Mi extrañeza, Papa León XIV
Siempre me he preguntado si el poder temporal del Papa es coherente con el mandamiento del Señor de estar «en el mundo pero sin ser del mundo», o si, por el contrario, vincula a los sucesores de Pedro a la lógica de los principados y reinos de este mundo, aquellos que el diablo promete a Jesús en las tentaciones, considerándolos suyos.
No sé qué respuesta hubiera dado el Papa Francisco.
Ahora ya no importa. Sospecho que un Papa siente, piensa y actúa no
según el mundo sino según el Evangelio. Por eso es capaz de desconcertar a
todos sus interlocutores porque la profecía y la potestad papal quizá nunca han
coincidido en los dos mil años de historia de la Iglesia.
El discurso de Jesús era sí, sí, no, no:
contraviniendo así la primera regla del poder terrenal, la de la mentira
sistemática... por diplomáticamente respetuosa que sea.
A estas alturas de mi andadura cristiana, ya sé que el
Papa no es un profeta. El Papa se mueve en la normalidad del ejercicio del
poder. Hasta aquí nada extraño. Quizá el «extraño» era el Papa Francisco. Pero,
como digo, ahora ya no importa el Papa Francisco. A cada momento, su Papa.
La audiencia concedida al Jefe de Estado de Israel,
Isaac Herzog, no sé si es normal. Tampoco sé si esa audiencia muestra prudencia
y sabiduría. Por supuesto, evangélicas. La bandera israelí en el patio de San Dámaso, los honores
militares rendidos por la Guardia Suiza, el apretón de manos ante los
fotógrafos, el intercambio de regalos, el tono del comunicado de prensa, …
Digo esto porque Isaac Herzog representa lo que representa:
un Estado bajo un gobierno genocida. Creo que fue el Papa Francisco, en
sintonía con la ciencia jurídica y la conciencia del mundo, quien calificó de
«genocidio» lo que estaba ocurriendo en Gaza. Y lo que allí sigue ocurriendo a
día de hoy.
La Historia de la Iglesia cuenta que Adolf Hitler
llegó a Roma, en 1938, y que el Papa Pío XI hizo cerrar incluso los Museos
Vaticanos y se retiró a Castel Gandolfo. Aquel Papa dejaba clara su indignación
hacia quien se disponía a cometer el genocidio del Holocausto. La escalada era
tal que no se podía callar: el Evangelio prevalecía sobre la razón de Estado en
un gesto profético. ¿Y ahora?
No quiero entrar a valorar el comunicado final del
Jefe de Estado de Israel. Como tampoco quiero hacer lo propio con el comunicado
oficial de la Sala de Prensa de la Santa Sede. El contenido de ambos me deja,
voy a decirlo así, perplejo. Hay comentaristas más avezados que yo para esa labor
de lectura e interpretación.
Desconozco si Gaza está ahora más acompañada o más
sola. Tengo mis dudas, por lo tanto
tampoco lo sé a ciencia cierta, si la Santa Sede es ahora más débil o fuerte,
más creíble o menos. Intuyo, siempre desde fuera, que hasta quizá ha sido Israel
el que se haya podido beneficiar de esta visita en cuestión.
Sí me temo, pero el tiempo lo dirá, que el genocidio
de Gaza es un acontecimiento decisivo en la historia de la humanidad. Siempre
desde fuera, uno tiene la sensación que de que ha faltado a la Santa Sede la “parresía”
de Aquél que dijo «en el mundo pero sin ser del mundo». Y, me temo, es en la
Iglesia de los sin poder donde permanece encendida la llama del Evangelio «en
el mundo» aunque sea como pábilo vacilante.
Benjamin Netanyahu tiene una orden de captura emitida
por el más alto tribunal internacional que se ocupa de los crímenes cometidos
por individuos, la Corte Penal Internacional de La Haya. Sobre Isaac Herzog no
pesa ninguna orden de detención, al menos por el momento, y por lo tanto es
quien más puede comprometerse en una tarea diplomática a favor del país que
preside como Jefe de Estado.
Y, sin embargo, esto no significa que Isaac Herzog
pueda desentenderse del genocidio que Israel está cometiendo contra los
palestinos. Es el Presidente de ese Estado, es decir, el cargo más alto del
país. Y, de hecho, ha apoyado y apoya las decisiones del Gobierno de Israel como
lo ha confirmado en sus discursos.
Me quedan en la memoria unas palabras de Isaac Herzog:
«Es toda la nación palestina la responsable». Es decir, culpa colectiva… luego castigo
colectivo... Una lógica tan aplastante como bárbara y salvaje... Es decir, todos los palestinos son responsables de todo: un cuerpo
único que es responsable, sobre todo, de no haberse rendido. De no haber dejado
campo libre a la «afirmación» del Estado sionista en la tierra de Palestina.
Éste es el protagonista israelí, el Presidente Isaac
Herzog, a quien el Papa León XIV estrechó la mano y recibió con todos los
honores posibles. Por lo menos, y como he dicho, muestro mi extrañeza… la que
no tiene que ver con la diplomacia de este mundo... y tampoco con la de la Santa Sede.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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