Gratuidad
Esta palabra puede ser considerada la “clave” del cristianismo, la que resume sintéticamente el corazón de lo que Cristo hizo y enseñó: ¡Dios nos ama gratuitamente!
Es un sustantivo que no indica tanto algo que hacer o creer, sino un estilo, una actitud, una manera de hacer las cosas, una forma de vivir: aquella en la que se vive “gratis”, sin tener que pagar. Dios, en su vida interior, no es otra cosa que amor gratuito, perfecto e infinito, y cuando se relaciona con nosotros lo hace con la misma actitud. Él nos da gratuitamente la existencia (Jr 1,5; Jn 10,10), nos libera gratuitamente del pecado (Ef 2,8-9; Rm 3,23-24), nos sostiene gratuitamente en la vida (Sb 11,24-26; Mt 5,45), nos ofrece gratuitamente su Reino definitivo (Mt 20,1-16; Lc 15,11-32).
Sin embargo, a lo largo de la historia del cristianismo hemos asistido con frecuencia a enfoques de fe muy diferentes, en los que Dios aparecía más bien como un juez movido por criterios estrictamente económicos (te doy si me das), la vida eterna debía ser conquistada y el perdón de Dios debía ser de alguna manera “pagado” por el hombre. Por eso, también hoy el Jubileo lucha por ser visto como el lugar principal en el que la gratuidad del amor de Dios se hace visible y accesible.
Pero el valor original que los judíos asignaron al jubileo sigue siendo válido para nosotros hoy, incluso en nuestra relación con Dios. Además del verdadero significado, que sigue siendo cierto, de «liberar a los esclavos», para nosotros significa que Dios quiere liberarnos de la esclavitud de la vida, entendida como algo que hay que pagar, y hacernos experimentar la vida como un don gratuito. “Cancelar deudas” significa que Dios cancela la suma de nuestros pecados y sus efectos, limpia nuestro historial gratuitamente, ofreciéndonos la posibilidad de pensar que ningún mal y ningún pecado podrán jamás arrebatarnos su amor gratuito.
Del mismo modo, “devolver las tierras confiscadas a sus dueños originales” significa que siempre podemos regresar a donde originalmente fuimos amados, a sentir la belleza de estar vivos, sin haberlo pedido. “Dejar descansar la tierra, interrumpiendo el cultivo” significa que podemos vivir mucho más del juego que del trabajo, del placer de lo que hago en el presente, más que de la tensión por alcanzar un objetivo.
Pero la vida real parece decirnos algo diferente. ¿Cómo podemos pensar que la vida es un regalo gratuito cuando la muerte nos arranca del corazón a las personas que amamos, cuando la enfermedad y el dolor nos niegan incluso las alegrías mínimas de la existencia? ¿No están la muerte, la enfermedad y el dolor ahí para hacernos imposible acceder a la vida como un regalo?
Se hace entonces más fácil interpretar la vida en la relación entre mérito y recompensa, como muchas religiones y espiritualidades siguen sugiriendo, o todavía consideran la vida una condición dolorosa y sin sentido. El cristianismo, en cambio, se distingue porque sigue proclamando obstinadamente una vida y una plenitud donada sin méritos, accesible a todos y que encuentra su sentido en el amor gratuito.
Se convierte entonces en un milagro creer verdaderamente que la gratuidad es el centro de la fe cristiana, porque debemos aceptar que también la muerte, la enfermedad, el dolor son “gratuitos”, es decir, hechos de la realidad, inmerecidos e inmotivados, que experimentamos en nuestra carne. ¡Éste es el verdadero escándalo del cristianismo! Sigamos creyendo en un Dios que nos ama gratuitamente, incluso cuando la vida esté marcada por la muerte.
¿Pero qué pasa si podemos desprendernos de esa señal de muerte de manera gratuita, tal como llegó de manera gratuita? Celebrar el Jubileo significa también dejar de querer controlar la calidad de nuestra vida y dejarnos llevar por lo que ésta nos da, sea para bien o para mal. ¿Podemos seguir creyendo que incluso allí Dios nunca nos abandona?
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario