Vivir como Dios, dar sin recibir
¡Serás bienaventurado! Porque la recompensa por el don no es la retribución, sino la felicidad del otro y la vida que renace a tu alrededor.
Con las palabras de Jesús entramos en un territorio inusual, más allá de los derechos y los deberes, más allá de la ley un tanto mezquina de la reciprocidad, hacia una especie de locura divina, hacia las semillas de una nueva civilización.
¿Qué sentido tiene invitar a los más pobres entre los pobres? ¿Para nosotros, que somos todos prisioneros de una vida de objetivos?
Amamos por, rezamos por, hacemos buenas obras por... Pero motivar el amor no es amar; tener una razón para dar no es un don puro, tener una motivación para rezar no es una oración perfecta.
Cuando ofrezcas una comida (y ya es mucho poder ofrecerla), no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos: hermosos son estos cuatro peldaños del corazón en fiesta, cuatro segmentos del cálido círculo de los afectos, de la alegre geografía del corazón (amigos, hermanos, parientes, vecinos); no los invites, porque luego ellos también te invitarán y el círculo se cerrará en la eterna ilusión del equilibrio entre dar y recibir, y entonces se cerrará la historia y se cerrarán las brechas para una vida futura.
Cuando ofrezcas un almuerzo, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos. Aquí hay de nuevo cuatro escalones, los que te llevan más allá del círculo de la sangre, más allá del placer de la reciprocidad, abren lo impensable y las brechas para una historia ulterior.
Invita a estos extraños comensales, y no porque tú lo necesites (necesidad de amigos, de gratitud, de sentirte bueno), sino porque ellos lo necesitan.
¿Quizás sea un almuerzo un poco triste para ti? Pero para ellos será un almuerzo feliz. Y tú serás dichoso. Porque la mayor alegría es la que fluye de ti y que recuperas, multiplicada, en el rostro del otro.
Y serás dichoso, porque actúas como actúa Dios, porque vivir es dar. La felicidad tiene que ver con el don y nunca puede ser solitaria.
Y serás feliz, porque hay más felicidad en dar que en recibir.
Este es el divino Evangelio, Evangelio de Dios y no de los hombres, que trastorna la lógica del beneficio, y toda la historia no puede contenerlo, y el hombre entero no basta.
Y me alegra pensar que el Señor me invita a estos caminos un poco locos, pero tan libres, seguro de que ningún sistema social puede contener y agotar la fuerza joven del Evangelio, que el Reino crecerá en todos los sistemas como un rayo de luz.
El Dios de los cambios radicales de la conversión, o de los nacimientos alternativos, sigue obrando.
Amar y ser amado basta para llenar la vida. Pero solo el amor que no busca recompensa, solo la caridad (palabra que parece vieja y pasada de moda, pero que el Evangelio renueva) llena de esperanza y de seres vivos, de vida que es vida, el gran vacío de la tierra y del corazón.
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