En la creación resuena el silencio de Dios
El gran sábado: el día de las mujeres, que, recogidas bajo sus velos, preparan aromas en secreto. Día de la Madre, dolorosa, fuerte, fiel, virgen del silencio y de la paz misteriosa. Un día de fe contra toda evidencia, en el que esperamos contra toda esperanza.
No, creer en la Pascua no es la verdadera fe: es demasiado bella en Pascua. La verdadera fe es el gran Viernes cuando Tú no estabas allí arriba y ni un eco/ respondiste al fuerte grito.
Hoy la creación resuena con el silencio de Dios. En el silencio del sepulcro calla la voz de Dios que se ha hecho rostro en Jesús, calla el rostro bajo el sudario, el rostro que se ha hecho tierra del Edén, polvo antes de recibir el aliento de la vida, el rostro del que se extrae todo rostro, todo Adán anónimo e innumerable.
Jesús es más Adán que Adán. El rostro hermoso del Tabor (Lc 9, 33), el rostro duro (Lc 9, 51), que se dirige hacia Jerusalén, se dirige ahora hacia el infierno. Los iconos orientales muestran a Jesús descendiendo al Seol, derribando sus puertas, llegando hasta Adán, levantándolo, tomándolo de la muñeca -donde se mide la vida- y arrastrándolo consigo. Y detrás de Adán se pone en marcha la inmensa caravana, la inmensa peregrinación de la humanidad hacia la vida. Jesús es más Adán: desciende allí donde todo hombre espera y muestra que en la raíz de todas las cosas no está la muerte, sino la vida.
Y fuera del sepulcro es primavera. El inframundo indica también lo más profundo del hombre, el núcleo esencial, misterioso y original de cada criatura. La base de mis raíces es Cristo y sé que puedo encontrarlo en todo lo que hay de más humano en mí, allí donde soy yo mismo, allí donde el hombre es hombre, está Cristo presente.
Entonces todo lo que el hombre hace con todo su corazón, con todo su ser, en libertad e incluso en dulce locura, lo acercará al absoluto de Dios. Porque Dios solo está ausente donde el corazón está ausente. "Lo divino brilla desde lo más profundo del ser" -Teilhard de Chardin-.
El inframundo también indica las profundidades oscuras de la materia. Allí descendió Jesús para darle energía y un aliento ascendente hacia una vida más brillante. Jesús, sembrado en los surcos del mundo, ramificado en las arterias del cosmos, inunda de vida incluso los caminos de la muerte.
Si empiezo a pensar que en lo más profundo de la materia y de mi carne, que en las partes oscuras de mi ser, en mis zonas de dureza y de disonancia, Jesús ha descendido para iluminarme, para transfigurarme, para resucitar en mí la imagen divina, entonces también yo puedo decir que en Pascua soy «luz de luz».
En mí y en cada uno de vosotros, en el santo y en el pecador, en el rico y en el último inmigrante, en la víctima y hasta en el verdugo, en el torturado y en el torturador, está Jesús resucitado. Jesús no sólo resucitó una vez para siempre, sino que es el Resucitado para la eternidad, Él que desde lo más profundo de mi ser, desde lo más profundo de cada hombre, desde lo más profundo de la historia, es energía que asciende, vida que germina, piedra que rueda de la boca del corazón.
Y salimos preparados para la primavera de la nueva vida, llevados hacia arriba por el Jesús resucitado. El inframundo indica también el subsuelo del futuro, donde la vida está hecha de brotes, que sólo mañana o pasado mañana darán frutos maduros, y yo estoy llamado a custodiar los brotes, allí donde el río nace con la primera gota de agua, la primavera con la primera flor, el amor con la primera mirada, llamado a velar por el futuro más allá de todo signo de muerte.
Hoy es el día de la profecía en el que, como los profetas, como Abraham, como Moisés, como María, amamos la Palabra de Dios aún más que su realización. Hoy es el día en el que la Palabra desnuda respira, sin hablar, sin pronunciar, en atronado silencio, aún más verdaderamente que su realización.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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