lunes, 14 de julio de 2025

El valor de seguir lo que se ama.

El valor de seguir lo que se ama 

Si alguien no odia a su padre, a su madre... Jesús no enseña el odio, él que fue la ternura en persona, ni invierte el cuarto mandamiento. Este extraño verbo «odiar» en boca de Jesús significa, en el lenguaje semítico, «amar menos», no encerrarse solo en el pequeño círculo de tu casa, convirtiéndolo en la medida del futuro. 

Si alguien no odia su vida... Pero la vida se ama. Jesús quiere decir: tú no eres la medida de ti mismo; el hombre es más que un hombre. 

Si alguien no toma su cruz —el máximo del amor inmotivado, el máximo del amor puro— no puede ser mi discípulo. 

Si alguien no renuncia a todos sus bienes… Renuncia a las cosas, no las pongas en lo alto de tus pensamientos, porque el drama de las cosas es que tienen un fondo y su fondo está vacío. 

Renuncia a la lógica de tener más, en este mundo abierto a todo tipo de comercio y venta, dispuesto incluso a vender hombres y niños. Más aún, renuncia a este sistema dispuesto a hacer del dinero la medida última del bien y del mal. 

Había una gran multitud alrededor de Jesús, pero el Nazareno no se exalta por el número, no busca el aplauso de las multitudes, sino la totalidad del corazón. 

Aunque solo sea por parte de doce, o incluso menos, cuando dirá: ¿queréis iros también vosotros? Al menos uno que, como Pedro, tenga el corazón para decir: solo tú tienes palabras que dan vida, por fin, a la vida. 

Las palabras de Jesús hoy son como los clavos de la crucifixión: penetran en la carne viva, te clavan con dolor a su propuesta; Jesús no quiere tanto, lo quiere todo. 

Pero ¿a quién le interesa convertirse en el discípulo descrito por Lucas, es decir, un pobre Job al que se le han quitado las amistades y los amores, y cuya vida es un montículo de cruces, y es más pobre que los pobres? ¿Es este el hombre nuevo? ¿Sin amores, sin hogar, solo, crucificado, sin pan, hijo solo de sustracciones y abandonos? ¿Es esta la historia alternativa que propone el Evangelio? 

Las palabras de hoy son peligrosas si se entienden mal. El acento debe ponerse en el verbo principal: convertirse en discípulo; el centro de las frases no está en la renuncia, sino en la conquista; no en el punto de partida, sino en la meta, que es la estatura de Jesús: ‘yo no soy todavía ni nunca Jesús, pero soy esta infinita posibilidad, la única, para que se dé eternidad a todo lo más bello que llevamos en el corazón. 

La vida avanza por una pasión, no por una o muchas renuncias, ni a golpe de sacrificios. No se aprende más que lo que se ama (Goethe). El hombre se convierte en lo que ama, en lo que contempla con los ojos del corazón. 

Fijando la mirada en Jesús, no me convertiré en un hombre a medias, sino, como Él, en un pacificado que se convierte en pacificador, pan para el hambre y vino para la fiesta, tal vez un fragmento de vida dentro de las venas oscuras del mundo. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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