jueves, 17 de julio de 2025

La cruz: la epifanía de un amor más grande y hasta el extremo.

La cruz: la epifanía de un amor más grande y hasta el extremo 

La solemne Fiesta de la Exaltación de la Cruz nos remite al misterio que está en el corazón de nuestra fe y de nuestra vida cristiana: el misterio de la cruz «vivificante» de Cristo, el sacramento de la madera de la cruz convertida en árbol de vida, el «lugar» de la muerte de Jesús convertido en seno que engendró a Jesús a una nueva vida resucitada y seno generador de vida también para nosotros, muertos con él y resucitados con Él. 

Así debemos volver a leer la página de la crucifixión narrada por Juan en su Evangelio: no como una página muerta que narra la muerte de un hombre, sino como la última palabra de amor que nos narra un amante de la vida, Jesús, que queriendo amar a los suyos «no con palabras, sino con hechos y en verdad» (1 Jn 3,18), los amó hasta el extremo. 

¿Y qué es el extremo del amor sino amar hasta el don extremo de lo que es el don por excelencia, la vida? 

Todo el pasaje está encerrado en esta lógica del don de la vida por amor. Una escena encerrada entre dos expresiones que transfiguran el mal sufrido, presagio de muerte, en un lugar de amor activo, generador de vida: «Pilato entregó a Jesús» (Jn 19,16) y «Jesús, inclinando la cabeza, entregó el espíritu» (Jn 19,30). 

Por lo tanto, el sentido espiritual de la página joánica está todo en este movimiento: Jesús, en el momento en que es entregado, entrega su vida. Todo en este pasaje habla de una disponibilidad consciente, de una tensión consciente, de un sí a la entrega total de sí mismo. 

Un «sí» dicho con muy pocas palabras. Un «sí» a la entrega de sí mismo dicho ante todo con el cuerpo, que se convierte en palabra más elocuente que cualquier aliento pronunciado

De hecho, es sobre todo en su cuerpo donde Jesús, obedeciendo al Padre, vive ese movimiento de generación del don a partir de la muerte infligida, sufrida, permitiendo así al Padre realizar en Él su obra: su cuerpo, sobre el que había sido colocada la cruz, ahora la asume y la lleva sobre sí (cf. Jn 19,17); su cuerpo, que fijado pasivamente en la cruz es izado por los soldados, «Dios lo exaltó» por encima de todo y de todos (Flp 2,9); sus brazos, brutalmente clavados en la madera, se abren convirtiéndose en imagen de un abrazo universal, de un cuerpo ofrecido, de un amor activo que ya no retiene nada para sí, sino que se convierte en don de vida nueva. 

Un «sí» dicho, finalmente, con la relación y con el afecto. A quienes, condenándolo a muerte, le quitaban la vida y, por tanto, esa preciosa red de relaciones con aquellos a quienes «amaba», Jesús responde aún con un gesto de amor activo y gratuito: confía sus relaciones familiares, todas resumidas en la figura de su madre, y sus relaciones afectivas, todas resumidas en la figura del discípulo «que Él amaba». Jesús confía estas relaciones al futuro, las hace renacer abriéndolas a un futuro desligado de su presencia. 

También con este gesto, acompañado de muy pocas palabras, Jesús nos muestra lo que es el amor, siempre, y no solo en el momento epifánico de la muerte: el amor es morir por el otro, dar la vida para que el otro, que ha estado a mi lado y al que he amado, viva más que yo y más allá de mí. Este es el amor que la cruz de Cristo ha exaltado, que ha elevado por encima de cualquier otro amor. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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