martes, 9 de septiembre de 2025

A lo mejor no todo está perdido.

A lo mejor no todo está perdido

Una flotilla partió hacia Gaza, cargada de humanidad. Benjamin Netanyahu, al que la Corte Penal de la Haya ha ordenado el arresto por crímenes de guerra y de lesa humanidad, los considera terroristas y el ministro Ben Gvir garantiza a los activistas una dura pena de prisión. El cinismo despiadado de los ultraortodoxos se ha convertido en un estatus colectivo en el Gobierno israelí.

 

Alguien consideró que el cinismo es una forma de alienación que impide asumir una verdadera responsabilidad moral y que genera un proceso de deshumanización del otro: de hecho, los palestinos no son seres humanos, solo números y cosas molestas que hay que eliminar. Y la política europea, cobarde, condescendiente, pusilánime se limita a observar la aniquilación deliberada de un pueblo: algunas reprimendas diplomáticas de rigor, pero ninguna intervención concreta y decisiva para detener la inmensa tragedia.

 

La iniciativa de esta flotilla es un hecho humanitario, pero al mismo tiempo una defensa del Estado de derecho. Y es que el Estado de derecho ya no es asunto de la política de estos políticos que han perdido el control de los valores democráticos. Ante el fracaso de la política, a lo mejor es la sociedad civil la que puede asumir la protección de la carta de los derechos.

 

La flotilla humanitaria está poniendo de manifiesto de forma clamorosa la ruptura ¿definitiva? y dramática entre una parte, quizá aún minoritaria, pero activa y vital, de la sociedad civil y la política actual, dominada por la arrogancia, la ley del más fuerte y las ambiciones neoimperialistas de algunos países.

 

No es fácil negar que el mundo actual esté sometido al narcisismo maligno de algunos personajes que dominan la escena. Omito nombres concretos de aquellos que hacen de la prepotencia y el desprecio de todos los derechos su bandera. Es una página vergonzosa que condena a toda una generación.

 

Hoy en día nos guían personajes que son casos clínicos disfrazados de políticos. Para explicar su comportamiento no se necesitan politólogos, sino psiquiatras.

 

Erich Fromm, en el lejano 1964 del remoto siglo XX, introdujo para ellos la categoría de "narcisistas malignos" e ilustró sus características: falta de empatía, ausencia de remordimiento, tendencia a herir y manipular a los demás, deshumanización de las personas con las que se relaciona, percepción grandiosa de sí mismos.

 

Creo que es fácil poner nombre y apellidos a los miembros de esta categoría: ¡hay mucho donde elegir y no hay discriminación de género! A su séquito le sigue un gran número de imbéciles pusilánimes y serviles a los que, por nuestra grave culpa, tendemos a subestimar y nos obstinamos en votar.

 

Toda sociedad corre el riesgo de decadencia cuando la política se convierte en rehén de la mediocridad y la autorreferencialidad. Los hechos del mundo nos indican que el fenómeno está en marcha. Nos faltan estadistas de altura moral ante la devastación que están causando los gobernantes con «embriaguez de poder» por «supuestos intereses nacionales».

 

A este punto incluso se puede perder la centralidad del derecho internacional. ¿O ya lo hemos perdido? Hay quien dice que la «regresión» está en marcha y que será difícil invertir el rumbo. No hay Adenauers ni De Gasperis ni de Schumans en circulación. Las armas de destrucción masiva exhibidas por los narcisistas malignos delinean el nuevo mundo de los imperios.

 

Voy albergando poca confianza en las buenas intenciones de la humanidad y en su propensión a buscar el bien común. El principio de la opresión del otro me parece una constante de la historia. El Ministerio de Guerra resucitado por Donald Trump y las diversas exhibiciones de armas de destrucción masiva no me animan precisamente a cambiar de opinión. La opresión se ha convertido hoy en día en un rasgo de la nueva política a la que están sucumbiendo las democracias agotadas.

 

Y en este escenario, y ante este panorama, lo confieso, una flotilla hacia Gaza me hace pensar que quizá no todo está perdido.


P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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