San Benito, un modelo de construcción cristiana de Europa
Un proyecto, un ideal, una espera, una utopía, una profecía: Europa será nueva en cuanto acepte dentro de sus raíces la referencia al Dios encarnado, al Eterno absoluto. El momento actual es propicio para estimular este horizonte humanista y cristiano. ¿Cómo sería una Europa sin el cristianismo en la fase evolutiva actual?
Ciertamente, Europa no vive de imágenes de un pasado acríticamente aceptado, pero ¿será capaz o no de descubrir en la dramática inmanencia del presente un papel específico en la evolución de este momento de la historia y del mundo en el horizonte de un verdadero humanismo? ¿Podrá contribuir Europa a conservar y a seguir actualizando aquellos valores universales de civilización que siempre ayudaron a adelantar escenarios de humanización?
La solución de los problemas del mundo y de la historia es compleja, seguramente hasta difícil. San Benito nunca habría imaginado nuestras complejidades y dificultades. En su época, en los siglos V y VI, el cristianismo comenzaba a comprometerse con la situación histórica en el continente europeo. El monacato nació y se desarrolló como una actitud también de contestación y alternativa hacia una Iglesia «constantiniana» y «teodosiana». En todo caso, unas fueron entonces las responsabilidades, otras son las nuestras; otras serán las de nuestros sucesores.
Europa no es un mito concluyente, un fin ideal, una realidad abstracta; lo que es definitivo es una civilización elaborada también sobre el Evangelio de la Buena Noticia del Reino de Dios, en la que la presencia cristiana en la realidad histórica contribuyó a evidenciar la dignidad absoluta del ser humano como persona y a evidenciar el alcance no menos absoluto de los derechos humanos (lo que significa también corresponsabilidad en el desarrollo planetario).
El monasterio era una «pequeña sociedad ideal» enraizada en la comunidad o fraternidad en la que cada persona estaba perfectamente integrada como hijo, hermano y prójimo. En ese sentido, San Benito mereció verdaderamente ser guía y patrón de la nueva Europa, sin haber solicitado nunca esa responsabilidad y ese destino...
Hoy se debate el papel histórico del cristianismo en la civilización europea, y no solo el del monacato. Hoy no se da por definitivamente sentada la existencia de puntos de referencia culturales absolutos que sigan siendo válidos en la actualidad, como lo fueron en siglos presentes. En otras épocas, las de muchos siglos atrás, Europa se encontraba (y se sentía) cristiana.
Las grandes universidades cristianas organizaban el conocimiento y el saber que estuvieron fueron tan celosamente atesorados y custodiados en los monasterios. El sistema comunal democrático y libre retomaba también el modelo de las asambleas monásticas; nacía una economía cristiana que rechazaba la usura. El cristianismo había entrado en todos los ámbitos existenciales; el rostro de Europa ya no era solamente «griego», «latino» u occidental, sino cristiano.
Hoy no se trata de elegir entre el paganismo y el cristianismo, o entre el Evangelio y el Corán; el único dilema se encuentra en la encrucijada: humanidad o barbarie. San Benito hoy seguramente nos ayudaría a elegir el universalismo, ya que Europa no es europeísta, sino universal. San Benito es anterior a todas las fracturas eclesiásticas, eclesiológicas y dogmáticas, culturales y políticas.
Y aunque su Regla no hace referencia a situaciones políticas y religiosas, culturales y filosóficas, su pensamiento presenta una ética cristiana y desarrolla un proyecto de «hombre social», no de «hombre-isla». Hoy, también la nueva Europa está invitada a ser alternativa a la inhumanidad, bajo sus múltiples y diversas formas inhumanas que degradan al ser humano a medio y no respetan su identidad y dignidad como fin.
Según la Regla, la sociedad significa comunión y corresponsabilidad, simultaneidad del crecimiento personal y del desarrollo comunitario. Los «instrumentos de las buenas obras» (capítulo 4) enseñan un máximo de libertad en el respeto a todos y a todo; y esta personalización es diametralmente opuesta a la explotación y a las desigualdades, porque crea comunicación e integración, sin distinción de razas, culturas, roles, pertenencia social y económica.
San Benito había ideado en la Regla un proyecto que se vivió y aplicó allí donde llegó su monacato. El modelo de sociedad cristiana es la comunidad, el estar juntos. Este cristianismo, que es una fe, tuvo el valor y el acierto de hacerse cultura, de proponerse como humanismo.
La nueva Europa será una Europa libre; la libertad no es un regalo, es un deber y un derecho que no admite condicionamientos ideológicos. Con el Evangelio en la mano, San Benito quiere hombres libres y sencillos, acogedores y disponibles.
Sus referencias doctrinales y teológicas son los Padres de la Iglesia (capítulo 73), es decir, aquellos escritores que acogieron todo el pensamiento filosófico y científico acumulado por el Imperio tardío y la civilización grecorromana, y lo incorporaron a la interpretación de la Verdad revelada y encarnada, es decir, del Dios manifestado en el Rostro de los gestos del Reino y de las palabras de vida abundante y dichosa.
El horizonte de la historia es una plenitud; el prólogo de la Regla benedictina insiste en proclamar la conclusión —la Resurrección, el Reino— a través de la Cruz, es decir, la humildad y la obediencia o, si se prefiere, mejor aún, la disponibilidad y la gratuidad. Es el pensamiento de San Pablo, que reconocía la evolución universal hacia una totalidad, es decir, hacia el «pleroma» (Ef. 1).
Esta nueva Europa está llamada a seguir demostrando la capacidad y necesidad del pluralismo, que admite como un bien mayor la pluralidad: no en el sentido de la convivencia o connivencia entre la verdad y el error, entre la justicia y la injusticia, y otros contrastes análogos, sino en la proclamación de una unidad de destino y de esperanza para esta humanidad.
Sí, San Benito nos muestra que es posible redescubrir la identidad europea también en el Evangelio de Jesús. Parafraseando la famosa Carta a Diogneto, se podría decir que lo que es el alma en los cuerpos, el Evangelio de Jesús lo es en el mundo, en este mundo de Europa. El Evangelio solamente es fecundo cuando penetra y fermenta, libera y potencia toda experiencia humana.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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