jueves, 17 de julio de 2025

La cruz, punto de unión entre Dios y el mundo.

La cruz, punto de unión entre Dios y el mundo 

La única palabra que el cristiano tiene que entregar al mundo es la palabra de la Cruz. Dios entró en la tragedia del hombre, para que el hombre no se perdiera, con el medio escandalosamente pobre y débil de la cruz. Para saber quién es Dios, debo arrodillarme a los pies de la cruz - Karl Rahner -). 

Entre los dos términos, Dios y mundo, Dios y hombre, que lo dicen todo: muy lejos, incomunicables, extraños, las palabras del Evangelio indican el punto de encuentro: el descendido elevado, al mismo tiempo Hijo del hombre e Hijo del cielo. 

Cristo se humilló, escribe Pablo, hasta la muerte y una muerte en cruz; Cristo fue elevado en la cruz, dice Juan, atrayendo todo hacia sí. En el Hijo se realiza aquello de que quien se humilla será ensalzado. 

Entre Dios y el mundo, el punto de unión es la cruz, que eleva la tierra, baja el cielo, reúne los cuatro horizontes, es cruce de caminos de los corazones dispersos. 

El que descendió, vuelve a subir por el único camino, el del amor desmesurado. Por eso Dios lo resucitó, por ese amor sin medida. 

La esencia del cristianismo está en la contemplación del rostro del crucificado, puerta que se abre a la esencia de Dios y del hombre: ser vínculo y hacerse don. 

Amó tanto al mundo que dio a su Hijo. Mundo amado, tierra amada. Partamos de estas palabras iniciales: No somos cristianos porque amamos a Dios. Somos cristianos porque creemos que Dios nos ama. 

Y nosotros aquí, asombrados de que, después de dos mil años, sigamos enamorados de Jesús como los apóstoles. ¿Qué atracción ejerce la cruz, qué belleza emana para seducirnos? 

En la cruz se condensan la seriedad y la desmesura, la gratuidad y el exceso del don del amor; se revela el principio de la belleza de Dios: el don supremo de su vida por nosotros. 

El esplendor del fundamento de la fe, que nos conmueve, está aquí, en la belleza del acto de amor. 

La belleza suprema es la que ocurrió fuera de Jerusalén, en la colina, donde el Hijo de Dios se deja aniquilar en ese poco de madera y tierra que basta para morir. Verdaderamente divina es esta abreviación del Verbo en un sollozo de amor y dolor: aquí termina el éxodo de Dios, el éxtasis de lo divino. En la cruz encontramos el arte de amar. 

Bella es la persona que ama, bellísimo es el amor hasta el extremo. En ese cuerpo desgarrado, desfigurado por el espasmo, en ese cuerpo que es el reflejo del corazón, reflejo de un amor loco y escandaloso hasta la muerte, ahí está la belleza que salva al mundo, el esplendor del fundamento, que nos seduce. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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