jueves, 10 de julio de 2025

Ponerse en el último lugar: el de Dios.

Ponerse en el último lugar: el de Dios

El banquete es un verdadero protagonista del Evangelio de Lucas. Jesús era un rabino que amaba los banquetes, que los tomaba como imagen feliz y prueba del Reino: a la mesa, con fariseos o pecadores, amigos o publicanos, vivió y transmitió algunas de sus enseñanzas más hermosas. 

Jesús, hombre armonioso y realizado, nunca separaba la vida real de la vida espiritual, las leyes fundamentales son siempre las mismas. Para nosotros, en cambio, lo que hacemos en la Iglesia los Domingos o en una cena con amigos parecen mundos que no se comunican, paralelas que no se cruzan. 

Volvamos, pues, a la fuente: para los profetas, el culto auténtico no está en el Templo, sino en la vida; para Jesús, todo es sílaba de la Palabra de Dios: el pan y la flor del campo, el gorrión y el niño, un banquete festivo y una oración en la noche. 

Sentado a la mesa con Leví, Zaqueo, Simón el fariseo, los cinco mil a la orilla del lago, los doce en la última cena, hacía del pan compartido el espejo y la frontera avanzada de su programa mesiánico. 

Por eso, invitar a Jesús a comer era correr un gran riesgo, como aprendieron por las malas los fariseos. Cada vez que lo hacían, Jesús les ponía la cena patas arriba, sumiéndolos en una crisis, junto con sus invitados. Y lo hace también creando una paradoja y un vértigo. 

La paradoja: ponte en el último lugar, pero no por humildad o modestia, ni por espíritu de sacrificio, sino porque es el lugar de Dios, que siempre comienza por los últimos y no por los cazadores de beneficios. 

La paradoja del último lugar, la del Dios «al revés», que no vino para ser servido, sino para servir. El lenguaje de los gestos lo entienden todos, niños y adultos, teólogos y analfabetos, porque hablan al corazón. Y gestos así generan un vuelco en nuestra escala de valores, en nuestra forma de habitar la tierra. 

Y gestos así crean un vértigo: cuando ofrezcas una cena, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos. Llena tu casa de los que nadie acoge, da generosamente a los que no pueden devolverte nada. 

El vértigo de una mesa llena de invitados mal vestidos me habla de un Dios que ama a perdida, ama sin condiciones, sin calcular nada, salvo una oferta de sol en esas vidas en la oscuridad, una rendija que se abre a una forma más humana de habitar juntos la tierra. 

Y serás bienaventurado porque no tienen con qué pagarte. 

Qué extraño: los pobres lisiados, ciegos y cojos parecen cuatro categorías de personas infelices, que solo pueden contagiar tristeza; en cambio, serás bienaventurado, encontrarás la alegría, la encontrarás en el rostro de los demás, la encontrarás cada vez que hagas las cosas no por interés, sino por generosidad. 

Serás bienaventurado: porque Dios regala alegría a quienes producen amor. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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