martes, 8 de julio de 2025

Oración y transfiguración: transfigurar la mirada o la luz para afrontar la vida.

Oración y transfiguración: transfigurar la mirada o la luz para afrontar la vida 

Cada año, el 6 de agosto - fecha de mi cumpleaños -, en pleno verano, la Iglesia nos invita a contemplar el gran misterio de la transfiguración de Jesús, narrado en los Evangelios sinópticos. Lucas (9, 28-36), en particular, lo relaciona con el tema de la oración de Jesús. 

Lucas nos revela que «Moisés y Elías, aparecidos en gloria, hablaban con Jesús de su exodus que se iba a cumplir en Jerusalén», del exodus de este mundo al Padre que Jesús iba a vivir en obediencia a las Escrituras. La conexión entre el Tabor (monte de la transfiguración) y el Gólgota (monte de la pasión) es el levantamiento del velo sobre lo que le espera a Jesús al final del viaje emprendido hacia Jerusalén. 

Inmediatamente después de recibir la confesión de Pedro, que lo proclamó Mesías, Jesús hizo el primer anuncio de la «necesidad» de su pasión, muerte y resurrección (cf. Lc 9,22). Justo después de esta revelación, «unos ocho días después», se produce el acontecimiento de la transfiguración, para atestiguar que Jesús es el Cristo, como lo había proclamado Pedro (cf. Lc 9,20), pero también que su gloria contiene como necessitas la pasión y la muerte. 

Esta «necesidad», de la que Jesús habla a menudo en Lucas, no está ligada ni al azar ni a un destino querido por Dios: Jesús fue hacia la muerte en libertad y por amor. Su pasión estaba ligada ante todo a una necesidad humana: en un mundo de injustos, el justo es rechazado, perseguido y, si es posible, asesinado (como se lee en los dos primeros capítulos del libro de la Sabiduría). Jesús podría haberse pasado al bando de los injustos: entonces habría cesado la hostilidad hacia él; pero, al seguir siendo fiel a la voluntad de Dios y haciendo el bien, solo podía preparar su rechazo. 

Ahora bien, si Jesús, el Justo, afronta esta situación sin recurrir a la violencia, sino permaneciendo fiel a Dios, entonces la necesidad humana puede interpretarse también como divina: la libre obediencia a la voluntad de Dios, que pide vivir el amor hasta el extremo, exige una vida de justicia y amor, incluso a costa de la muerte. 

En esta perspectiva, Jesús había anunciado que algunos de sus discípulos verían el Reino de Dios antes de morir (cf. Lc 9,27). Y así sucede. Jesús toma consigo a Pedro, Juan y Santiago, y sube al monte a orar con ellos, para encontrar luz en su camino. Y he aquí que, durante la oración, se manifiesta la gloria de Dios en su persona: se produce una transformación de su rostro, que se vuelve resplandeciente, y de sus vestiduras, que se vuelven luminosas. ¿Es otro Jesús? No, es el hombre Jesús de Nazaret, pero contemplado en su gloria, en su vínculo inquebrantable con el Padre. 

Según los Padres de la Iglesia griega, la transformación, la metamorfosis, es un acontecimiento que afecta a los ojos y al corazón de los discípulos. Lo que se transfigura es la mirada de los tres, que por gracia han visto lo que no podían ver en la vida cotidiana. Se les concede la facultad de ver a Cristo en su realidad de Hijo de Dios, «oculta» en la vida terrenal de Jesús. 

¿Quieres saber si los discípulos, cuando Jesús se transfiguró ante los que había hecho subir al monte, vieron a Jesús bajo la forma de Dios, la que era la suya antes, habiendo tomado aquí abajo la forma de esclavo? Escucha estas palabras, en sentido espiritual, y fíjate en que no se dice solo «se transfiguró», sino «se transfiguró ante ellos» - Orígenes -. 

Esta experiencia de gloria es una revelación no solo para los discípulos, sino también para Jesús: para afrontar la prueba, no es necesario ser experto en el sufrimiento, sino simplemente haber visto la luz, en la fe, no con los ojos carnales. Hay que permanecer firmes en el Señor, creer que su camino es el de la vida, incluso a costa de perderla: perderla por Él es encontrarla, y quien tiene una razón por la que vale la pena dar la vida, hasta la muerte, ¡también tiene una razón para vivir! 

Jesús, pues, al comienzo de su viaje hacia Jerusalén, recibe del Padre la luz necesaria para afrontar el camino, incluso en la oscuridad del sufrimiento. También los discípulos están provistos de una luz que debe sostenerlos y hacerles comprender la necesidad de la pasión en todo camino de amor auténtico, que debe mantenerlos en la fe incluso en el escándalo de la pasión. 

Por eso, en la luz que Dios da a Jesús y a los discípulos aparecen Moisés y Elías, la Ley y los Profetas, las Escrituras que contienen la Palabra de Dios, como confirmación del camino de Jesús y luz para los discípulos. Moisés y Elías hablan de la necesidad del éxodo de Jesús: en un mundo injusto, si el justo quiere permanecer en la lógica de la justicia y del amor —es decir, de Dios—, no puede sino «sufrir muchas cosas» (Lc 9,22). Es una verdad difícil de aceptar, pero el esfuerzo es un paso necesario en todo camino de amor fiel: no puede suprimirse en el camino de la humanización ni en el seguimiento de Jesús. 

Por otra parte, Jesús acaba de decirlo: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que se despoje de sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la salvará» (Lc 9,23-24). Si, pues, el discípulo, cada uno de nosotros, ha visto con los ojos de la fe la luz de Cristo, está equipado para la lucha espiritual, para vivir la paradoja del Evangelio. 

Esto supone en la dinámica de la oración que Jesús y los discípulos subieron al Tabor y subirán al monte de los Olivos (cf. Lc 22,39-46) para orar. Los discípulos vieron la gloria de Jesús en el Tabor porque permanecieron en oración; en cambio, no supieron contemplar a Jesús en el monte de los Olivos y seguirlo al Gólgota porque aquella noche no supieron orar. 

En ambas ocasiones estaban oprimidos por el sueño, pero en el Tabor se mantuvieron despiertos para orar y vieron la gloria de Jesús; en el Monte de los Olivos, en cambio, no pudieron velar, a pesar de que Jesús los había llamado a orar con Él, y así decidieron huir y renegar del camino recorrido. 

Nuestra oración está llamada a ser como la de Jesús: escucha de la palabra de Dios contenida en las Escrituras, coloquio con quien vive en Dios, experiencia de la comunión de los amigos y discípulos del Maestro de la Luz. 

En esta oración, Jesús encuentra la confirmación de su camino, orientado hacia la pasión, la muerte y la resurrección, en continuidad con la historia de la salvación. En esta oración, que se nos conceda renovar nuestra fe en la voz de Dios que repite cada día a nuestro corazón: «Este es mi Hijo, el amado, el elegido; escuchadle». 

El gran mandamiento «Escucha, Israel» (Dt 6,4) resuena ahora como: «Escuchadle a Él, el Hijo», Verbo hecho carne en Jesús (cf. Jn 1,14), Hombre en quien las Escrituras encuentran su cumplimiento (cf. Lc 24,44). 

Esto es lo esencial de nuestra fe y es el camino para seguir a Cristo: seguros de que nuestra lucha cotidiana, sostenida por la oración, se abrirá un día, ¿o no será que se abre cada día?, a la luz de la resurrección. Y confiando en la promesa transfiguradora de Jesús: «El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará». 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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