San Benito, de cómo vivir en la presencia de Dios
Escucha, hijo, los preceptos del maestro, presta atención con tu corazón, recibe con buen ánimo los consejos de un padre que te quiere y ponlos en práctica con determinación, para volver con el esfuerzo de la obediencia a Aquel de quien te alejaste por la pereza de la desobediencia (Regla benedictina, prólogo).
En nuestra vida cotidiana ya no tenemos ninguna percepción de la presencia de Dios. Se habla de «secularización» del mundo, de modo que se crean dos caminos: por un lado, el compromiso puro y simple en favor de los hombres, con vistas a una mayor solidaridad humana; por otro, un retorno a la intimidad, a la meditación como vía para separarse de la confusión del mundo.
Dos caminos que a menudo discurren por separado. Hasta el punto de que las personas comprometidas con el mundo ya no tienen tiempo para la meditación, mientras que los «místicos» consideran demasiado banal el compromiso con el mundo.
Sin embargo, Benito podría enseñarnos una feliz síntesis de acción y contemplación, ya que no ve una separación entre nuestra intimidad y el compromiso exterior, entre la relación con Dios y el estar en el mundo.
Para Benito, toda nuestra vida se desarrolla en presencia de Dios. Dondequiera que estemos, tenemos que ver con Dios, incluso en las tareas cotidianas más triviales. Así, es en la realidad del mundo donde se manifiesta la presencia de Dios.
Benito explica en el cuarto capítulo de la Regla qué significa exactamente vivir en presencia de Dios: «ser siempre conscientes de que Dios nos ve en todo lugar».
Según Benito, vivir en presencia de Dios implica todos los ámbitos de la vida humana: la oración, el trabajo, la relación con la creación y las relaciones con el prójimo.
La «solidaridad», esta gran consigna de nuestro tiempo, no es para Benito antítesis de un amor ardiente a Dios. La dimensión social es ya de por sí religiosa. Porque en los hermanos encontramos a Cristo mismo. La fe se expresa, por tanto, en una nueva relación de unos con otros. Esto es, para Benito, el gran principio del verdadero humanismo.
Benito puede ayudarnos a comportarnos con esta fe unos hacia otros, a afrontar los problemas interpersonales, las tensiones, las antipatías, las agresividades a la luz de la presencia real de Cristo en el otro.
Más allá de nuestras excusas y barreras insuperables que nosotros mismos construimos, Benito puede ayudarnos a tomar la presencia de Cristo en el hermano lo suficientemente en serio como para que sea ella la que guíe nuestro comportamiento, nuestras actitudes, nuestras palabras y nuestra forma de ver. También por eso el mensaje de Benito es más actual que nunca.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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