martes, 13 de mayo de 2025

Retornar al Concilio de Nicea.

Retornar al Concilio de Nicea 

El aniversario del Concilio de Nicea de 325 - hace 1700 años - no es solo una conmemoración institucional, la celebración del primer Concilio Ecuménico convocado por el primer Emperador cristiano, Constantino. Es también algo más.

 

Porque fue en ese gran Concilio donde se expresó el Credo, el llamado Símbolo Niceno, que luego se completaría en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano del 381.

 

Y es sobre esta última fórmula de la fe cristiana que se abrirá la escisión entre las Iglesias destinada a ampliarse progresivamente y hacerse definitiva en el Gran Cisma de 1054, cuando el Papa León IX -¡atención al nombre!- y el Patriarca de Constantinopla Miguel I Cerulario se excomulgaron mutuamente y dieron inicio a la escisión entre la Iglesia occidental (católica) y la Iglesia oriental (ortodoxa), que a pesar de siglos de intentos, y aparte de la unión virtual de Ferrara-Florencia de 1438-39, aún no se ha superado.

 

No fue la Iglesia ortodoxa la que se separó de la Iglesia católica sino, en rigor histórico, al contrario. Fue en Occidente donde surgió la alteración del Credo que está en el centro del cisma: la adición del «Filioque» («y del Hijo») al «ex Patre» («del Padre») del Credo niceno-constantinopolitano, insertada en el symbolum fidei del Concilio de Toledo de 589 para combatir la herejía arriana durante el reino visigodo de España.

 

La idea de que el divino Pneuma procede «también del Hijo» nunca había sido una alternativa a la fórmula trinitaria tan cuidadosamente calibrada a la que habían llegado las grandes mentes teológicas griegas que, en los concilios ecuménicos de los siglos IV y V, habían discutido la procesión del Espíritu Santo.

 

Solo el Padre es el principio sin principio - arché ànarchos - de las otras dos personas trinitarias, la única fuente - peghé - del Hijo y del Espíritu Santo, que por lo tanto procede solo del Padre. Sin embargo, por razones menos auténticamente teológicas que políticas, la nueva fórmula fue adoptada por el papado de la época de Carlomagno y se convirtió en la base del frágil principio de legitimidad del Sacro Imperio Romano, en contraposición al sólido principio del Imperio Romano de Bizancio.

 

Desde entonces, se han escrito miles y miles de páginas para justificar el Filioque, creando una tradición teológica propia, que como tal ya no puede ser erradicada del patrimonio doctrinal de la Iglesia católica.

 

Precisamente por eso, volver a los orígenes, a Nicea, rendir homenaje al primer y puro Credo, más allá de siglos de beligerancia dogmática, tiene un significado literalmente desarmante en un momento histórico y político en el que el desarme ecuménico es prioritario para la paz no solo del cristianismo, sino del mundo

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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