La invasión de los imbéciles
«Las redes sociales son un fenómeno positivo, pero también dan voz a legiones de imbéciles que antes solo hablaban en el bar después de una copa de vino, sin perjudicar a la comunidad. Ahora estos imbéciles tienen el mismo derecho a expresarse que los premios Nobel». Estas fueron unas palabras pronunciadas por Umberto Eco hace 10 años en la Universidad de Turín durante la ceremonia en la que se le concedió el doctorado honoris causa en comunicación y cultura de los medios de comunicación.
Aquí está el vídeo, de algo más de 12 minutos, en cuestión para aquellos que pueden entender el italiano: https://www.youtube.com/watch?v=u10XGPuO3C4&t=29s
Desde que se pronunciaron muchos han interpretado la frase de Umberto Eco sobre las legiones de imbéciles que comentan en Internet. No hay que reducir un genio a un ingenuo: el gran semiólogo y filósofo (nacido este 5 de enero de 1932) sabía muy bien que su sarcástica afirmación se alimentaría a sí misma y demostraría su propia verdad. Era cuestión de tiempo. Lo que no podía saber, en todo caso, es que ese aforismo sería el último y fulminante dardo mediático de su vida. Porque fue pronunciado pocos meses antes de morir.
Algunos han dicho que se le escapó. Pocos se dieron cuenta de que Umberto Eco había utilizado prácticamente las mismas palabras tres meses antes en una entrevista en El Mundo («todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública...»). Por lo tanto, era una afirmación burlona, pero meditada y pretendida.
Entre las legiones de imbéciles que se ensañan con el aforismo de Umberto Eco se encuentran también los nuevos teóricos del retorno a la democracia elitista; aquellos que ante cada noticia falsa que se vuelve viral, ante cada comentario descerebrado, gritan «¡y estos imbéciles también van a votar!», aquellos que cuando los votantes les contradicen, querrían disolver el electorado.
Los que, sin admitirlo, están disgustados por la libertad de acceso al espacio público, hasta ahora vigilado por estrictas normas de entrada y severos guardianes, que ahora la web ofrece a categorías siempre excluidas: los adolescentes, las minorías étnicas y políticas, … Hacer de Umberto Eco un arrepentido de la democracia, un predicador de la abolición del sufragio universal, es otra gran estupidez de la web.
El derecho de acceso de todos, incluidos los imbéciles, al espacio público de la democracia no lo ha establecido la web sino la Constitución. La pregunta es qué hacer ante la existencia de los imbéciles.
¿Qué dijo realmente Umberto Eco ese día? Que la web no ha inventado a los imbéciles, sino que simplemente les ha dado el mismo público que tienen los premios Nobel. Y no lo dijo por casualidad. Porque los medios de comunicación siempre han adulado al hombre de la calle para manipularlo mejor.
La televisión promovió el triunfo de los programas basura. Y así sucesivamente… se ha generado basura sobre basura. Los medios de comunicación no crean, sino que cultivan, promueven y gratifican la imbecilidad: porque vende y hace votar. Eso sí, siempre queda el recurso soberano de encender o de apagar la televisión.
La web gratifica a los imbéciles, que «antes solo hablaban en el bar después de dos o tres copas de vino tinto y, por lo tanto, no perjudicaban a la sociedad». No la perjudicaban porque, antes, el acceso a los medios de comunicación estaba vigilado por poderosos aduaneros: periodistas, editores, … Ahora la era de las aduanas ha terminado y ha comenzado la de la batalla en campo abierto.
Como cualquier espacio público, la web es un espacio conflictivo. El que gana, se lleva todos los laureles. Los imbéciles ya hablaban antes, en los bares, en las tertulias de la plaza, en las colas de… La web solo ha amplificado los decibelios de sus estentóreas afirmaciones. Antes, y a menudo, el imbécil era silenciado por los transeúntes en el bar o en la plaza, pero ¿dónde están hoy los transeúntes inteligentes? ¿Por qué callan?
La escuela podría enseñar a filtrar la información descabellada de internet. Los periódicos deberían verificarla y desenmascararla a diario. La propia red debería fabricarse anticuerpos.
Es verdad que la imbecilidad social tiene un sistema de defensa intrínseco. Más allá de cierto límite se crea un síndrome de escepticismo, la gente ya no cree lo que dice determinada red social. Al principio hay mucho entusiasmo, pero luego empiezan a decir ¿dónde lo has leído? ¿quién lo ha dicho? ¿…? Obviamente, esto no sucede por sí solo.
Se necesita la tenacidad de los espectadores inteligentes. Se requiere la resistencia de la razón. Se necesita la competencia de la inteligencia. La defensa instintiva del público puede darse en Internet y en los tentáculos de sus foros y de sus redes. Depende únicamente de la capacidad crítica de quienes navegan por él. Es oportuno recordar que el tonto del pueblo nunca triunfa por sus propios méritos, sino solo por la debilidad del sentido común del pueblo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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