domingo, 24 de agosto de 2025

Reivindicar la enseñanza de la filosofía en la escuela.

Reivindicar la enseñanza de la filosofía en la escuela

La escuela, como cualquier institución política y social, no está situada en el cielo, entre las nubes de Aristófanes y las estrellas de Tales o en el hiperurano de Platón; está siempre inmersa, con la cabeza, las manos y los pies, en la realidad tal y como es, en el presente tal y como se nos presenta. 

En nuestro caso, la escuela se encuentra en un aquí y ahora extremadamente complejo, en un nuevo mundo digital, interconectado, rápido y líquido, en el que Dios ha muerto y está enterrado, los padres-amos han desaparecido por fin, mientras que nuevos ídolos de la técnica y el consumo están surgiendo rápidamente. 

El pos-humanismo de las múltiples pos-ideologías ha dejado un gran vacío que ha sido rápidamente ocupado por un nihilismo inquietante y feroz que lo devora todo, incluida la escuela, que corre cada vez más el riesgo de convertirse en uno de los muchos lugares anónimos de nuestro tiempo, a medio camino entre una empresa y un aparcamiento, entre un centro comercial y un concurso de talentos. Y la era del covid ha agudizado aún más esta sensación de vacío, soledad y desorientación que desde hace tiempo se extiende por el mundo escolar. 

Es necesario partir de esta fotografía desnuda y desencantada si se quiere innovar la escuela y construir un itinerario formativo de crecimiento que sea auténticamente significativo tanto para los estudiantes como para la sociedad, sin lamentar un mítico pasado dorado de la educación, que por otra parte nunca ha existido y que, en cualquier caso, no volvería, y tratando de ir más allá del aburrimiento y la mercantilización de la educación. 

La escuela debe ser una brújula orientadora para los alumnos, un lugar de sana locura, profundamente antinihilista, en el que los estudiantes puedan conocerse a sí mismos y tratar de dar sentido a las múltiples experiencias de sus vidas. 

Y para ello es necesario abrir y conectar las disciplinas curriculares con el presente, tanto en lo que se refiere a los contenidos como a las modalidades de enseñanza; las materias deben salir de los armarios llenos de naftalina y vestirse con los trajes vivos del mundo para estimular la curiosidad y la iniciativa intelectual y práctica de los alumnos. 

La escuela debe entenderse como un fértil laboratorio de crecimiento humano y no como un museo de cera para visitar y admirar. Esto no significa aplanar las diferentes disciplinas en un presente eterno, sino enriquecerlas convirtiéndolas en lentes a través de las cuales comprender las mil caras de la realidad. 

En esta perspectiva, la filosofía debe recuperar su ADN de investigación, diálogo y estudio impulsado por el deseo de discutir y comprender las maravillas del mundo, deteniéndose especialmente en aquellas que escapan a la primera mirada y que van más allá de las apariencias, es decir, en aquellas que están en el cielo y bajo la tierra. De la fértil esencia antinihilista, polémica y dialógica de la filosofía deben partir las reflexiones y el debate público sobre la forma de enseñarla en los centros educativos de secundaria. 

Comienzo diciendo que la enseñanza de la filosofía es hoy más indispensable que nunca para ofrecer a los estudiantes medios culturales valiosos para orientarse en una realidad cada vez más compleja, fragmentada y en rápida evolución. A lo largo de los años en el centro educativo, Platón, Agustín, Spinoza, Kant, Marx, Nietzsche… deben convertirse en espléndidos compañeros de viaje con los que dialogar y discutir sin cesar para recorrer los muchos caminos del mundo de una manera cada vez más consciente. 

Abordar en clase las grandes cuestiones planteadas a lo largo de los siglos por los filósofos, desde la política hasta la ética, desde el conocimiento hasta la metafísica, desde la ciencia hasta la ecología, significa llevar a los estudiantes a reflexionar sobre su condición de seres arrojados al mundo y a intentar darle un sentido. 

La enseñanza de la filosofía en la escuela debe tener como objetivo construir una caja de herramientas, compuesta por conocimientos y competencias sólidas, que permita descodificar el mundo para salir de un estado de minoridad, a veces cómodo y satisfactorio, pero que relega a las personas a no ser libres y autónomas. 

La enseñanza de la filosofía debe basarse en el arte de hacer filosofía y en la práctica en el aula, a partir del estudio y la reelaboración de las teorías de diferentes autores, el valiente ejercicio individual y colectivo del pensamiento crítico, el diálogo y el debate argumentado, con el fin de formar estudiantes con una mente bien formada. 

Construir una enseñanza que permita involucrar a los alumnos en un aprendizaje dinámico y significativo es uno de los principales retos de la escuela. Para ello, es importante construir una enseñanza que ponga en el centro el asombro, las preguntas y la búsqueda de respuestas. Y en esto, la filosofía es la disciplina que debe tejer ese hilo conductor de la curiosidad, en torno al cual intentar unir todas las materias del plan de estudios, redescubriendo y actualizando ese espíritu del humanismo que, basándose en la superación de la distinción entre conocimiento científico y conocimiento humanístico, se proponía realizar un conocimiento auténticamente interdisciplinario. 

Por lo tanto, es necesario llevar a la clase la lección intemporal de los griegos y, en particular, la fertilidad del diálogo y la mayéutica de Sócrates: en la escuela se pasa demasiado tiempo escuchando, tomando apuntes, haciendo tareas y repitiendo contenidos, en lugar de dedicar más tiempo a leer textos filosóficos, ver películas, escuchar música, reelaborar y problematizar los contenidos, emocionarse, confrontarse y discutir juntos. 

Las horas de clase deben estructurarse en torno a preguntas, y no solo a las sugeridas y estimuladas por el profesor, sino también, y sobre todo, a las que surgen de los intereses y las dudas de los alumnos. 

Hay que interrogar constantemente a los filósofos. La hora de filosofía debe convertirse en la hora de las preguntas críticas e incómodas, la hora en la que se viaja hacia el oráculo de Delfos en busca de uno mismo, con el fin de construir un aprendizaje autónomo, circular y consciente que, partiendo de las preguntas, lleve a los alumnos a conocerse cada vez más a sí mismos, a los demás y al mundo en el que viven. 

En este camino, los profesores deben guiar a los alumnos para que descubran las partes más ocultas de sí mismos, saquen a relucir sus pasiones, aumenten sus competencias, estimulen sus inclinaciones y realicen sus pequeños grandes sueños. 

Otro aspecto fundamental para mirar al nihilismo a los ojos y hacer de la escuela un lugar de aprendizaje fértil, orientado al crecimiento personal y colectivo de los alumnos, es hacer de la enseñanza una práctica educativa política. Un mundo globalizado y una sociedad de masas interconectada digitalmente las 24 horas del día necesitan una conciencia política generalizada, que es una condición necesaria, aunque no suficiente, para construir relaciones humanas basadas en el respeto y la dignidad. 

La escuela es un lugar pedagógico y político, como lo eran las escuelas de la antigua Grecia, en la Edad Media cristiana o en el humanismo, o bien su triste destino es convertirse en un lugar similar a un centro comercial, en el que los estudiantes son, de hecho, consumidores pasivos de proyectos, ejecutores obedientes de órdenes y replicantes grises de contenidos. 

Esta perspectiva es aún más válida para la filosofía, que es en su esencia profundamente política, ya que se ocupa de construir un discurso lógico y racional sobre temas como la naturaleza, Dios, el alma, el ser, el conocimiento, el Estado, la democracia, la felicidad, la libertad, la justicia, el lenguaje y la lógica. La filosofía tiene más que nunca la ardua tarea de formar a los estudiantes en el razonamiento lógicamente correcto y el pensamiento crítico sobre cuestiones cruciales que afectan a la vida democrática de la polis. 

La enseñanza de la filosofía es una práctica pedagógica política: todos los pensadores y todos los temas deben situarse dentro de una perspectiva y un debate político, precisamente con el fin de hacer florecer en los estudiantes la dimensión política de la vida y del mundo, ya que todas las relaciones y destinos que se entrecruzan bajo el cielo estrellado son íntimamente políticos. La pandemia del Covid demostró, con dramática fuerza, que sin la capacidad de ser animales políticos solo existe la práctica insensata de intentar salvarse a uno mismo, según la lógica del homo homini lupus. 

Como nos recuerda Platón en el mito de Prometeo, con la técnica los seres humanos se liberaron de muchos miedos y dificultades relacionados con la naturaleza, pero solo con el arte de la política comenzaron a vivir juntos afrontando los problemas sin matarse unos a otros. 

Educarse es el acto más político que puede realizar una persona, porque es el comienzo de un camino hacia la conciencia y la libertad, del que depende nuestra posibilidad de felicidad. 

Las clases apolíticas, que los ignorantes o los malintencionados pueden confundir con el término «apartidistas», son lo más des-educativo que puede ofrecer la escuela, ya que cortan las alas al crecimiento de una conciencia política individual y colectiva indispensable para la formación de una ciudadanía crítica y consciente, verdadero corazón palpitante de una democracia viva que no decae en el desinterés y la apatía, dejando espacio a la aparición de formas de poder autoritarias que se nutren precisamente de la apatía política de las personas, que en lugar de habitar la comunidad con inteligencia y participación se convierten en huéspedes y espectadores de pago de un espectáculo que no les concierne directamente. 

Hacer filosofía de manera política significa proponer lecciones y debates que estimulen a los estudiantes a razonar de manera crítica para luego elegir qué camino seguir, qué mundo construir y convertirse en artífices de su destino y del de la polis en la que viven. 

En esta era de hegemonía del conocimiento técnico y científico, es importante disponer de herramientas culturales para relacionarse con él con espíritu crítico, captando sus referencias epistemológicas y viendo sus implicaciones éticas y políticas. Todo ello podría contribuir a formar personas menos propensas a apoyar peligrosas teorías conspirativas de todo tipo y más dispuestas a vigilar las posibles derivas tecnocráticas y fundamentalistas de las ciencias. 

Desde la degradación de la biosfera hasta la amenaza de las armas nucleares globales, desde el aumento de las desigualdades sociales y económicas hasta los fanatismos religiosos y políticos, hoy en día, hacer filosofía en clase con los estudiantes es un bien común valioso a disposición de quienes realmente se preocupan por la salud de la democracia. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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