viernes, 21 de marzo de 2025

Un beso traidor... que entra a formar parte del plan salvador de Dios.

Un beso traidor... que entra a formar parte del plan salvador de Dios

Judas se acercó a Jesús y le dijo: Hola, Maestro. Y él lo besó. Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué has venido?” (Mateo 26,49-50). 

En aquella noche oscura, en el Huerto de los Olivos, llamado en arameo Getsemaní (“lagar”), avanza Judas, el discípulo apodado “Iscariote”, quizá “hombre de Kariot”, un pueblo del sur de Tierra Santa, o –según las diversas hipótesis interpretativas formuladas por los estudiosos– una deformación del término latino sicarius, con el que los romanos marcaban a los rebeldes a su poder, o incluso ’ish-karja’, “hombre de mentira”, quizá un apodo negativo que se le dio posteriormente. 

El famoso gesto del beso que realiza se ha convertido en emblema de la traición, y Jesús, según el Evangelio de Lucas, reacciona con tristeza: «Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del Hombre?» (22,48). 

Mateo, por otra parte, sólo registra una reacción seca de Cristo: “¡Por ​​eso estás aquí!”, en la práctica, “haz lo que has decidido hacer”. Pero esta frase, como un soplo, está introducida por un amargo “amigo”. El evangelista, sin embargo, referirá un desenlace inesperado de aquel gesto, pocas horas después de este breve diálogo entre el ex discípulo y su Maestro: Judas, en efecto, habiendo devuelto el precio de la traición a los remitentes, abrumado por el remordimiento, se ahorcará (27,5). 

Tal vez había experimentado una decepción interna con su sueño de convertirse en un seguidor del Mesías político que lo liberaría del poder imperial opresor y por eso lo había traicionado, pero al final se encontró internamente perturbado. 

Si la traición forma parte del plan de Dios, que incluía la muerte salvadora del Hijo, ¿qué responsabilidad podía recaer sobre aquel que iba a ser el instrumento de su implementación? ¿No es cierto que Jesús declaró que “ninguno [de los discípulos] se perdería sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese” (Juan 17,12)? 

Por una parte, está la libertad efectiva de Dios que actúa en la historia y en el mundo. Por otra parte, está la libertad de la persona humana de Judas. Esta segunda libertad fue solicitada en Judas por el poder de las tinieblas, como el mismo Jesús reiteró: «¿No os he elegido yo a vosotros, los Doce? ¡Y uno de vosotros es un diablo!», leemos en el Evangelio de Juan (6,70), y el mismo evangelista señala que, después de la última cena con Jesús en el Cenáculo, «Satanás entró en Judas…; el diablo le había metido en el corazón traicionarlo» (13,2.27). Y añadirá que en la raíz de la traición estaba la codicia del dinero (12,4-6). La voluntad de Judas se ejercitó pues libremente, cediendo a la tentación diabólica. 

¿Cómo se manifestó, en cambio, la libertad de Dios, expresada en la frase «para que se cumpliera la Escritura», usada por Jesús para situar el acontecimiento de la traición en otro plano superior? 

Esta fórmula quiere simplemente indicar que también la libertad humana con sus locuras y vergüenzas puede insertarse en un plan divino superior. 

Judas elige consciente y responsablemente la traición adhiriéndose al poder de las tinieblas, y Dios inserta este infame acto humano en su libre y eficaz plan de salvación redentora. 

Dios, pues, no se sorprende por la elección del traidor. La respeta y no la bloquea, sino que la reintroduce en el plan de salvación que se realizará precisamente con la muerte de Jesús. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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