miércoles, 14 de mayo de 2025

El milagro del pan compartido, amar significa dar.

El milagro del pan compartido, amar significa dar 

Fiesta de la vida entregada, del Cuerpo y la Sangre que nos fueron dados: participar del Cuerpo y la Sangre de Cristo no tiene otro fin que transformarnos en lo que recibimos -León Magno-. 

Dios está en nosotros: mi corazón lo absorbe, Él absorbe mi corazón, y nos convertimos en uno solo. 

El hombre es la única criatura que tiene a Dios en el cuerpo y en la sangre, tenemos en nosotros un cromosoma divino. 

Jesús hablaba a las multitudes del Reino y curaba a los que necesitaban cuidados. Hablaba del Reino, anunciaba la Buena Nueva de que Dios está cerca, con amor. 

Y sanaba. El Evangelio rebosa de milagros. Jesús toca la carne de los pobres, y he aquí que la carne sanada, los ojos nuevos que se encantan con la luz, un paralítico que baila al sol con su camilla, se convierten en el laboratorio del reino de Dios, la prueba de un mundo nuevo, sanado, liberado, que respira. 

Y los cinco mil, a su vez, se maravillan ante este sueño, y los Doce tienen que intervenir: «Despídelos, que ya es tarde y estamos en un lugar desierto». Se preocupan por la gente, pero adoptan la solución más mezquina: «Despídelos». Jesús nunca ha despedido a nadie. 

El primer paso hacia el milagro, compartir en lugar de multiplicar, es un giro repentino que Jesús imprime al relato: Dadles vosotros de comer. Un verbo sencillo, seco, práctico: dad. 

En el Evangelio, el verbo amar siempre se traduce con otro verbo concreto, activo, de manos: dar (Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo (Jn 3,16), no hay mayor amor que dar la vida por los amigos (Jn 15,13). 

Los Apóstoles no pueden, no son capaces, solo tienen cinco panes, un pan para cada mil personas: es poco, casi nada. Pero la sorpresa de aquella tarde es que el poco pan compartido, que pasa de mano en mano, es suficiente; que el fin del hambre no consiste en comer solo, vorazmente, el propio pan, sino en compartirlo, repartiendo lo poco que se tiene: dos peces, el vaso de agua fresca, aceite y vino sobre las heridas, un poco de tiempo y un poco de corazón. La vida vive de la vida donada. 

Todos comieron hasta saciarse. Ese «todos» es importante. Son niños, mujeres, hombres. Son santos y pecadores, sinceros o mentirosos, sin excepción, mujeres de Samaria con cinco maridos y otros tantos divorcios. Sin excepción. Pura gracia. 

Es voluntad de Dios que la Iglesia sea así: capaz de enseñar, curar, dar, saciar, acoger sin excluir a nadie, capaz como los Apóstoles de aceptar el reto de poner en común lo que tiene, de poner en juego sus bienes. 

Si hiciéramos así, nos daríamos cuenta de que el milagro ya ha sucedido, está en una prodigiosa multiplicación: no del pan, sino del corazón. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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