No se puede servir a Dios y a las riquezas
La parábola del administrador infiel termina con un mensaje sorprendente: el hombre rico elogia a su estafador.
Sorprendido robando, el administrador comprende que será despedido y entonces elige una forma ingeniosa de salir del paso: adopta la estrategia de la amistad, crea una red de amigos y les condona parte de sus deudas.
Con esta elección, inconscientemente, realiza un gesto profético, hace lo que Dios hace con cada hombre: da y perdona, remite nuestras deudas. Así, de malhechor se convierte en benefactor: regala pan, aceite, es decir, vida, a los deudores. Lo hace por interés, claro, pero al mismo tiempo cambia el sentido, invierte la dirección del dinero, que ya no va hacia la acumulación sino hacia el don, ya no genera exclusión sino amistad.
El personaje más interesante de la parábola, en el que hay que fijarse, es el rico, figura de un Señor sorprendente: el amo alabó a aquel administrador deshonesto, porque había actuado con astucia, había apostado todo por la amistad.
Aquí el Evangelio nos regala una perla: haced amigos con la riqueza deshonesta, porque cuando falte, os acogerán en las moradas eternas.
Haced amigos. La amistad convertida en mandamiento, humanísima y gozosa, elevada a proyecto de vida, medida de la eternidad. El mensaje de la parábola es claro: las personas importan más que el dinero.
Amigos que os acojan en la casa del cielo: antes que Dios, vendrán a nuestro encuentro aquellos a quienes hemos ayudado, en su abrazo agradecido se anunciará el abrazo de Dios, dentro de un paraíso generado por nuestras elecciones de vida.
Nadie puede servir a dos señores. No podéis servir a Dios y a la riqueza. Afirmación clara: el dinero y cualquier otro bien material son solo medios útiles para crecer en el amor y la amistad. Son excelentes servidores, pero pésimos amos.
El dinero no es malo en sí mismo, pero puede convertirse en un ídolo, y los ídolos son crueles porque se alimentan de carne humana, atacan las fibras íntimas del ser humano, se comen el corazón. Empieza a pensar en el dinero, día y noche, y esto te encierra progresivamente en una prisión. Dejas de cultivar las amistades, pierdes a tus amigos; los abandonas o los explotas.
La parábola invierte el paradigma económico en el que se basa la sociedad contemporánea: es el mercado el que dicta la ley, el objetivo es el crecimiento infinito, más dinero es bueno, menos dinero es malo.
Si, en cambio, la ley común fuera la sobriedad y la solidaridad, el compartir y el cuidado de la creación, no la acumulación sino la amistad, crecería la buena vida.
De lo contrario, no habrá ningún pobre que abra las puertas de la casa del cielo, es decir, que abra rendijas para el nacimiento de un mundo nuevo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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