Una propuesta al viento para el primer viaje apostólico del Papa León XIV
Ojalá fuera un genocidio. Un genocidio, en su intención de destruir a un grupo humano como tal, puede limitarse a atacar a algunos miembros o a una parte del grupo, y tal vez podría detenerse en cien mil muertos; además, el grupo que se quiere destruir sigue siendo un grupo humano, aunque no se quiere que siga formando parte de la humanidad común.
Aquí, en cambio, estamos ante una destitución de lo humano. El exministro de Guerra de Netanyahu lo ha dicho a la prensa, para que todos lo supieran: luchamos contra animales humanos. El actual ministro de Guerra de Netanyahu ha dicho a la prensa, para que todos lo supieran: «Vamos a desplazar a 600 000 palestinos a Al Mawasi, a un serrallo llamado «ciudad humanitaria» que se construirá sobre las ruinas de Rafah, y luego concentraremos a toda la población palestina en el sur de la Franja de Gaza, de donde no podrá salir».
La agradable belleza del mar de Gaza ha inspirado a los amos del futuro la idea de un risueño oasis del Mediterráneo. Este proyecto, que cuenta con la colaboración estructurada y cómplice de varios protagonistas, se llama paz, y su ejecutor, que ya había dispensado bendiciones y maldiciones desde la tribuna de la ONU, quiere ahora atribuir a su más alto patrón el premio Nobel de la Paz, siendo precisamente la paz el nuevo nombre de la aniquilación.
Hasta aquí las noticias. Pero más allá de la objetividad de la información, está el mensaje que se desprende de ella. Y es que aquí ya no se trata de los palestinos, los israelíes, los rusos o los ucranianos, de Irán o de Estados Unidos de América; aquí estamos ante la pérdida de la última dignidad del ser humano, ante ese umbral más allá del cual el ser humano ya no es humano. Esta es la prueba extrema a la que se enfrentan hoy el glorioso Occidente, las llamadas autocracias, los países árabes, la Europa de la civilización, de las libertades, y del progreso … que se rearma hasta los dientes. Pero nadie corre a defender este umbral de lo humano - inhumano, quizá ninguno de ellos pueda hacerlo.
Entonces debería ser la propia humanidad, en alguna de sus expresiones más elevadas, quien lo hiciera, alguien que fuera allí no por sí mismo, ni por los suyos, ni por los palestinos, ni por los judíos, sino por esta humanidad que se está extinguiendo, para que su voz siga resonando.
Podría ser el Secretario General de las Naciones «Unidas», si su Pacto no hubiera sido triturado en plena Asamblea General en Nueva York. Podría ser entonces quizás un Papa, pero no tanto como voz parcial en nombre de la Iglesia cristiana católica sino como símbolo de toda esa otra humanidad que no se rearma, que asiste atónita a un desastre contra el pueblo palestino, y que dice “¡basta ya!”
Con este título siempre y llanamente de “humanidad”, de buen samaritano, el Papa podría llegar a Rafah, asomarse a ese umbral de lo desconocido, y todos podríamos seguirlo. Sería su Lampedusa o su Lesbos, su lavatorio de pies a los circuncidados y a los incircuncisos, su «Fratres omnes», y por qué no, ya que se llama León, podría ser su “rerum novarum”.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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