo tiempo un proceso de deconstrucción, consiste en distanciarnos de los magos, charlatanes, estafadores de pacotilla que, por muchas razones, hemos encontrado en nuestro camino y que nos han llenado la cabeza de tonterías. 

Creo que esta sana despedida de los charlatanes es imposible sin encontrarme con alguien que ya haya pasado por eso, alguien que ya se haya liberado del mundo del sinsentido, del enmascaramiento de la realidad. Ya sabemos que muchos de estos charlatanes visten sotanas negras y pasean por las Iglesias. Hay toda una religión que no es un camino hacia la libertad. Es un instrumento diabólico de esclavitud y muerte. ¿Cuántas personas encontramos que ingenuamente siguen a alguien o a un grupo, pensando que están caminando en el camino del Señor y en cambio están caminando en el camino de lo diabólico? 

El segundo elemento del proceso de deconstrucción es el amor a la libertad que, al mismo tiempo, es amor a la vida. Los que aman la vida no aceptan cárceles de ningún tipo y luego, cuando sienten amenazada su libertad se rebelan, tratan de comprender. Aquellos que aman la vida, aquellos que desean una vida plena y libre, nunca se dan por vencidos. 

Es el amor a la vida o, como diría Nietzsche, el amor a la tierra lo que nos empuja a desechar todas esas estructuras formadas a lo largo del tiempo que sofocan la vida en lugar de liberarla. Es la fuerza interior que nace de lo más profundo de nuestras vísceras, que anhela la libertad, que no acepta una vida de muerte, una vida asfixiada por superestructuras formadas a lo largo del tiempo y que ya no tienen conexión con la realidad vivida hoy. Es el amor y el respeto que nos tenemos a nosotros mismos lo que, en un determinado punto del camino, nos lleva a desechar toda resignación, todos los mandatos injustificados, a mirarnos mejor en nuestro interior, a no tener que pasar toda la vida sometidos a imposiciones sin sentido. 

El mayor Maestro de todo camino de deconstrucción, que es a la vez un camino de desenmascaramiento, es Jesús. Fue precisamente Él quien, en diversas circunstancias, desenmascaró la hipocresía de los fariseos, quienes manipulaban la Palabra de Dios para controlar al pueblo y mantener el poder. “Así que invalidáis la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y hacéis muchas cosas semejantes” (Mc 7,13). 

Reemplazar la Palabra de Dios por la tradición humana: esto es lo que ha sucedido a lo largo de los siglos, llevando a miles de personas a someterse a leyes humanas, creyéndolas Palabra de Dios. Jesús lo descubrió en sus años de juventud, pasados ​​en silencio, atento a lo que sucedía a su alrededor, a cómo se movían los fariseos y cómo sufría la gente. 

Sin duda, en algún momento debió captar la contradicción entre quienes en todo momento tenían la Palabra de Dios en la boca y lo que esa así llamada palabra producía en el pueblo, es decir, miseria, pobreza, injusticia, sufrimiento. Fue la realidad escuchada con atención la que llevó a Jesús a comprender el engaño, a comprender que quienes hablaban en nombre de Dios en realidad hablaban por sí mismos y por sus propios intereses turbios. 

Y entonces, un día decidió ayudar a los hombres a liberarse de todas las tonterías de los hombres en el poder, a desenmascarar el engaño de los fariseos, a deconstruir todas esas leyes que asfixiaban la libertad de los hombres y de las mujeres para mostrarles el verdadero rostro de Dios que es Padre y Madre, el sentido profundo de su Palabra que es misericordia, el verdadero deseo del corazón del Padre que consiste en dar vida y vida en abundancia. 

Ésta es la gran tarea de la Iglesia en esta era postcristiana: ayudar a los hombres a liberarse del sinsentido de determinada concepción y experiencia de la religión, ofrecer instrumentos para que todos puedan experimentar de primera mano el amor de Dios, su justicia, su libertad. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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