miércoles, 14 de mayo de 2025

La oferta, único camino hacia la amistad.

La oferta, único camino hacia la amistad 

Cinco mil hombres, una tarde en Palestina, cerca de Betsaida. Ellos son el motivo de todo. Yo soy uno de ellos, me reconozco en las palabras con las que Lucas los evoca: «Jesús comenzó a hablar de Dios y a curar a los que necesitaban curación». 

En estas palabras está todo el hombre: su nombre, criatura-que-necesita. De Dios y de cuidados, de pan y de lo absoluto. En ellas se resume toda la misión de Jesús: Él es Palabra de Dios y curación de la vida. 

La primera línea de este Evangelio la siento como la primera línea de mi vida: soy uno de esos hombres, necesito cuidados, alguien que se fije en mí, que me cuide, que cure mi vida. Tengo un deseo insatisfecho y ni siquiera sé de qué, pero sé que nada de lo creado podrá saciarlo. 

Pero el día declina, hay que pensar en cosas prácticas, los apóstoles intervienen: «Despídelos para que vayan a buscar comida». Pero Jesús no los despide, nunca ha despedido a nadie. En cambio, responde con una orden que invierte el sentido del relato: «Dadles vosotros de comer. Dad». 

Cuando tengo hambre, Señor, envía a mi camino a alguien a quien alimentar; cuando tengo necesidad, envíame a alguien que tenga más necesidad que yo. 

El fin del hambre nunca consistirá en comer hasta saciarse, solo, tu pan, sino en compartirlo, repartiendo lo poco que tienes, los dos peces, el vaso de agua fresca, el aceite y el vino sobre las heridas, un poco de tiempo y un poco de corazón. Solo somos ricos en lo que hemos dado. 

El Señor no despide a la multitud porque Él es el primero en vivir de la comunión. En cada Eucaristía es Dios quien me busca y me llama -dichosos los «invitados» a la cena del Señor...-, Dios que camina hacia mí para sanar la vida, Dios que ha llegado, que vive donándose. Dios que no puede dar nada menos que sí mismo. Y que, dándose a sí mismo, nos lo da todo. 

La Palabra de Dios no bastó para saciar el hambre del hombre. Dios tuvo que dar su carne y su sangre. 

Nos da su Sangre (la sangre que se extiende por todo el cuerpo y conecta y da vida a todas las partes) para que en nuestras venas corra su vida, en nuestro corazón eche raíces su valentía y ese milagro que es la gratuidad en las relaciones. 

Cuando nos da su Cuerpo -cuerpo que es sacramento y santuario de encuentros-, quiere que nuestra fe se apoye no en ideas, sino en una Persona, encontrando su historia, sus acontecimientos, sus sentimientos, sus llagas, su luz, con el peso y la dureza de la cruz. 

Cuando nos da su Sangre y su Cuerpo, quiere también hacernos atentos a la sangre y al cuerpo de los hermanos. 

De hecho, el cuerpo es ofrecido, la sangre es derramada: la ley de la existencia es el don de sí mismo; el único camino para la amistad en el mundo es la entrega; la norma de vida es dedicar la vida. 

Como Él. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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