jueves, 23 de octubre de 2025

Vox de Rosalía.

Vox de Rosalía 

Soy cristiano, intento vivir según las enseñanzas de la gran tradición cristiana. Y voy aprendiendo que lo invisible es más real que lo visible. Pero también somos humanos, amantes de un Dios «encarnado», al que se puede tocar, comer y beber, por lo que no puedo negar que me ha llamado la atención el itinerario y la música de Rosalía. 

La vida espiritual es fluidez, maleabilidad. Necesitamos encontrar ese fondo maleable, primitivo, original que teníamos cuando éramos niños y estábamos abiertos a todas las posibilidades; hay que recuperar ese estado original, casi edénico. 

Creo que también a esto se refería el Maestro cuando decía: «En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mateo 18, 3). A lo mejor no se refiere solamente a una hipotética «inocencia» de los niños. 

Es necesario vaciarnos para ser siempre nuevos, no debemos «llenar» el vacío sino aprender a vaciarnos a nuestra vez. Es decir, convertirnos en artistas. No me refiero al nivel de, en este caso, Rosalía, sino a ser creativos como ella, nuevos, abiertos a la inspiración. 

Una vez que nos hemos vaciado podemos nacer o renacer. 

Los mitos de todos los pueblos nos enseñan que la semilla que desaparece en la tierra se convertirá en grano, la semilla del hombre inmersa en el vientre de la mujer se convertirá en vida, el ermitaño desaparecido en la cueva se convertirá en santo... 

El místico, al vaciarse de sí mismo, obtiene beneficios preciosos, se percibe en su propia nulidad que anula también toda presunción y se convierte así en una copa que puede ser llenada de vida divina. 

El asceta y el místico siempre se esfuerzan también por alcanzar el desapego de las cosas, del éxito, de las posesiones… y por eso cambian el objeto de sus deseos, no se conforman con las pequeñas alegrías cotidianas, hacen como un ermitaño que renuncia a sí mismo… viviendo en una especie de ascetismo y mística cotidianos, vaciándose de los lazos para buscar otra cosa, o mejor dicho, al Otro, y poder decirle... «Voy a buscarte… Quiero encontrarte… Permíteme ver tu rostro». 

En El secreto de la flor de oro, un texto místico taoísta, se enseña que hay que «fijar el corazón celestial justo en el Centro y olvidarse, tranquilos y puros, llenos de poder y vacío. La conciencia se disuelve en la contemplación y, si se permanece firme, en calma, de repente comienza el proceso de liberación del Cielo». 

Una persona que me enseñó a meditar decía que para superar el miedo a nuestra relación con las terribles fuerzas de la naturaleza, sobre todo el miedo al gran encuentro después de la muerte, el hombre solo tiene prácticamente la solución mística. 

En la experiencia mística, el iniciado siente que debe perderse en Dios. La experiencia máxima, la del éxtasis, es la unión total del hombre con la divinidad. El hombre en la oración mística es alimentado por Dios y, al mismo tiempo, se deja llevar por la divinidad, se deja comer por Dios. 

La poetisa Emily Dickinson sugería que para llenar un vacío hay que introducir lo que lo ha causado. Si lo llenas con otra cosa, abrirá aún más sus fauces. No se cierra un abismo con aire. Este vacío que hay que descubrir en nosotros, debe llenarse de música, de canto, de belleza: de realidades que son intangibles y, por lo tanto, no nos privan del vacío creativo, sino que lo transforman en el vacío que todo lo genera. 

Entre los pueblos primitivos, casi siempre un canto acompaña la llegada de la luz sobre las tinieblas primordiales. El mugido del toro celeste de Ahura Mazda evoca la luz en el antiguo mito iraní, los Vedas hablan del grito de una vaca luminosa en el cielo, en sánscrito «luz» se dice «svar», «sonido»: y el término «svara» connota simultáneamente una respiración, una vocal, el sonido de una nota musical. La música es luz, vence a la oscuridad, llena ese vacío primordial dejándolo tal cual. 

Seguramente la suya no es la música de quien tiene toda la «Verdad». Yo confieso que tengo un problema con la «verdad», con mayúscula o sin ella. Me gusta buscarla e, intuyo, quizá equivocadamente, que la música de Rosalía trata de lograr de manera bella y hermosa la unión entre la búsqueda espiritual y la experimentación artística. 

Yo lo llamo «encuentro». Encuentro artístico, encuentro espiritual. Para mí es claro que para un ser humano abierto al encuentro hay apertura, por lo que su espiritualidad no tiene por qué ser necesariamente confesional. Es una espiritualidad que puedo imaginar o sentir más cercana al misterio de Dios creador de todas las cosas y, por lo tanto, también de toda espiritualidad y de cualquier espiritualidad. 

Así, la búsqueda de Rosalía facilita la escucha, el encuentro musical, con la comunicación transversal de la espiritualidad. Y para mí hoy, al volver a escuchar algunas de sus canciones en Internet, resulta menos misterioso entender lo que decía uno de los padres del humanismo, Nicolás de Cusa cuando hablaba de «una religión según diferentes ritos». 

Él no decía que existe una sola religión, igual para todos, no, sino que decía que todos adoramos a Dios según ritos diferentes, que son nuestras religiones, las diversas confesiones. No hay una superreligión sino un encuentro de los vientos, de las diferentes formas en que soplan, tocan, según un único diseño de diferentes maneras, como la religión se manifiesta en diferentes ritos. 

Creo que la música de Rosalía nos acompaña llevando lo complejo a nuestra simplicidad pero también llevando nuestra simplicidad a lo complejo a través del arte, la música, muchas músicas, poemas fantásticos. Y seguramente también esto es lo que atrae a quienes no pueden ser confesionales. 

La música de Rosalía y su espiritualidad ayudan a seguir siendo quienes somos, conscientes de que los encuentros que podemos tener y que tenemos son nuestra posible riqueza. Mientras buscamos, como todos ayer y mañana. Pero con conciencia de búsqueda. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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