Carta Apostólica "In unitate fidei": retorno a lo esencial
En la solemnidad de Cristo Rey, y en vísperas de su primer viaje apostólico a Turquía, el Papa León XIV ha firmado la Carta Apostólica “In unitate fidei” (https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/apost_letters/documents/20251123-in-unitate-fidei.html), en el 1700 aniversario del Concilio de Nicea. Un documento que, en cierto modo, también esboza algunos elementos de la orientación teológica y pastoral de su pontificado.
El primer viaje apostólico del Papa León XIV, programado del 27 de noviembre al 2 de diciembre, tendrá precisamente una etapa particularmente significativa: Iznik, la antigua Nicea, lugar del Concilio de 325, donde se formuló el Credo que aún hoy une a la comunidad cristiana.
La intención es «custodiar y transmitir con amor y con alegría el don recibido», retomando el lenguaje del Credo niceno: Jesucristo, Hijo único de Dios, «que bajó del cielo para nuestra salvación».
El Papa no propone una relectura histórica de Nicea, sino que reconecta el dogma cristológico vinculado a ella con los retos actuales, insistiendo en que la teología no es una conservación pasiva, sino un ejercicio continuo de discernimiento a la luz de la Tradición.
La fe, recuerda el Papa, no es un proyecto humano que se modela según las modas culturales, sino un don que hay que acoger, custodiar y transmitir.
Refiriéndose a los Evangelios y a las cartas paulinas, el Papa León XIV identifica en la filiación divina de Cristo el centro de la Revelación. Por eso, el Credo niceno no representa un vestigio histórico, sino un baluarte que protege la verdad de los errores de cada época.
Al igual que en el siglo IV Arrio intentó hacer «más comprensible» el misterio reduciendo la divinidad del Hijo, hoy —advierte el Papa— sigue existiendo la tentación de moldear el cristianismo según los criterios de la cultura dominante.
Los Padres, recuerda el Papa León XIV, utilizaron categorías filosóficas como ‘ousia’ y ‘homoousios’ no para complicar la fe, sino para protegerla. La misma tarea le espera hoy a la teología: no negociar la verdad, sino expresarla con fidelidad.
Uno de los pasajes particularmente autorizados de la Carta publicada se refiere a la divinización, la gran intuición de los Padres griegos.
Citando a San Atanasio, Cristo se hizo hombre «para poder divinizarnos». El Papa León XIV recuerda que la vocación última de la humanidad es la participación en la vida divina, como afirma también la Segunda Carta de Pedro. No se trata de una fusión mística ni de una exaltación individual: es participación en la vida divina.
De ahí deriva también la dimensión ética de la fe. Profesar «un solo Dios, Padre todopoderoso» implica una nueva mirada sobre la creación, no como un bien para consumir, sino como un don para custodiar.
Del mismo modo, reconocer a Jesús como «Señor y Dios» implica una existencia modelada a su imagen. Y la caridad, explica el Papa, no es un añadido moral, sino una consecuencia ontológica de la Encarnación: «lo hicisteis a mí».
La Carta dedica una amplia reflexión al valor ecuménico del primer Concilio. Para el Papa León XIV, lo que une a los cristianos —el Credo niceno— es más grande que las diferencias que aún persisten. Sin embargo, no propone un ecumenismo irénico o superficial: la unidad nace de la verdad recibida, no del aplanamiento de las identidades.
La Trinidad, modelo de comunión en la diversidad, es el paradigma de la unidad cristiana. Y solo el Espíritu Santo, concluye el Papa, puede «unir los corazones y las mentes de los creyentes».
Volviendo al lenguaje del Concilio de Nicea, el Papa León XIV sostiene que la Iglesia solo puede renovarse reconectándose con la verdad que la generó. Confesar a Jesús como «Dios verdadero de Dios verdadero» no es una herencia del pasado, sino la respuesta más concreta a las crisis espirituales, culturales y antropológicas del presente.
El Concilio de Nicea no es un monumento: es el punto en el que se encuentran la revelación cristiana y la vocación del ser humano, llamado a entrar en la vida de Dios a través de su Hijo eterno, que se ha hecho nuestro hermano.
En la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos del próximo año 2026 (https://www.christianunity.va/content/dam/unitacristiani/Settimana%20di%20preghiera%20per%20unit%C3%A0/2026/ES%202026%20SOUC.pdf) éste será el lema “Uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como una es la esperanza a la que habéis sido llamados” - Efesios 4,4 -.
La Carta del Papa León XIV nos recuerda que en este ámbito ecuménico, «¡realmente lo que nos une es mucho más de lo que nos divide! De este modo, en un mundo dividido y desgarrado por muchos conflictos, la única Comunidad cristiana universal puede ser signo de paz e instrumento de reconciliación, contribuyendo de modo decisivo a un compromiso mundial por la paz».
Así lo afirma el Papa León en la conclusión de la Carta. «El Concilio de Nicea», escribe, «es actual por su altísimo valor ecuménico».
El logro de la unidad de todos los cristianos fue uno de los principales objetivos del último Concilio, el Concilio Vaticano II, ahora que estamos a las puertas del día 8 de diciembre y, por lo tanto, a los 60 años de su conclusión en el año 1965.
«Finalmente, el Concilio de Nicea es actual por su altísimo valor ecuménico. A este propósito, la consecución de la unidad de todos los cristianos fue uno de los objetivos principales del último Concilio, el Vaticano II. Treinta años atrás exactamente, San Juan Pablo II prosiguió y promovió el mensaje conciliar en la Encíclica ‘Ut unum sint’ (25 de mayo de 1995). Así, con la gran conmemoración del primer Concilio de Nicea, celebramos también el aniversario de la primera encíclica ecuménica. Ella puede considerarse como un manifiesto que ha actualizado aquellas mismas bases ecuménicas puestas por el Concilio de Nicea».
«El movimiento ecuménico», continúa, «ha alcanzado bastantes resultados en los últimos sesenta años. Aunque la plena unidad visible con las Iglesias ortodoxas y ortodoxas orientales y con las comunidades eclesiales surgidas de la Reforma aún no nos ha sido dada, el diálogo ecuménico nos ha llevado» a «reconocer a nuestros hermanos y hermanas en Jesucristo en los hermanos y hermanas de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales y a redescubrir la única y universal Comunidad de los discípulos de Cristo en todo el mundo. Compartimos de hecho la fe en el único y solo Dios, Padre de todos los hombres, confesamos juntos al único Señor y verdadero Hijo de Dios Jesucristo y al único Espíritu Santo, que nos inspira y nos impulsa a la plena unidad y al testimonio común del Evangelio».
«Para poder ejercer este ministerio de modo creíble» el Papa invoca que «debemos caminar juntos para alcanzar la unidad y la reconciliación entre todos los cristianos. El Credo de Nicea puede ser la base y el criterio de referencia de este camino. Nos propone, de hecho, un modelo de verdadera unidad en la legítima diversidad».
«Debemos dejar atrás controversias teológicas que han perdido su razón de ser para adquirir un pensamiento común y, más aún, una oración común al Espíritu Santo, para que nos reúna a todos en una sola fe y un solo amor».
«Esto no significa un ecumenismo de retorno al estado anterior a las divisiones», aclara, «ni un reconocimiento recíproco del actual statu quo de la diversidad de las Iglesias y Comunidades eclesiales, sino más bien un ecumenismo orientado al futuro, de reconciliación en el camino del diálogo, de intercambio de nuestros dones y patrimonios espirituales. El restablecimiento de la unidad entre los cristianos no nos empobrece, al contrario, nos enriquece».
Acabo ya esta reflexión con un apunte de mi impresión personal. Al leer esta Carta Apostólica “In unitate fidei” del Papa León XIV, he tenido una sensación: como que el Papa Leñon XIV hubiera pretendido no limitarse a recordar un Concilio del pasado, sino indicar y proponer un criterio de discernimiento para el presente: ir a la raíz del Concilio de Nicea.
Y entiendo que esta elección puede decir mucho más que muchas declaraciones. Porque es un gesto de una actitud espiritual que no se impone con fuerza y, precisamente por eso, se vuelve más profundo.
La Iglesia no se reencuentra a sí misma partiendo de sus dinámicas internas, sino volviendo a la verdad que la sustenta. A su manera, el Papa León XIV nos recuerda que la unidad nace de Jesucristo.
La Carta relanza de manera clara la pregunta que lo decide todo: ¿quién es Jesús? La Iglesia cristiana es aquella que se centra y se concentra en esta pregunta. Y el Papa León XIV responde como los Padres de Nicea: Jesucristo es el Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre. Aquí está la Buena Nueva que salva al mundo.
El Papa no aborda las tensiones eclesiales de manera directa, porque lo hace de una manera más radical. Reenfoca la fe, reenfoca la revelación, reenfoca la cristología. Es una llamada silenciosa y muy elocuente. Y dice a las Iglesias cristianas que ninguna reforma será fructífera si no nace de aquí. Ningún camino ecuménico dará fruto si no permanece arraigado en esta verdad.
Y precisamente también por eso, esta Carta Apostólica del Papa León XIV es valiosa. No se trata de buscar la unidad en el consenso mutuo sino que indica que la unidad está en el Símbolo de la fe, no en las soluciones diplomáticas. Nos dice que la unidad no se improvisa. La unidad nace de la adoración del Hijo de Dios que descendió por nosotros, cuyo amor en la cruz es creíble precisamente porque es amor divino.
De esta verdad deriva también nuestra mayor esperanza: la divinización. Si Cristo es «de la misma sustancia que el Padre», entonces su descenso a nuestra carne nos abre el camino para ser hechos «hijos en el Hijo». La fe en el Dios verdadero no es una doctrina pesada, sino la promesa de nuestra verdadera y plena humanización. La caridad, por lo tanto, no es una actividad paralela a la teología, sino su consecuencia natural y luminosa.
Esta Carta ofrece la Iglesia cristiana una brújula sencilla y seria. Caminar juntos solo puede ser un don si permanecemos unidos en la verdad sobre Jesucristo. Se trata de discernir a la luz del Concilio de Nicea. Aquel Símbolo de la fe no es un texto del pasado sino que quiere ser una raíz viva.
En este discernimiento, esta Carta nos recuerda también que escuchemos la sabiduría humilde, recordando la provocación de San Hilario: «Los oídos del pueblo son más santos que los corazones de los sacerdotes». El Papa nos invita a reconocer la clara intuición de la verdad que a menudo reside en la fe sencilla y no adulterada del Pueblo de Dios. El camino ecuménico es fecundo cuando escucha la verdad que el Espíritu guarda en cada bautizado acudiendo al Credo como criterio para distinguir lo que centra y concentra de lo que dispersa.
El Papa no pide volver a las formas antiguas. Pide volver al fuego vivo que lo generó todo. Invita a una fe que se convierta en vida. A una unidad que no sea frágil, porque no depende de los equilibrios humanos, sino de la verdad del Hijo de Dios.
Por eso, en un momento en el que la Iglesia se pregunta muchas cosas, “In unitate fidei” ofrece una contribución decisiva. No responde a los problemas uno por uno. Los ilumina. Indica dónde mirar. Indica por dónde empezar de nuevo. Indica lo que no pasa.
Y mientras el Papa León XIV se dirige a Iznik, lugar del primer Concilio ecuménico, se comprende que el camino hacia el futuro requiere tanto de la fidelidad a una confesión de fe que nace de la revelación de una persona en la historia, como de la inspiración del Espíritu Santo que acompañe, sostenga y guíe a profundizar y a regresar a lo esencial del itinerario y relato de aquella persona.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



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