miércoles, 14 de mayo de 2025

Cuerpo y Sangre de Cristo.

Cuerpo y Sangre de Cristo 

Hoy celebramos la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, memoria de los gestos y palabras de Jesús en la Última Cena, memoria de la Eucaristía que resume toda su existencia, vida entregada y donada por los hermanos hasta la muerte. 

Este año nos acercamos a este misterio a través del relato de la multiplicación de los panes y los peces, que prefigura el don del pan de vida que Jesús hará con su gesto sobre el pan en la víspera de su pasión. 

Al regresar de la misión, «los apóstoles contaron a Jesús todo lo que habían hecho» (Lc 9,10), y Él los llamó a retirarse a un lugar apartado, cerca de Betsaida, para estar a solas con él y renovar así la comunión con Él: en esta intimidad con su Señor y Maestro consiste la verdadera posibilidad de fortalecerse que se ofrece a los discípulos de Jesucristo... 

Pero las multitudes, al enterarse de su partida repentina, se ponen en su búsqueda: anhelan la presencia de Jesús, su persona, porque con sus palabras y sus acciones Él es el verdadero alimento capaz de saciar el hambre de todo hombre. Y he aquí que Jesús acepta acercarse a los necesitados: «recibe a las multitudes, les anuncia el Reino de Dios y cura a los que necesitan curación». 

Pronto llega la noche y los Doce, conscientes de su pobreza: «¡Solo tenemos cinco panes y dos peces!», se dirigen a Jesús pidiéndole que despida a la multitud que le sigue, para que, abandonando aquel lugar desierto, puedan ir a los pueblos cercanos en busca de alimento y alojamiento. Pero su Maestro, que acaba de acoger a las multitudes haciendo todo lo que estaba en su poder para darles la vida, no acepta su invitación y les exhorta con una orden precisa, como ya había hecho en su día el profeta Eliseo (cf. 2 Re 4,42-44): «Dadles vosotros de comer». 

Es una orden contraria al sentido común, a la racionalidad, ya que los discípulos acaban de manifestar a Jesús que su pobreza les impide hacer lo que se les pide; pero Jesús ve precisamente en esa pobreza el espacio necesario para el don, la condición en la que Dios puede mostrar su misericordia y su bendición. 

Jesús toma entonces resueltamente la iniciativa y ordena que los cinco mil hombres presentes se sienten en grupos de cincuenta (cf. Ex 18,24-26): «Entonces tomó los cinco panes y los dos peces, alzó los ojos al cielo, los bendijo, los partió y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran entre la multitud». 

Es fundamental reconocer la importancia de estos cuatro verbos. Son los mismos que se utilizan para describir las acciones de Jesús durante la Última Cena, cuando tomó el pan, alimento necesario para la vida del hombre; pronunció sobre él la bendición, la acción de gracias a Dios, atestiguando así que el pan es fruto de la tierra y de la bendición de Dios sobre el trabajo humano; lo partió, con un gesto altamente expresivo, destinado a quedar grabado en la mente de los discípulos (cf. Lc 24,35); lo dio a sus comensales diciendo: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo», mi vida, es decir: «Yo me entrego a vosotros, para que participéis de mi misma vida» (cf. Lc 22,19). 

Y es significativo que los dos discípulos de Emaús, más tarde, reconozcan a Jesús resucitado precisamente cuando realiza estas cuatro acciones (cf. Lc 24,30-31), signo de una vida entregada, entregada, partida por amor a los hombres. 

«Todos comieron y se saciaron, y de los trozos que sobraron se llenaron doce cestas»: nuestro pasaje concluye con esta nota que da testimonio de la sobreabundancia del don de Jesucristo, ofrecido a todos los hombres. 

Jesús, pues, es el profeta que hace señales mucho mayores que las del profeta Eliseo, y las doce cestas de sobras —doce como las tribus de Israel— son signo de esa «medida buena, apretada, sacudida y rebosante» que se dará a los que saben dar y compartir (cf. Lc 6,38). 

Él es verdaderamente «el pan de vida» (Jn 6,35.48), es el Señor que en la Eucaristía, signo que sintetiza el sentido de toda su vida, nos comunica toda su existencia: sí, el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo infunde a quienes participan en él la energía para vivir como Él siempre ha vivido. 

Esto debemos recordarlo cada vez que celebramos la Eucaristía; y a partir de esta verdad debemos contemplar no solo el relato de la multiplicación de los panes, sino toda la vida de Jesús narrada en los Evangelios, modelo y huella para nuestra existencia cotidiana. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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