lunes, 24 de noviembre de 2025

María, Virgen y Madre de la espera.

María, Virgen y Madre de la espera 

Si buscamos un motivo ejemplar que pueda inspirar nuestros pasos y dar agilidad al ritmo de nuestro camino en este período que nos separa de la Navidad, debemos referirnos sin duda a la Virgen María. 

Ella es la Virgen de la espera, la Virgen del Adviento, la Madre de la espera. 

¿Por qué en el Evangelio, incluso antes de que se nos diga su nombre, se nos habla de un estremecimiento de espera que ardía en su alma? 

San Lucas, antes incluso de decirnos que «su nombre era María» (Lc 1, 26), nos dice otra cosa: «En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado a una joven prometida a un hombre llamado José, de la casa de David» (Lc 1, 26-27). 

«Prometida», es decir, ¡novia! Sabemos que la palabra novia es vivida por toda mujer como un preludio de misteriosas ternuras, de esperanzas. La novia es la que espera. 

También María esperaba; estaba a la espera, escuchando: ¿pero a quién? ¡A él, a José! Escuchaba el susurro de sus sandalias sobre el polvo, por la tarde, cuando él, perfumado con barniz y resina de las maderas que trataba con sus manos, iba a verla y le hablaba de sus sueños. 

María se presenta como la mujer que espera. Es decir, la prometida. Solo después se nos dice su nombre. La espera es la primera pincelada con la que san Lucas pinta a María, pero también es la última. 

Y, de hecho, es siempre San Lucas el pintor que, en los Hechos de los Apóstoles, pinta el último trazo con el que María se despide de la Escritura. 

También aquí María está esperando, en el piso superior, junto con los Apóstoles; esperando al Espíritu (Hch 1, 13-14); también aquí está escuchándolo, esperando su susurro: antes el de las sandalias de José, ahora el del ala del Espíritu Santo, perfumado de santidad y de sueños. Esperaba que descendiera sobre los Apóstoles, sobre la Iglesia naciente, para indicarle el camino de su misión. 

Vemos que María, en el Evangelio, se presenta como la Virgen de la espera y se despide de la Escritura como la Madre de la espera: se presenta esperando a José, se despide esperando al Espíritu. 

Virgen en espera, al principio. Madre en espera, al final. 

Y en el arco sostenido por estas dos inquietudes, una tan humana y la otra tan divina, otras cien esperanzas angustiosas. 

La espera del hijo, durante nueve largos meses. 

La espera de los trámites legales celebrados con migajas de pobreza y alegrías familiares. 

La espera del día, el único que ella habría querido posponer una y otra vez, en el que su hijo saldría de casa para no volver jamás. 

La espera de la «hora»: la única por la que no habría sabido frenar la impaciencia y de la que, antes de tiempo, habría derramado la carga de gracia sobre la mesa de los hombres. 

La espera del último suspiro de su único hijo clavado en el madero de la cruz. 

La espera del tercer día, vivida en soledad, frente a la roca. 

Esperar: infinitivo del verbo amar. Más bien, en el vocabulario de María, amar infinitamente. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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