sábado, 22 de marzo de 2025

La metáfora de la primavera.

La metáfora de la primavera 

Es la metáfora del grano de trigo que se impone, por su fuerza y ​​sutileza. Una metáfora muy conocida, una metáfora elocuente en el modo de Jesús de contemplar y narrar la vida y en su ser programa de vida del cristiano: “Si el grano de trigo, al caer en tierra, no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto”. 

Hay una feliz coincidencia en esta Cuaresma porque ayer 21 de marzo, día en el que comenzaba la primavera y, a partir de ahora, la luz volverá a tener más espacio que las tinieblas. Una feliz coincidencia porque nos invita a detenernos en la imagen del grano que, ciertamente, conoce la muerte, pero es una muerte que da fruto. Y sabemos por experiencia que el fruto de la semilla es la vida de la planta. La muerte no es la última palabra, sino la penúltima. 

Nuestro Dios es un Dios de vida, de fruto, de planta que crece: en estos días la tierra despierta, la naturaleza infunde fuerza, los árboles y los prados vuelven a florecer, los animales emergen del invierno. Una naturaleza que despierta corresponde a un hombre todavía presa de miedos, de preocupaciones. 

Pero el grano de trigo da vida: nuestro Dios es fecundo, está abierto a la vida, a la luz. Nuestro Dios libera, nos libera de la desolación: no quiere tenernos bajo tierra, pero sabe que estamos llamados a brotar. Jesús nos libera de las tierras estériles: si confiamos, lo que ciertamente no es fácil, entonces nuestra tierra puede volver a germinar. 

Hay un tiempo de espera, un tiempo de paciencia, un tiempo en el que la tierra parece dormir, todo está quieto, la vida parece una espiral descendente. Es el momento en que la semilla muere, dejando algo de sí misma. Un tiempo para vivir en silencio y espera paciente. Un silencio para habitar, no para huir. 

Hay heridas que sanan con silencio, no con palabras. Hay misterios que sólo pueden ser circunscritos laboriosamente por el silencio, que es espera, que es también confianza, posibilidad de escuchar otra Palabra. Hay un silencio terapéutico, un silencio bálsamo, un silencio curativo. Es el camino de la paciencia, el camino de la esperanza renovada. 

El grano de trigo muere en la tierra invernal, pero no como última palabra: se convierte en brote, se convierte en vida. Llega la vida. Es tiempo, verdaderamente, de ver los brotes de una nueva primavera. 

La primavera, además, nos invita a una nueva fidelidad a nuestra fidelidad al Padre, al Evangelio y al Reino: me refiero a la fidelidad al tiempo y al mundo futuro y a los que vendrán después de nosotros. 

Una atención que no basta con enunciarla, sino que debe traducirse en acciones concretas, exige acciones adecuadas y miradas proféticas, marcadas por el coraje de mirarse y dejarse mirar en las propias acciones, asumiendo el peso de la responsabilidad de dejar, con la propia presencia, un mundo mejor que el encontrado. 

La fidelidad al futuro exige pues ante todo saber habitar responsablemente el momento del presente. Queremos hacer nuestra parte. Sin remordimientos ni nostalgias. Con responsabilidad por el tiempo presente, con curiosidad hacia el tiempo futuro. 

Y siempre por caminos que nos llevarán donde hoy no conocemos. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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