No arruinar el presente por un pasado que no tiene futuro
Soren Kierkegaard, al explorar la angustia relacionada con la libertad y la posibilidad, podría haber visto en esta frase una llamada a la necesidad de vivir plenamente el presente. Para él, la angustia nace de la conciencia de poder elegir y de tener que enfrentarse constantemente a la posibilidad y al infinito.
Para Soren Kierkegaard, darle vueltas al siempre nostálgico pasado sería una forma de huir de la propia libertad, un rechazo de la tarea existencial de convertirse en uno mismo en el presente, continuamente moldeado por las elecciones y las posibilidades.
Zhuangzi, uno de los filósofos taoístas más importantes, podría haber ofrecido una perspectiva que subraya la armonía con el flujo natural de la existencia, invitándonos a no quedarnos anclados en lo que ya ha pasado y no se puede cambiar. Para Zhuangzi, la vida está en constante cambio, y aferrarse a un pasado inmutable es como intentar detener el curso de un río con las manos.
En cambio, deberíamos aprender a «flotar» con las corrientes de la vida, aceptando el cambio y las transformaciones como partes integrantes de la existencia.
Esto no significa ignorar el pasado u olvidarlo, sino más bien verlo como un paso en el camino más amplio de nuestra vida, que nos guía a vivir el presente con mayor conciencia, apertura y capacidad de adaptación.
Esa frase que he puesto como título de mi reflexión me ha llevado a hacer una reflexión que podría resumir así: un futuro sin pasado vale más que un pasado sin futuro.
Es algo en lo que no siempre he creído… pero que se va abriendo paso en mí. Muchas veces lo compartí con éstas, y con otras palabras, con un misionero claretiano hermano y amigo que ha fallecido recientemente, Josu Mirena Alday, quien solía dedicar tiempo, esfuerzo y atención a estudiar el pasado.
Y, sin embargo, a veces el futuro sin pasado nos asusta y nos atrapa, obligándonos a permanecer anclados a lo que siempre hemos hecho.
Incluso cuando sabemos que no tiene futuro. Incluso cuando sabemos que es un error.
Lo elegimos solo porque nos hace sentir más seguros. No nos dejamos guiar por lo que queremos hacer, sino por lo que sabemos hacer.
Sí, el futuro sin pasado es más arriesgado. Obvio. Hacer algo por primera vez. Aprender nuevas habilidades. Cambiar de trabajo. Arriesgarse a equivocarse o a hacer el ridículo. Es normal que dé miedo.
Pero la buena noticia es que hoy en día vivimos cada vez más en una sociedad que, tomando las palabras del cofundador de LinkedIn, Reid Hoffman, podríamos definir como «beta permanente», es decir, una sociedad de experimentación continua, donde el futuro no da demasiada importancia al pasado, sobre todo cuando este puede arruinar nuestro presente.
Blaise Pascal, como sutil observador del alma humana, escribía en sus Pensamientos: «Para que las pasiones no nos perjudiquen, deberíamos pensar que solo nos quedan ocho días de vida».
Con esta sorprendente indicación, la persona crea un escenario en el que el futuro influye en el presente, orientándolo hacia lo esencial de la vida del sujeto que se enfrenta a su inminente partida. Es decir, proyecta una perspectiva que se basa en un futuro limitado, de tal manera que influye en la persona para que, en los pocos días que le quedan, haga las cosas que realmente son más importantes para ella.
Este recurso filosófico revela el poder del futuro imaginado sobre nuestras acciones presentes, mostrando cómo nuestras expectativas son más influyentes que cualquier otra forma de sentir y pensar. De hecho, todos tememos lo que puede suceder, no lo que ya ha sucedido, e incluso cuando hemos vivido algo realmente traumático, lo que más tememos es que se repita.
En otras palabras, al contrario de lo que la psicología tradicional nos lleva a pensar con demasiada frecuencia, el pasado influye mucho menos en el presente que el futuro, porque es este último el que representa también la proyección de lo que ya nos ha hecho sufrir y que tememos que vuelva a suceder.
Dentro de esta complejidad irreductible del desarrollo temporal de nuestra existencia, hay un factor que la simplifica considerablemente: el pasado no se puede cambiar, como mucho se puede reelaborar, mientras que el presente y, sobre todo, el futuro se pueden modificar activamente.
Esto, que puede parecer obvio, marca la diferencia cuando nos ocupamos por ejemplo de la realización de objetivos importantes, ya que indica que hay que centrarse en lo que se puede cambiar y no en lo inmutable. Por lo tanto, cualquier intervención orientada a producir cambios debería centrarse en el presente y en el futuro.
Una vez asumida esta perspectiva, que puede parecer incluso trivial, pero que no lo es, hay que tener en cuenta que, en contra del sentido común y de una visión lineal de la causalidad, es el futuro el que influye en cómo se gestiona el presente. Es decir, son nuestras expectativas para el futuro las que determinan nuestras acciones en el presente.
La evolución del hombre a lo largo de los milenios, con el aumento creciente de su capacidad para manipular la realidad, ha incrementado exponencialmente su tendencia a «controlar» las cosas y los acontecimientos, haciendo que sus previsiones influyan constantemente en sus acciones presentes.
¿No tendremos que aprender a utilizar estratégicamente la fuerza del futuro para cambiar el presente, así como el poder de la imaginación para superar los límites de la razón? ¿No serán ciertas aquellas palabras de Benjamin Franklin, «la mejor manera de predecir el futuro es inventarlo»?
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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