El amor sin cálculos, motor de la vida
La gente observa a Jesús y Jesús observa a los invitados.
Hay un cruce de miradas en esa sala que es la metáfora de la vida: conquistar los primeros puestos, competir, ilusionados de que vivir es ganar, prevalecer, obtener la propia satisfacción.
Jesús propone otra lógica: Ve y ponte en el último lugar. El último lugar no es un castigo, es el lugar de Dios, el lugar de Jesús, que no vino para ser servido, sino para servir; es el lugar de quien más ama, de quien hace espacio a los demás.
Amigo, sube más arriba, dirá entonces el anfitrión. A aquel que ha elegido quedarse al fondo de la sala se le reserva este nombre intenso y dulce: amigo. Amigo de Dios y de los demás.
Lo ha demostrado con ese gesto que parece decir a cada uno de los comensales: «Tú eres más importante que yo, pasa primero». Y así se hace amigo de Dios, que eternamente no hace otra cosa que considerar a cada hombre más importante que a sí mismo.
Lo garantiza la Cruz de Jesús. Cuando ofrezcas una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos: hermosos son estos cuatro peldaños del corazón en fiesta, cuatro segmentos del cálido círculo de los afectos; no los invites, porque luego ellos también te invitarán y el círculo se cerrará en la eterna ilusión del equilibrio contable entre el dar y el recibir.
Cuando ofrezcas una cena, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos.
He aquí de nuevo otros escalones que te llevan más allá del círculo de la familia y de los afectos, más allá de la gratificación de la reciprocidad, que abren ventanas a un mundo nuevo: dar con pérdida, dar primero, dar sin contraprestación. En el Evangelio, el verbo «amar» siempre se traduce con el verbo «dar».
Y serás bienaventurado porque no tienen con qué recompensarte.
En esta pequeña frase está contenido el doble secreto de la felicidad: siempre tiene que ver con el don, nunca puede ser solitaria. Da un poco de felicidad a alguien y enseguida la recuperas, multiplicada, en el rostro del otro.
Y serás feliz porque hay más alegría en dar que en recibir, como muchos, como quizá todos hemos experimentado.
Y serás feliz porque actúas como actúa Dios, como quien aprende el amor sin cálculo, que es lo único que hace arrancar el motor de la vida.
Invita a los más pobres entre los pobres y asegúrate de que no puedan devolverte nada.
Evangelio revolucionario y contracorriente. Es la alternativa del Evangelio, la que convoca a otra forma de ser hombres, al valor de volar alto, en el cielo de Dios: «el totalmente Otro que viene para que la historia se convierta en algo totalmente diferente de lo que es» - Karl Barth -, para que la fuerza joven del Evangelio sea siempre como una brecha de luz.
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