lunes, 1 de septiembre de 2025

Los hijos de Dios somos su Templo.

Los hijos de Dios somos su Templo

Una hora después, los mercaderes habían vuelto a ocupar su lugar; el balido de los corderos y el arrullo de las palomas se mezclaban de nuevo con el murmullo de las oraciones. 

Y, sin embargo, el gesto de Jesús no quedó sin efecto, sigue proclamando: no comerciarás con la fe, no harás valer la ley mezquina del intercambio, la ley estrecha del trueque, en la que tú das algo a Dios para que Él te dé mucho a cambio. 

El gesto y las palabras de Jesús son una profecía para hoy: si entonces el Templo se había convertido en mercado, ahora, sin ningún pudor, es el mercado global el que se ha convertido en Templo, el lugar donde se adora a los nuevos ídolos, al falso Dios del dinero. 

Jesús amó mucho el Templo de Jerusalén, lo admiró, se indignó con los mercaderes, lloró por su inminente destrucción. Lo llamó «casa del Padre», pero también lo contestó radicalmente: destruid este templo y en tres días lo resucitaré. 

Vosotros destruís, yo reconstruyo. Su obra más verdadera es reconstruir; la acción propia de Dios es resucitar. Allí donde los demás detienen, Él hace partir de nuevo; allí donde hemos caído, Él nos levanta y despierta la vida. 

Jesús hablaba del templo de su cuerpo. El verdadero Templo no está indicado por el círculo de piedras, sino por el perímetro vivo de un cuerpo de carne, el suyo, tienda de la Palabra. 

A la teología del Templo de piedra, Jesús nos enseña a sustituirla por la teología del Templo de carne: los hijos de Dios son el santuario de Dios. Y si pertenezco a Jesús, yo también soy tienda de Dios. Y lo es el mendigo, el inmigrante, el extranjero cuya sola presencia me molesta. 

Es fácil adaptarse a un Dios que habita en las Catedrales, prisionero de las piedras y los muros de los hombres. Un Dios así no crea problemas, pero no cambia nada en la vida. 

El verdadero problema para nosotros es un Dios que ha elegido al ser humano como Templo, que nos ha enseñado a sustituir la teología del Templo por la teología de los hijos e hijas de Dios como Templo de Dios. 

¡No convirtáis la casa de mi Padre en un mercado! Jesús no se dirige a los guardianes de los Templos, ni a la institución, sino a cada uno: la última casa del Padre eres tú. Una casa abarrotada de ovejas y bueyes, de dineros y palomas, …, que ya no deja ver a Dios, y a la que Jesús invita a volver a ser transparente, tierra abierta al cielo. 

Dios sigue de camino, itinerante y peregrino, sin lugar dónde reclinar su cabeza, el Misericordioso sin Templo busca un Templo, el Dios que no tiene casa y que está de camino y busca un hogar. Lo busca precisamente en cada uno de nosotros, en mí. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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