martes, 15 de julio de 2025

Recibidos por sus amigos en el Paraíso.

Recibidos por sus amigos en el Paraíso 

El amo alabó al administrador deshonesto, porque había actuado con astucia: el amo alaba a quien le ha robado. Esta sorprendente conclusión es el nudo crucial del relato, que tiene su punto de inflexión en una pregunta: “¿y ahora qué voy a hacer?” 

La solución adoptada es la de continuar con el fraude, incluso ampliarlo, pero ocurre algo que cambia el sentido del dinero, que invierte su significado. El administrador transforma la riqueza en instrumento de amistad; regala pan, aceite —vida— a los deudores; hace de lo que tiene un sacramento de comunión. La riqueza suele cerrar las casas, levantar muros, instalar alarmas; ahora, en cambio, el don la abre: “me acogerán en su casa”. 

Jesús comenta la parábola con una palabra preciosa: «Haced amigos con la riqueza», la solución más humana, la más consoladora, dando lo que podéis y más de lo que podéis, lo que es justo e incluso lo que no lo es. 

No hay mandamiento más gozoso y más nuestro. Y contiene la sabiduría de la vida: ¿quién gana realmente en el juego de la vida? El que tiene más amigos, no el que tiene más dinero. 

Fijémonos en las palabras precisas de Jesús: haced amigos para que os acojan en la casa del cielo. Ellos, no Dios. Y no solo aquí, sino en la vida eterna, ellos tienen las llaves del paraíso. Pero en los brazos de aquellos a quienes has ayudado están los brazos de Dios. 

¿Por qué el deshonesto, y yo también lo soy, que he desperdiciado tantos dones de Dios, será acogido en el Reino? Porque la mirada de Dios no busca en mí el mal que he cometido, sino el bien que he sembrado en los surcos del mundo. 

No te mirará a ti, sino a tu alrededor: a tus pobres, a tus deudores, a tus amigos. ¿Has sido deshonesto? Ahora cubre el mal con el bien. ¿Has causado lágrimas? Ahora haz feliz a alguien. ¿Has robado? Ahora empieza a dar. La mejor estrategia que Dios propone: cubrir el mal con el bien. 

¿Y ahora qué haré? Sin quererlo, el administrador hace algo profético, actúa con los deudores de la misma manera en que Dios actúa continuamente con el hombre: da y perdona, perdona nuestras deudas. ¿Qué hacer? 

En todas nuestras decisiones, el principio rector es siempre el mismo: hacer lo que Dios hace, corazón de toda la ética cristiana. Sed misericordiosos como el Padre... amaos como yo os he amado... 

Me gusta este Señor, al que la felicidad de sus hijos le importa más que su fidelidad, que antepone a las personas a sus intereses, antes que a su grano y a su aceite, que me acogerá, fiel solo en lo poco y solo de vez en cuando, precisamente con los brazos de los amigos, de aquellos con quienes habré creado comunión. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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