martes, 22 de julio de 2025

El relato de la historia de un amor.

El relato de la historia de un amor 

El sepulcro. Todo ha terminado 

El cuerpo está inexorablemente destinado a la descomposición. 

¿Cómo culpar entonces a los filósofos atenienses cuando Pablo comenzó a hablar de la resurrección? «Sobre este tema te escucharemos otra vez» (Hch 17, 32). 

Por otra parte, los relatos de la resurrección no tienen nada de prodigioso ni espectacular. Es más, no hay ningún relato, porque en los Evangelios el Misterio se presenta como ausencia, tumba vacía, ropa abandonada. 

Nadie vio resucitar a Jesús. El cuarto Evangelio relata tres veces la decepción de María Magdalena: «Se han llevado al Señor». 

El sepulcro está vacío. 

Incluso los discípulos de Jesús, que habían compartido con Él intensos años de vida terrenal, se encuentran totalmente desprevenidos ante el acontecimiento del «tercer día». 

Son comprensibles tanto la traición de Judas como la negación de Pedro, la huida de todos los demás y el miedo de las mujeres. 

Las esperanzas se han desvanecido. 

Jesús no es el Ungido de Dios. 

Todos se alejan o se encierran en el cenáculo a la espera de tiempos mejores. 

María Magdalena, enamorada y audaz 

Según el Evangelio de Juan, María Magdalena es la primera en acudir al sepulcro «de madrugada, cuando aún estaba oscuro» (Jn 20, 1). 

Es una mujer fuerte, enamorada, poco convencional, que se pone en camino, sola, de noche. Una mujer marcada por una búsqueda amorosa, como la mujer del Cantar de los Cantares, y por el deseo de encontrar una explicación. 

A las mujeres se les ha asociado a menudo un papel de obediencia casta, de silencio obsequioso. Pero su papel en la Escritura es muy diferente. Son mujeres audaces porque audaz es el amor que buscan y el amor no conoce límites ni obstáculos. 

María está allí, fuera del sepulcro vacío, y llora. Un llanto de desconcierto, de estupor... 

Hubiera querido ver el cuerpo de Jesús, tocarlo, ungirlo, besarlo. No se resigna a la ausencia, no la soporta porque, como la joven del Cantar de los Cantares, «yo soy para mi amado y mi amado es para mí» (Ct 6, 3). 

No puede haber terminado todo. 

Es el tema de la ausencia, lo que permanece misterioso, lo que nunca se alcanza definitivamente, lo que los místicos llaman la noche oscura y que escapa al alcance de la razón. 

La experiencia pascual no es la luz deslumbrante que resuelve nuestras incertidumbres, sino un rayo de luz que nos permite vislumbrar el abismo del amor de Dios. 

Se abre un nuevo horizonte 

Y es precisamente por su larga fidelidad al amor, incluso cuando no entiende, por este «permanecer en el amor», que se abren los ojos de la fe y ella reconoce la voz: «¡María!». 

«Rabbunì!». Maestro mío. 

Se abre un nuevo horizonte. 

Jesús no la retiene para sí, ni la encierra en sí misma, absorta en sus propios sentimientos, sino que le indica una salida, en obediencia a la Palabra. 

«No me retengas, sino ve a mis hermanos y diles que ha resucitado» (Jn 20, 17). 

«Ve», el verbo de la misión, con el que comienza la historia de la salvación, que exige salir de uno mismo y de las propias pretensiones, para vivir en el espacio de un amor gratuito y preveniente de Dios. 

La Magdalena se convierte en «apóstol» 

Así como María corrió de noche al sepulcro, ahora, que es de día y hay luz de fe, corre a anunciar «He visto al Señor». 

No puede guardar para sí la revelación recibida, debe compartirla, hacerse «apóstol», ayudando a los demás a liberarse del miedo y la decepción. 

No sabemos cómo vivió la discípula predilecta en la tierra desde ese momento. 

Pero esto no es esencial para nosotros y el Evangelio es siempre muy sobrio. 

Sabemos que en el jardín de la resurrección se produjo el milagro del Amor. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Persistir en la democracia.

Persistir en la democracia   A veces, quizá por el calor bochornoso de este verano, uno navega en la sombra al azar por su biblioteca y se e...