domingo, 16 de marzo de 2025

La unción de Betania: un derroche de afecto por Jesús.

La unción de Betania: un derroche de afecto por Jesús 

La Semana Santa comienza con un Evangelio extraordinario. 

Una cena en casa con amigos, una mujer, manos y cabellos empapados de perfume, no hay palabras, las manos y su ternura hablan. 

Llegará el tiempo de las llagas, pero por ahora sólo brotan caricias en el cuerpo de Jesús. 

Ese perfume valía diez veces el precio de Judas. 

La mujer paga diez veces el dinero de la traición, le dice a Jesús: ¡alguien te traicionará y te venderá, pero yo te amaré y te compraré diez veces más! 

Tiene en sus manos los pies de Jesús, del viajero, del caminante, los pies del itinerante que no tiene dónde reposar la cabeza y de quien ha recorrido todos los pueblos de Galilea. 

María los abraza para decirle: no te vayas más, quédate aquí, conmigo, con nosotros. Y quiero que sepas que dondequiera que Tú vayas, yo iré, y tu Dios será el mío. 

Y el corazón de Jesús recibe, de las caricias de aquellas manos que le ungen, un balsámico conforto y una grande y fuerza feliz. 

Una caricia, cuando es verdadera, transforma a un hombre. 

Y la unción de Betania, este conmovedor lavatorio de los pies, anticipa tres días el otro lavatorio, el de Jesús a sus discípulos y, quién sabe, quizá lo inspira. 

Jesús aprende los gestos fuertes del amor de una mujer. 

Aquí el hombre y Dios se encuentran: cuando ama, el hombre realiza gestos divinos. Cuando el hombre ama a Dios hace cosas muy humanas. 

Y la casa se llenó de perfume. 

¿De qué sirve un poco de perfume en nuestra historia? 

El perfume no cambió el destino de Jesús, no cambiará el nuestro, pero cambia el aire, la atmósfera de la casa y del corazón. 

Intentemos, en familia y en casa, como María, inventar una caricia nueva, una declaración de amor para decir, sin palabras: eres precioso para mí. Diez veces precioso. Eres invaluable... darte un precio sería despreciarte. 

Una cosa que aprendemos de este Evangelio: ¡lo preciosa que es la vida! 

Quizás una vida vale poco, pero nada vale tanto como una vida.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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