“Volved a Galilea”. La Buena Noticia de Jesús: el «novum» de lo esencial
Este es el anuncio de siempre, pero «debe resonar de nuevo, como si fuera la primera vez, yendo más allá de las formas culturales predominantes que hasta ahora lo han expresado.
Sí, el error radica en una lectura fundamentalista que se basa en el supuesto de que los Evangelios fueron escritos para enseñar la moral cristiana, nada más que una serie de preceptos ni siquiera demasiado originales. Pero la Biblia no es un código moral.
Volver, simplemente al Evangelio, a su desnudez, a su radicalidad. Ésta es la alternativa que atare a los humildes y perturba a los soberbios.
La novedad, que nunca se agota, es el Evangelio, la Buena Nueva del Año de Gracia, el anuncio de la alegría del Magníficat. Y todo liberado de ese complejo aparato que se ha construido a su alrededor a lo largo de los siglos, hecho de reglas, preceptos, dogmas, incluso devociones, y no fundado principalmente en el Hombre y en el fuego inagotable de su amor, ese cristianismo más atento a la defensa de su propia supervivencia que a la acogida confiada hacia todos, empezando por quienes viven en la marginalidad de los bordes de los caminos y están excluidos del centro en sus periferias.
Es la esencialidad del anuncio sin el peso de los medios poderosos y la ostentación de la riqueza, que también se puede traducir en cultura cuando esta se convierte en autocomplacencia que acaba debilitando el mensaje mismo.
Jesús, al enviar a los Doce en misión, les recomienda «no llevar nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni sandalias, ni dos túnicas» (Mt 10, 9), enviados, pero no para anunciarse a sí mismos, quizá presentando títulos académicos, sino para dar testimonio de las «entrañas de misericordia» del Dios de Jesucristo.
No para predicar una teología, ni defender una ley, ni siquiera la Ley, sino que para ser testigos de esperanza regalando gestos de ternura sin condenar ni encasillar, sobre todo sin preocuparse por codificar lo que no se puede codificar, como es el corazón del hombre.
La de Jesús de Nazaret es la alternativa de la compasión
y de la misericordia, que tiene la fuerza de cambiar el curso de la historia y
del mundo más radicalmente que todas otras reformas.
Un Evangelio sencillo de los pobres, como Jesús, el Hombre de Galilea, «humilde y manso de corazón», que no vino a juzgar y encadenar, sino a perdonar y liberar.
Es el Pastor que vive con sus ovejas, hasta absorber su olor, que «lleva en brazos a los corderitos y guía con cuidado a las ovejas madres» (Is 40).
Ese Pastor que no encierra en el redil a los perfectos,
sino que se atreve a abrir de par en par las puertas para llegar a los más
alejados en un diálogo ecuménico, interreligioso, …, continuo y siempre
renovado.
Un Evangelio que siempre precede a una «Ecclesia semper reformanda» para un dinamismo en perpetua conversión dentro de las vicisitudes humanas, encarnado en una historia, porque es Dios quien habla en la historia y el lenguaje de hoy no puede ser el de ayer.
Una Iglesia llamada a discernir el tiempo que está viviendo para escuchar dónde la orienta el Espíritu, para mirar fuera de sí misma, a lo que sucede en el mundo del que forma parte y que la constituye.
Una «Iglesia en salida», por tanto, pero no para volver atrás hacia refugios tranquilizadores, como ocurre hoy, más de 50 años después del Concilio Vaticano II, hacia ese pasado glorioso de un cristianismo triunfante, sino para ser una Iglesia que sepa expresar hoy el «novum» solamente de la Palabra del Evangelio. Nada es inmutable e inamovible.
Una Iglesia, en definitiva, que tenga la capacidad de ser
plural, policéntrica, desde las periferias, desde los márgenes, desde los cruces,
unida por la sinodalidad y la dinámica de la fraternidad, estructuralmente
misionera y extrovertida, en tensión hacia un Dios y su Reino «semper maior».
Hay que dar un salto cualitativo, y es a la medida de Jesús. No se trata de unos pequeños ajustes, de leves parches y reajustes, sino de «ser criaturas nuevas» para este tiempo nuevo que hay que construir como Año de Gracia.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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