jueves, 10 de julio de 2025

Humildad - San Lucas 14.1.7-14 -.

Humildad - San Lucas 14.1.7-14 - 

Se grita, siempre. Cada vez más a menudo, cada vez más fuerte. 

Y, finalmente, sin reparos, sin vergüenza, sin hipocresías bienpensantes. 

Digámoslo, por fin, revelemos el secreto a voces: el hombre es también una cloaca putrefacta. 

Es inútil jugar a ser demócratas, tolerantes, dialogantes, buenistas ingenuos. 

En todo el mundo crece el deseo de demostrar el poder, entre los poderosos, entre las naciones. Nada de diálogo, nada de mundo pacificado, nada de justicia y sostenibilidad. No nos engañemos. 

Viva el hombre fuerte, las palabras fuertes, las decisiones fuertes. 

Viva la opinión gritada, las decisiones claras, las frases asertivas. 

Poco importa si la realidad es compleja y debe ser aceptada y comprendida para poder ser cambiada: los que están, están, y los demás, que se aguanten. 

El mundo es una jungla que impone una lucha sin cuartel. 

Para ser visibles, para ser notados, o incluso solo para sobrevivir. 

O tal vez formamos parte del otro bando, el de los que querrían y no pueden. 

El de los que, diría el filósofo Nietzsche, al no poder estar del lado de los vencedores, exaltan a los vencidos diciendo «bienaventurados los pobres». 

Pero nos gustaría, o sí, si quisiéramos, ser visibles. Nos agotamos con los selfies, nos inquietamos si no tenemos suficientes «me gusta», seguimos a los distintos influencers pensando que son los nuevos modelos que seguir. 

Uno de cada mil lo consigue, de acuerdo. ¿Y los otros novecientos noventa y nueve? 

Y sobre este guiso que hierve, sobre estos tiempos turbios y conflictivos, irrumpe una Palabra susurrada. 

Una Palabra capaz de orientar. De revelar. De hacer comprender. De iluminar. 

De quien dice que no existe una clasificación, si todos somos únicos. 

Y que revela que todos, cada uno de nosotros, somos hijos del gran Rey. 

Emerger 

No buscamos la salvación, sino salvadores. 

Alguien que resuelva por nosotros, sin que nos cueste demasiado esfuerzo, si es posible. 

Jesús observa la realidad, muy parecida a la nuestra. 

Ve cómo, durante un banquete oficial, en presencia de personas importantes, muchos se empujan para acceder a los primeros puestos, para acercarse a la estrella, real o presunta, de la fiesta. Y, lleno de sentido común, advierte: cuidado con no hacer figura mezquina. 

Una actitud que llevamos incrustada en el corazón. 

El deseo de destacar, de aparecer, de contar. 

En el mundo y en la Iglesia, que quede claro. 

Lo cual conlleva una fragilidad desconcertante: hacer que el valor de lo que somos dependa de los demás. 

Colgados 

Demasiadas veces estamos colgados del juicio que los demás hacen de nuestras acciones. 

Dependemos del juicio: ¿seré capaz? ¿Lo habré hecho bien? 

Nos esforzamos por ser como los demás esperan que seamos. Buenos padres, buenos hijos, buenos … 

Esperamos, tarde o temprano, recibir un diploma de colores y sellado que certifique nuestra valía. 

Y si esto no ocurre, nos hundimos en la depresión o montamos una escena terrible por no haber visto reconocidos nuestros esfuerzos: «¡Después de todo lo que he hecho por ti!». 

Mendigamos un poco de aprecio, imploramos una palmadita en la espalda. 

Porque basamos nuestra autoestima fuera de nosotros mismos. 

Somos obras maestras. Dios nos ha creado así. Piezas únicas. 

Es inútil pensar que somos fotocopias. 

Volvamos la mirada hacia el Único que realmente sabe quiénes somos. 

Y en qué podemos convertirnos. 

Ve a ti mismo 

Jesús nos revela otro mundo: no necesitas mostrarte, aparecer, aparentar, …, tú vales. 

La autoestima que nace en tu corazón no se mide por tus habilidades, no, sino por el hecho de que eres pensado, querido y amado por tu Dios. Aunque no ganes ninguna medalla. Aunque tu vida esté hecha de pequeños pasos. 

Tú eres amado. No lo dudes. 

Tú vales, este es el mensaje de la Escritura: eres precioso a los ojos de Dios. 

No importa tu límite, ni la medida de tu miedo. 

No importa lo que los demás piensen de ti: tú vales, eres valioso a los ojos de Dios. Por eso no necesitas alardear, buscar obsesivamente una visibilidad que el mundo te niega o reserva a unos pocos elegidos. 

Tú vales, aunque nunca ganes ninguna medalla de oro y tu pequeña vida se pierda en los recuerdos de una generación. 

Tú vales, no malvendas tu dignidad, cultiva tu interior y, si cultivas tu exterior, cultívalo para que sea siempre y solo transparencia del interior. 

¿Tus límites? Un recinto que delimita el espacio en el que realizarte. 

¿Tus pecados? La experiencia de la finitud y de la libertad aún por purificar, por acoger como adulto y por poner en manos de Dios. 

No necesitas ponerte en los primeros puestos: solo Dios conoce tu corazón, lo conoce más que tú, no te dejes llevar por los falsos profetas de nuestro tiempo. 

Y, en el corazón de Dios, ya estás en el primer puesto. Junto con todos los demás, porque el amor no se divide, se multiplica hasta el infinito.

Estamos llamados 

Mi nombre está escrito en los cielos, es decir, en el corazón de Dios. Me he acercado a la asamblea de los santos, hermanos y hermanas que, como yo, han sido tocados por la presencia del Misterio. 

No necesito gritar, solo clamar con mi vida lo mucho que somos amados. Y vivir como salvado. No, no grito, no discuto, no pienso que soy más listo o mejor. 

Soy arcilla en las manos del alfarero. 

De ahí nace la humildad. 

Término que deriva de humus, la tierra, que se vuelve fértil. 

Una concreción que da vida, esto es la humildad. 

Que no es la depresión sino la experiencia gozosa y fecunda de lo que podemos ser realísticamente. Sabemos que somos preciosos a los ojos de Dios. Hemos conocido nuestra sombra, pero, infinitamente más, la luz de su presencia. 

Eso es lo que queremos contar y vivir. 

Porque experimentamos que somos amados en totalidad, y este amor nos impulsa a superar todos los obstáculos. 

¿De verdad nos siguen interesando los primeros puestos?

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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