sábado, 19 de julio de 2025

El «gracias» del leproso a Jesús, fuente de salvación.

El «gracias» del leproso a Jesús, fuente de salvación

Y mientras iban, fueron sanados. El Evangelio está lleno de sanados, son como la alegre comitiva que acompaña el anuncio de Jesús: Dios está aquí, está con nosotros, involucrado primero en las llagas de los diez leprosos y luego en el asombro del único que regresa cantando. 

Mientras van, son curados... Los diez leprosos se pusieron en camino aún enfermos, y es el viaje lo que cura, el primer paso, la tierra intermedia donde la esperanza se vuelve más poderosa que la lepra, abre horizontes y aleja de la vida inmóvil. 

El verbo en imperfecto - mientras iban - narra una acción continua, lenta, progresiva; paso a paso, un pie tras otro, poco a poco. Una curación paciente como el camino. 

Al samaritano que regresa, Jesús le dice: ¡Tu fe te ha salvado! Los otros nueve también tuvieron fe en las palabras de Jesús, se pusieron en camino con un anticipo de confianza. ¿Dónde está la diferencia? 

El leproso de Samaria no acude a los sacerdotes porque ha comprendido que la salvación no proviene de normas y leyes, sino de la relación personal con Él, Jesús de Nazaret. Está salvado porque vuelve a la fuente, encuentra el manantial y se sumerge en él como en un lago. 

No le basta la curación, necesita la salvación, que es más que la salud, más que la felicidad. Una cosa es ser curado y otra ser salvado: en la curación se cierran las heridas, en la salvación se abre la fuente, entras en Dios y Dios entra en ti, alcanzas el corazón profundo del ser, la unidad de todas tus partes. Y es como unificar los fragmentos, alcanzar no los dones, sino al Dador, su océano de luz. 

El único leproso «salvado» recorre al revés el camino de la curación, y es como si se curara dos veces, y al final encuentra el asombro de un Dios que también tiene los pies en el polvo de nuestras calles y los ojos puestos en nuestras heridas. 

Jesús deja escapar una palabra de sorpresa: «¿No ha vuelto nadie a dar gloria a Dios?». En la balanza del Señor, lo que pesa - la etimología de «gloria» recuerda el término «peso» - viene de otra parte, Dios no es la gloria de sí mismo: «La gloria de Dios es que el hombre viva» - San Ireneo -. 

¿Y quién está más vivo que este pequeño hombre de Samaria? El doblemente excluido que se encuentra curado, que vuelve gritando de alegría, dando gracias «en voz alta», dice Lucas, bailando en el polvo del camino, libre como el viento 

¿Cómo saldremos de este Evangelio, de la Eucaristía? 

Yo quiero salir aferrado, como un samaritano curado y salvado, a un «gracias», demasiadas veces callado, demasiadas veces perdido. 

Aferrado, como un hombre muchas veces curado, al puñado de polvo frágil que es mi carne, pero donde respira el aliento de Dios y su cuidado. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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