Y vino Aquél que cuida
Jesús comenzó a hablar de Dios y a sanar a los que necesitaban cura.
En estas palabras está todo el hombre: su nombre, criatura que necesita a Dios y cuidados, pan y lo absoluto. Está toda la misión de Jesús: acoger, dar esperanza, sanar. Está el nombre de Dios: Aquel-que-cuida.
La primera línea de este Evangelio la siento como la primera línea de mi vida: yo soy uno de esos hombres, necesito cuidados, necesito que alguien se fije en mí y me impulse a seguir adelante. Pero el día declina, hay que pensar en cosas prácticas, los apóstoles intervienen: «Despídelos para que vayan a buscar comida».
Pero Jesús nunca ha echado a nadie. El Señor no echa a nadie porque Él es el primero que necesita comunión, con cada dolor, con cada pecado, con cada sonrisa. Vive de la comunión, vive donándose. Jesús responde con una orden que invierte el sentido del relato: dadles vosotros de comer.
«Dadles»: una orden que atraviesa los siglos, que llega hasta mí, que resonará en el día del Juicio: tenía hambre y me disteis de comer...
Dios, que vincula nuestra salvación a un poco de pan donado, vincula la derrota de la historia al pan negado. Solo tenemos cinco panes y dos peces... es poco, casi nada. Pero la sorpresa de aquella tarde es que poco pan compartido entre todos es suficiente; que el fin del hambre no consiste en comer hasta saciarse, solo, vorazmente, su pan, sino en compartirlo, repartiendo lo poco que tiene, dos peces, el vaso de agua fresca, aceite y vino sobre las heridas, un poco de tiempo y un poco de corazón.
Solo somos ricos en lo que hemos dado. En la columna de las ganancias solo encontraremos lo que hemos dado a los demás.
Del pan al cuerpo. La fiesta del Cuerpo de Cristo, ofrecido como pan, dice que ni a nosotros ni a Dios nos bastó la Palabra. El hombre tiene demasiada hambre y Dios tuvo que dar su carne y su sangre.
«Este es mi cuerpo», dijo Jesús, y no, como habríamos esperado: «esta es mi alma, mi pensamiento, mi divinidad, esto es lo mejor de mí», sino, sencillamente, con pobreza: «este es mi cuerpo».
Lo más cercano a nosotros, morada del cansancio, rostro modelado por las lágrimas y suavizado por las sonrisas, sacramento de encuentros, lugar donde se encuentra el corazón.
Jesús da su cuerpo porque quiere que nuestra fe se apoye no en ideas, sino en una Persona, absorbiendo su historia, sus sentimientos, sus heridas, sus alegrías, su luz; da, porque dar es la ley de la vida, el único camino hacia una felicidad que sea de todos.
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