La cruz, el amor que baja el cielo
La Fiesta de la Exaltación de la Cruz tiene su origen en acontecimientos históricos lejanos, historias de emperadores, guerras, reconquistas. La cruz encontrada, sustraída y reconquistada en el siglo VII por el emperador Heraclio es el motivo histórico de la fiesta.
Pero el motivo espiritual es mucho más profundo: la cruz es la revelación suprema de Dios. Estar en la cruz es lo que Dios, en su amor, debe al hombre que está en la cruz. Porque el amor conoce muchos deberes, pero el primero de ellos es estar con el amado.
Dios está en la cruz solo para estar conmigo y como yo. Para que yo pueda estar con Él y como Él.
Dios amó tanto al mundo. Entre los dos términos, Dios y mundo, que lo dicen todo: muy lejos, incomunicables, extraños, las palabras del Evangelio indican un punto de encuentro. Entre Dios y el mundo, el vínculo lo da un tercer término: amó tanto.
Mundo amado, tierra amada. Son las palabras originales, iniciales. Si no hay amor, ninguna cátedra puede hablar de Dios.
Dios ha amado tanto: esto me asegura que la salvación es que Él ama, no que yo amo. No somos cristianos porque amamos a Dios. Somos cristianos porque creemos que Dios nos ama. Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia, la única herejía que cuenta.
Un doble movimiento ha hecho posible el encuentro: Cristo se humilló, escribe Pablo, hasta la muerte en la cruz; Cristo está elevado, dice Juan, en la cruz atrayendo todo hacia sí.
Entre Dios y el mundo, el punto de unión es la cruz. Cruz que eleva la tierra, que baja el cielo, que reúne los horizontes, cruce de caminos de los corazones dispersos.
Elevado, alto sobre el mundo, Cristo, el primero de la gran migración hacia la vida, el que descendió, vuelve a subir por el único camino, el de la desmesura del amor.
El crucificado es el icono más verdadero. Trae a la tierra el poder de Dios: el de servir, no de esclavizar; el de salvar, no de juzgar; el de dar la vida, no de quitarla.
El crucificado lleva la verdadera imagen del hombre. El verdadero hombre no es el que acumula dinero o poder, maneja la lanza y quiebra vidas, ni el que se burla o escarnece.
El verdadero hombre es el crucificado, capaz del don supremo, hermano de todos, que muere obstinadamente amando, gritando fuerte a Dios todo su dolor, pero para ponerse en sus manos.
Lo que nos hace creer es la cruz. Pero en lo que creemos es en la victoria de la cruz - Blaise Pascal -.
El amor y la muerte, los dos antagonistas inmortales, según Sigmund Freud, se disputan al hombre y su fe. Pues bien, en la cruz se proclama con letras de sangre, las únicas que no engañan, la palabra vencedora, la del Cantar de los Cantares: más fuerte que la muerte es el amor.
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