Retornar al Concilio de Nicea
El aniversario
del Concilio de Nicea de 325 - hace 1700 años - no es solo una conmemoración
institucional, la celebración del primer Concilio Ecuménico convocado por el
primer Emperador cristiano, Constantino. Es también algo más.
Porque fue en
ese gran Concilio donde se expresó el Credo, el llamado Símbolo Niceno, que
luego se completaría en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano del 381.
Y es sobre esta
última fórmula de la fe cristiana que se abrirá la escisión entre las Iglesias destinada
a ampliarse progresivamente y hacerse definitiva en el Gran Cisma de 1054,
cuando el Papa León IX -¡atención al nombre!- y el Patriarca de Constantinopla
Miguel I Cerulario se excomulgaron mutuamente y dieron inicio a la escisión
entre la Iglesia occidental (católica) y la Iglesia oriental (ortodoxa), que a
pesar de siglos de intentos, y aparte de la unión virtual de Ferrara-Florencia
de 1438-39, aún no se ha superado.
No fue la
Iglesia ortodoxa la que se separó de la Iglesia católica sino, en rigor
histórico, al contrario. Fue en Occidente donde surgió la alteración del Credo
que está en el centro del cisma: la adición del «Filioque» («y del
Hijo») al «ex Patre» («del Padre») del Credo niceno-constantinopolitano,
insertada en el symbolum fidei del Concilio de Toledo de 589 para combatir la
herejía arriana durante el reino visigodo de España.
La idea de que
el divino Pneuma procede «también del Hijo» nunca había sido una
alternativa a la fórmula trinitaria tan cuidadosamente calibrada a la que
habían llegado las grandes mentes teológicas griegas que, en los concilios
ecuménicos de los siglos IV y V, habían discutido la procesión del Espíritu Santo.
Solo el Padre es
el principio sin principio - arché ànarchos - de las otras dos
personas trinitarias, la única fuente - peghé - del Hijo y del Espíritu
Santo, que por lo tanto procede solo del Padre. Sin embargo, por razones menos
auténticamente teológicas que políticas, la nueva fórmula fue adoptada por el
papado de la época de Carlomagno y se convirtió en la base del frágil principio
de legitimidad del Sacro Imperio Romano, en contraposición al sólido principio del
Imperio Romano de Bizancio.
Desde entonces,
se han escrito miles y miles de páginas para justificar el Filioque, creando una
tradición teológica propia, que como tal ya no puede ser erradicada del
patrimonio doctrinal de la Iglesia católica.
Precisamente por eso, volver a los orígenes, a Nicea, rendir homenaje al primer y puro Credo, más allá de siglos de beligerancia dogmática, tiene un significado literalmente desarmante en un momento histórico y político en el que el desarme ecuménico es prioritario para la paz no solo del cristianismo, sino del mundo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario