De los miedos atávicos: la islamofobia
Como nos enseñó Raphael Lemkin, quien identificó por primera vez el concepto de genocidio, el odio nos contamina poco a poco, paso a paso.
Primero se manifiesta a través del lenguaje, luego se crea la cultura política del enemigo y se comienzan a crear los supuestos legales para favorecer o conducir directamente a la discriminación. Y luego, si no hay un freno, se puede llegar a la persecución e incluso al exterminio.
Ocurrió con el Holocausto, ocurrió con los romaníes y los sintis, ocurrió en Armenia, en Ruanda, por citar solo algunos ejemplos. No está escrito en ninguna parte que no pueda volver a ocurrir, tal vez a partir de una distorsión de la política, de un debilitamiento de los procesos democráticos. Basta con despertar un miedo y alimentar, como un fuego, un prejuicio.
Y ahí está, por ejemplo, la islamofobia. La primera vez que se utiliza esta expresión es en 1923, cuando el profesor de lengua hebrea Stanley Arthur Cook escribe un texto para el Journal of Theological Studies. Sin embargo, en su acepción actual, el término “islamofobia” no aparece hasta 1997, en el informe titulado «Islamophobia, a Challenge for Us All» -Islamofobia, un reto para todos-, para luego ser retomado, estudiado y analizado como fenómeno actual a principios de la década de 2000, incluso antes del ataque del 11 de septiembre a las Torres Gemelas de Nueva York.
Desde entonces, la islamofobia ha crecido exponencialmente en relación con diversos acontecimientos, como las guerras y las migraciones, y se ha convertido en una emergencia. No en vano, la ONU ha decidido dedicar el 15 de marzo al Día Internacional contra la Islamofobia.
Según una encuesta realizada a finales de 2024 por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea a una muestra de ciudadanos de confesión islámica que viven en 13 países de la Unión Europea, el 50 % de los musulmanes ha sufrido discriminación, si no ataques propiamente dichos, a lo largo de su vida. En 2023, la misma encuesta había registrado una cifra mucho más baja, el 21 %, lo que demuestra que en el último año algo ha cambiado.
Al igual que ocurre con otras formas de odio, desencadenadas por acontecimientos internacionales o casos de actualidad, fue el atentado terrorista de Hamás del 7 de octubre de 2023 en Israel, con la consiguiente guerra en Gaza, lo que desencadenó una poderosa ola de islamofobia. En todo el mundo, pero sobre todo en Europa.
Nuestro país se alinea con los demás países de la Unión Europea. A grandes rasgos, un tanto por ciento elevado de la población tiene una opinión bastante negativa del Islam y es erróneo pensar que se trata de un fenómeno que solo afecta a las personas de derecha. En realidad, se trata de porcentajes bastante transversales, en el sentido de que tanto los votantes que se identifican con una tradición de centroizquierda como los que se sienten de centroderecha registran estos porcentajes muy elevados.
Tal vez los de centroderecha vean en el Islam, en los
musulmanes, un atentado contra la identidad nacional. Se hace un discurso
étnico y se piensa en la invasión islámica. En la izquierda, en cambio, hay más
miedo a un ataque a los derechos, por ejemplo, de las mujeres. En todo
caso, la Islamofobia se manifiesta de diversas formas. A nivel discursivo, se
observa una representación negativa constante del Islam, a menudo equiparado al
integrismo, el terrorismo y el atraso cultural.
Esta narrativa, alimentada por algunos medios de comunicación y por franjas políticas, contribuye a crear un clima de sospecha y desconfianza hacia los musulmanes.
Seguramente hay varios tipos de Islamofobia como, por ejemplo:
1.- Hay quienes odian a los musulmanes y tienen un sentimiento negativo hacia todo lo que les recuerda al Islam, pero es un prejuicio que permanece ahí, no se manifiesta fuera de ciertos comportamientos. Es, entre comillas, una islamofobia pasiva.
2.- Y luego está la islamofobia activa de quienes odian a los musulmanes y lo manifiestan activamente, con violencia verbal y física. En este caso, se producen episodios de pintadas insultantes en mezquitas, de cócteles molotov contra centros islámicos, de... O se cometen actos como arrancar el velo a una chica musulmana, agredir a personas en la calle, escupirles en la cara.
3.- Y luego está la islamofobia transversal, la que viaja por Internet. Los islamófobos del teclado se esconden en la sombra, creen que no se les identifica y se lo pasan en grande, por lo que se desahogan. Esto ocurre sobre todo después de los casos que aparecen en la prensa y, de hecho, los comentarios que se publican debajo de las noticias de los periódicos están llenos de odio e insultos de todo tipo: «Terrorista, beduino asqueroso, estúpido camellero. Vuelve a tu país».
Los insultos que se dirigen a la comunidad islámica son de diversa índole y, en la gran mayoría de los casos, se dirigen a personas independientemente de su estatus y, a menudo, incluso de su religión, basándose únicamente en el color de su piel.
Para la mayoría de los islamófobos es muy difícil distinguir correctamente entre musulmanes con ciudadanía española, musulmanes con visado temporal, refugiados, migrantes, musulmanes nacidos en España de segunda generación, etc. Por lo tanto, a menudo se crea un caldero en el que se mezclan la ignorancia, los prejuicios, los miedos y las medias verdades.
Seguramente muchas veces se ha dicho y se dice, pero vale la pena repetirlo. El odio es una enfermedad que lo contagia todo. Es como un cáncer que infecta, poco a poco, incluso las células sanas de nuestra alma hasta convertirnos en personas hostiles con todos, incluso con nuestros familiares. Por eso, hay que ponerle freno.
También se necesita una medicina contra la Islamofobia. ¿Pero cómo? En el fondo hay racismo e ignorancia, en el sentido de falta de conocimiento sobre las cosas. Por eso, hay que hablar para y hasta desmontar esos pensamientos automáticos que llevan a la ecuación migración-islam, dar a conocer las diferencias culturales desde las guarderías hasta los clubes de petanca de los ancianos.
Además, es necesario crear bases de datos sobre la discriminación, con el fin de elaborar datos e indicadores específicos para el seguimiento del fenómeno; aprobar, cuando fuera necesario, y aplicar las leyes contra la discriminación; desincentivar la discriminación religiosa o la discriminación en el acceso a la educación o al empleo, y denunciar los casos en los que estas actitudes se producen en la escuela o en el lugar de trabajo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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