Aquellos a quienes hemos servido nos acogerán en el cielo
Un pecador que da lecciones a los discípulos, Jesús que pone en la cátedra a un deshonesto. Y mientras lo hace, deja entrever uno de sus raros momentos de desánimo: los hijos de este mundo son más astutos que vosotros, hijos de la luz. Aprended, aunque sea de un pecador.
El administrador deshonesto toma una decisión muy clara: hacerse amigo de los deudores de su señor, ayudarlos con la esperanza de que ellos le ayuden a él.
Y así es como el malhechor se convierte en benefactor: regala pan y aceite, es decir, vida. Tiene la habilidad de cambiar el sentido del dinero, de invertir su significado: ya no es un medio de explotación, sino un instrumento de comunión. Un medio para hacernos amigos, en lugar de convertirnos nosotros en amigos del dinero.
Y el amo lo alaba. Por su inteligencia. Quién sabe, tal vez piensa en quien recibirá cincuenta barriles de aceite inesperados, veinte medidas de grano inesperadas, en la alegría que nacerá, en la vida que volverá a desplegar sus alas en esas casas.
Y aquí el Evangelio nos regala una perla: haced amigos con la riqueza deshonesta, porque cuando falte, os acogerán en las moradas eternas.
Haced amigos. Jesús recomienda, más aún, manda la amistad, la eleva a programa de vida, quiere que los suyos sean cultivadores de la amistad, el mandamiento más gozoso y más humano.
Haced amigos con la riqueza deshonesta. ¿Por qué deshonesta? San Juan Crisóstomo escribe: ¿podéis demostrar que la riqueza es justa? No, porque su origen está casi siempre envenenado por algún fraude. Dios al principio no hizo a uno rico y a otro pobre, sino que dio a todos la misma tierra.
Y añade: amigos que os acojan en las moradas eternas. En el umbral de la eternidad, Jesús pone a tus amigos, y es a sus manos a quienes ha confiado las llaves del Reino, a las manos de aquellos a quienes has ayudado a vivir un poco mejor, con trigo y aceite y un poco de corazón.
La Puerta Santa de tu cielo son tus pobres. En los brazos de aquellos a quienes has hecho el bien están los propios brazos de Dios.
Esta pequeña parábola, exclusiva del relato de Lucas, trata de invertir el paradigma económico en el que se basa nuestro mundo, donde «lo que cuenta, lo que da seguridad» - etimología del término arameo «mamona» - es el dinero.
Para Jesús, amigo de la vida, en cambio, el cuidado de las criaturas es la única medida de la eternidad.
Nadie puede servir a dos señores. No podéis servir a Dios y a la riqueza.
El culto a la riqueza, entregar el corazón al dinero, ser sus siervos en lugar de servirse de él, produce la enfermedad de la vida, la deshidratación del corazón, la traición al futuro: amas tu dinero, lo sirves, y entonces ya no hay ningún pobre que te abra las puertas del cielo, que te abra un mundo nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario