La hora de la oscuridad
Noche prieta. Oscuridad en el cielo en el corazón. Jesús conoce y no rehúye, con valentía heroica, la ternura del amante y los miedos más humanos.
Uno de vosotros me traicionará. Un amigo entre vosotros amigos, uno que yo elegí.
Pero lo llamará “amigo” hasta el final porque Jesús elimina el concepto mismo de enemigo del corazón del hombre.
Judas dijo: ¿Soy yo, Rabino? ¡Qué descaro!, diríamos. Y le pareció bien traicionar por treinta monedas, por la décima parte de un frasco de nardo, de ungüento funerario…
La respuesta está en tu pregunta. Te desenmascara. Porque mientras todos los demás llaman a Jesús “Señor”, sólo Judas lo llama “Rabí, Maestro”. Considerar a Jesús como maestro de vida y no como la vida misma es ya traicionarlo.
Jesús no vino a traer un nuevo sistema de pensamiento, una teoría mejor sobre el hombre, una moral más avanzada, sino a encender en nosotros el deseo de una vida aún abundante, mayor, plena, eterna. Para traer la vida de Dios a nosotros. Inagotable, ilimitada, siempre disponible para aprovechar.
Traicionar a una persona es una infamia, pero traicionar a alguien que te ama es una forma de suicidio.
Judas lo demostrará colgándose del árbol.
Debería haberse colgado del cuello de Jesús, creyendo en su amor.
Creer que el Señor de la luz entra en todas las tinieblas del hombre. Es su contraataque, desarmado y victorioso.
Nuestras infidelidades son las manos que tenemos para acogerlo.
Nuestras fragilidades son las fracturas sobre las que se produce la curación.
Nuestras traiciones son las grietas por donde la luz entra en nuestra oscuridad.
Todo tiene sus grietas, pero es por las grietas que entra la luz.
La luz de Dios.
Sus heridas son nuestra curación sanadora y salvadora.
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