Persistir en la democracia
A veces, quizá por el calor bochornoso de este verano, uno navega en la sombra al azar por su biblioteca y se encuentra entre otros con Aristóteles, exigente pero siempre esclarecedor filósofo griego (384-322 a. C.), considerado una de las mentes más universales, innovadoras, prolíficas e influyentes de todos los tiempos, tanto por la amplitud como por la profundidad de sus campos de conocimiento.
Casi parece decirte que poco o nada ha cambiado desde que, al comienzo de la «Política» (que comienza afirmando: «Puesto que vemos que todo Estado es una comunidad y que toda comunidad se constituye en vista de un bien...») que en la democracia los pobres son reyes y la voluntad de la mayoría tiene fuerza de ley, y que nunca los ricos han sido más numerosos que los pobres... sin embargo, siempre han gobernado el mundo y manejado los hilos de quienes gobiernan.
¿Qué añadir, entonces? Que hoy, más que nunca, los sistemas democráticos se confunden con el gobierno de los ricos. Y el gobierno de los ricos ha adoptado un instrumento de peligrosa subversión de los valores de las democracias: el dinero. Y aquí es obvio pensar en el caso actualmente más paradigmático, Donald Trump - la democracia transformada en arbitrio personal de uno solo, el más rico, el más feroz, el más temible - y los Estados Unidos de América.
Otros casos, muy cercanos a nosotros, nos confirman que siempre es la corrupción la que lo alimenta todo. En sus tres formas clásicas que salpica al centro, a la derecha y a la izquierda:
1.- el dinero a cambio de favores políticos;
2.- la llamada «gift economy», como la han denominado ahora los estadounidenses, o la economía del regalo - «clientelista» -, en la que no se da dinero a cambio de favores, sino que simplemente se regalan bienes, posiciones sociales y económicas, no siempre a cambio de algo concreto, pero que, sin embargo, crean una especie de comunidad de intenciones;
3.- por último, lo que podríamos llamar «corrupción cultural», en la que unos pocos muy ricos (multimillonarios) se mueven o bien detrás de los dogmas de los mercados globales, de las multinacionales de la finanza y la especulación, o bien detrás de los encantos de las nuevas tecnologías, la informática, la inteligencia artificial, la robótica o incluso, ahora, de la conquista y colonización de los espacios.
Hay quien identifica el desastre social y político de la actual crisis de las democracias mediante el antiguo paradigma, abandonado, de la «lucha de clases». Donde la clase ganadora (y ya sabemos cuál) se ha apoderado de la comunicación, imponiendo reglas, dogmas y eslóganes que difunden la inseguridad, el miedo, las teorías conspirativas, la aversión o el odio hacia «el otro», hacia su forma de ser o de pensar. Que convierten, incluso a la clase media, en la clase perdedora, con una calidad de vida pobre y desesperada, impuesta por la élite ganadora que, paradójicamente, ha sido elegida y puesta en el poder.
¿Por qué hay ahora tanto deseo y acción desintegradora hacia Europa? Porque solo desde Europa, donde maduró ese espíritu crítico que desde Aristóteles hasta la Ilustración logró dar vida a las democracias, podría partir la resistencia, el renacimiento o el restablecimiento y la consolidación del Estado social democrático.
Y éste sigue siendo el único reto real de la política, todo lo demás son palabras vacías o mercadería suicida. Recordando también, como demuestra el momento que estamos viviendo, que no hay nada más peligroso que la ignorancia activa -como es, por ejemplo, el trumpismo -.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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