jueves, 17 de julio de 2025

La escuela de la cruz.

La escuela de la cruz 

Fiesta de la Exaltación de la Cruz, en la que el cristiano une las dos caras del único acontecimiento: la Cruz y la Pascua, la cruz del Resucitado con todas sus llagas, la resurrección del Crucificado con toda su luz. Parafraseando a Kant: «La cruz sin la resurrección es ciega; la resurrección sin la cruz es vacía». 

Dios nos ha amado tanto. Este es el corazón ardiente del cristianismo, la síntesis de la fe: «Donde está tu síntesis, allí está también tu corazón» (Evangelii Gaudium 143). No somos cristianos porque amamos a Dios. Somos cristianos porque creemos que Dios nos ama. La salvación es que Él me ama, no que yo le amo a Él. 

La única verdadera herejía cristiana es la indiferencia, el contrario perfecto del amor. Lo que frustra incluso los planes más sólidos de la historia de Dios es solo la indiferencia. 

En cambio, «amar mucho» es cosa de Dios y de verdaderos hijos de Dios. Y pienso que cada vez que una criatura ama mucho, en ese momento está haciendo algo divino, en ese momento es engendrado y alumbrado el Hijo de Dios, su sueño se vuelve a encarnar. 

Ha amado tanto al mundo: palabras para repetir hasta el infinito, monotonía divina para grabar en la carne del corazón, para guardar como leitmotiv, estribillo que contiene lo esencial, cada vez que una duda vuelve a extender su velo sobre el corazón. 

Ha amado tanto al mundo que ha dado: amar no es una emoción, implica dar, generosamente, ilógicamente, insensatamente dar. Y Dios no puede dar nada menos que sí mismo (Meister Eckart). 

Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por medio de Él. Mundo salvado, no condenado. Cada vez que tememos condenas, por nosotros mismos, por las sombras que arrastramos, somos paganos, no hemos entendido nada de la cruz. Cada vez que somos nosotros los que lanzamos condenas, volvemos a ser paganos, nos deslizamos fuera, lejos de la historia de Dios. 

Un mundo salvado, con todo lo que hay en él. Salvar significa conservar, y nada se perderá: ningún gesto de amor, ningún valor, ninguna perseverancia, ningún rostro. Tampoco un vaso de agua fresca. Ni siquiera la brizna de hierba más pequeña. Porque es toda la creación la que clama, la que gime en los dolores de la salvación. 

Para que todo aquel que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna. 

Creer en este Dios, entrar en esta dinámica, dejar que Él entre en nosotros, entrar en el espacio divino «del amar tanto», confiar, confiar en el amor como forma de Dios y forma de vivir, significa tener la vida eterna, hacer las cosas que Dios hace, cosas que merecen no morir, que pertenecen a las fibras más íntimas de Dios. 

Quien hace esto ya tiene, en el presente, la vida eterna, una vida plena, realiza plenamente su existencia. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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